Friday, October 20, 2006

Tinta Roja

LETRAS. CUENTOS SOBRE LOS AÑOS DE LA VIOLENCIA EN EL PERÚ

Toda la sangre es el título de una antología de cuentos peruanos que abordan un tema común: la violencia política en el Perú. Con especial énfasis en las últimas dos décadas del siglo XX. El volumen, editado por Matalamanga, será presentado el 19 de octubre a las ocho de la noche en el Centro Cultural de España. Lo que sigue es una conversación con el antologador, el crítico Gustavo Faverón Patriau

Entrevista Alonso Rabí do Carmo

¿Cuáles fueron los criterios para antologar estos relatos?
Uno ha sido la variedad: he tratado de que queden representadas todas las vertientes creativas posibles. Pero esta es una selección literaria, no una reunión testimonial. Hay relatos de muy baja calidad estética y mucho interés documental: he prescindido de ellos, no por menosprecio (serían dignos de una antología diferente), sino porque mi selección quiere observar precisamente las respuestas estéticas y creativas, las reacciones del lenguaje literario ante una experiencia límite como fue la de la violencia político-social, y la recreación de los escritores en tanto artistas e intelectuales.

¿A qué atribuyes el hecho de que en la mayoría de estos relatos la figura del escritor sea la de un observador "parcialmente distanciado"?
Cuando digo, en el prólogo, aquello de "parcialmente distanciado", no quiero incidir en la idea de distancia tanto como en el hecho de que esa distancia fuera parcial. En el caso de los escritores que eran o habían sido parte de un proyecto de izquierda, distanciarse de Sendero Luminoso era un acto político crucial, y no siempre fue fácil (no siempre se dio, de hecho), y no en todos los casos no constituyó una renuncia a ciertos objetivos o ideales. Entre escritores más conservadores, por su parte, hubo un distanciamiento ante las políticas antisubversivas del Estado, pero eso no significó abandonar un sentido común cívico que rechazaba a Sendero Luminoso, y que era, de todas maneras, un sentido común endosado y difundido por el Estado. Por otro lado, la literatura demanda del escritor el ejercicio de la empatía con sus personajes, de modo que cualquier distancia que tome debe disolverse tarde o temprano: lograrlo, en un tema como este, es un reto.

En la antología hay textos que podrían considerarse abiertamente senderistas o violentistas, como el cuento de Hildebrando Pérez Huarancca, quien comandara la matanza de Lucanamarca. ¿Fue difícil asumir distancia frente a un texto como este para incorporarlo al conjunto?
El texto de Pérez Huarancca es de 1974 y no toca explícitamente el asunto de Sendero, pero sí es una dramatización narrativa del lema maoísta de "incendiar la pradera". Lo importante de ese relato es que refleja el nivel de desesperación de cierta población andina, dispuesta a arrasar con justos y pecadores si eso era necesario para cambiar su situación. Ese fue el caldo de cultivo del senderismo, y en Pérez Hurancca se intuye nítidamente. Yo creo que es imperativo comprender ese abismo radical para entender que Sendero Luminoso no fue un fenómeno diabólico sino un fenómeno humano. No importa cuán terrible y tenebroso haya llegado a ser, tenemos el deber de entenderlo para eliminar la injusticia social que fue uno de sus orígenes.

La discusión entre 'criollos' y 'andinos', en todo caso, pretendió pone sobre el tapete dos cosas: el funcionamiento del mercado con la literatura como mercancía y la existencia de un vasto circuito de producción literaria que, lamentablemente, es marginal...
Allí es donde sí resulta importante notar la diferencia entre las provincias y la capital: en el fenómeno del centralismo que se refleja en el circuito editorial, en la concentración de revistas y de facultades de Literatura, y, por tanto, de recepción crítica, en la capital. De todas maneras, estratégicamente, pienso que más importante que reclamar la atención de la capital es construir y fortalecer circuitos propios, alternativos a los circuitos oficiales. Solo eso puede eventualmente alcanzar una fortaleza suficiente como para ejercer una presión real sobre la forma en que se manejan las cosas en el centro.

¿Este trabajo antológico actualizaría la idea del compromiso del escritor, no bajo la maniqueísta oposición izquierda-derecha de los 60, sino desde un punto de vista ético, que desnuda la necesidad de cambio social para recomponer las heridas que han dividido al país?
Yo creo que el fenómeno de la violencia subrayó nuevamente el sustrato político de la gran mayoría de la narrativa peruana. Dejó en evidencia que la literatura en el Perú difícilmente renuncia a su posibilidad de intervenir en lo político-social. Y que eso va mucho más allá de una trinchera particular. "Desnudar la necesidad de un cambio social" puede parecer un programa demasiado evidente: todos sabemos que el Perú anda secularmente mal y que reclama un cambio enorme. Sin embargo, nuestros procesos políticos post-violencia dejan claro que los políticos peruanos no han entendido eso. La literatura sí. Por eso, aunque suene extraño, yo creo que es casi imposible hablar de escritores conservadores en el Perú. Nuestros escritores, más allá de sus divergencias acerca de qué es lo que hay que cambiar, están conscientes de que el cambio es necesario.

Si tal reclamo desde el discurso literario es real, esta antología indudablemente se vincula al informe de la CVR, que aún recibe miradas de desdén.
La antología deja en claro por qué el Informe final de la CVR es tan consensual entre los intelectuales y artistas del Perú: es difícil ser inteligente, sensible o siquiera ilustrado y despreciar la evidencia aplastante de nuestra desgracia social. Y nuestros escritores, como demuestra este libro, han estado permanente y lúcidamente preocupados por el problema desde hace décadas. El asunto es que nuestros políticos no son inteligentes, sensibles ni ilustrados. A ellos, este libro les parecerá tan despreciable como el Informe final de la CVR, y eso deja claro que el compromiso ético del que hablas, tristemente, no ha echado raíces en nuestra clase política, que hoy quiere, más que otra cosa, liberar culpables y amnistiar criminales, lo que no es parte de ningún proyecto nacional viable: es simplemente un intento ciego de volver al pasado. Y lo malo de volver al pasado es que una vez allí, todo empieza a repetirse nuevamente.

Acabas de publicar en España, un libro dedicado a Túpac Amaru II y las rebeliones indígenas de su siglo. Dos libros sobre dos experiencias violentas en épocas distintas. ¿Es pura coincidencia?
No es del todo una coincidencia. Ese otro libro, Rebeldes (ed. Tecnos, España) es una introducción al asunto de las rebeliones indígenas en la América hispana del siglo XVIII, desde México hasta Chile, siguiendo una media docena de casos diversos, de los cuales el más complejo es el de Túpac Amaru y Túpac Katari. En algunos de ellos, en Katari sobre todo, es fácil reconocer que el diagnóstico que hacían de la situación de los indígenas hace más de doscientos años es en muchos aspectos similar al que las Ciencias Sociales hacen de la posición de los indígenas hoy: la marginalidad; la objetivización por parte de leyes hechas al margen de ellos pero que los cautivan y los sujetan; la pobreza insoportable, etc. En la medida en que esas cosas subsistan, nuestra historia va a ser convulsiva y dinamitera, cíclicamente, para siempre.

Revista Somos Año XIX N°1036