El poeta Luis La Hoz presentó su último poemario en la Alianza Francesa de Miraflores
Por Rossella Di Paolo
Los breves poemas de Geografía inútil podrían parecer anotaciones hechas al paso en el dorso de una postal, en el mostrador de un hotel o en la mesita plegable de los aviones. Esa levedad o velocidad, no obstante, es engañosa. Los trazos son tan firmes y exactos que prueban que una vida larga y un trabajo minucioso hicieron lo suyo bien, para que esas tintas soltadas como al acaso cayeran sobre los papeles con la concentración del café molido y pasado sin pausa y sin prisa.
Los versos que sobrevuelan la entrada del libro ("Este no es el mar de Ulises, / Por qué tendría que serlo") nos proponen un viaje a espaldas de la épica; un viaje, más bien, de cara a una geografía doméstica y esencial, donde la cartografía estricta pasa a segundo plano, pues todos los lugares son el mismo lugar, todos los lugares somos nosotros mismos; de ahí, posiblemente, lo de "geografía inútil". E "inútil" quizá también porque todo gesto humano lo es, porque todo hombre, en palabras de Sartre, qué es sino una "pasión inútil".
"Así es mi canción. Escúchala", escribió Luis La Hoz en una obra anterior, y, como entonces, las palabras de este nuevo libro se entregan con la misma generosidad, sin aspavientos; limpias, claras y desinteresadas de sus consecuencias. Cómo no recordar aquí, por ejemplo, la sorpresa reflejada en un verso ya entrañable: "Y la muchacha me amó como si yo fuese alguien".
En la primera parte, avanzamos por lugares que aparecen en los atlas de todos, pero cuyas memorias de amigos y amores hallados o perdidos, solo pueden estar en un atlas personal. Periplo circular que parte de, y retorna a, Perú, pasando entre países varios. Si volviésemos al mito: un viaje de Ítaca a Ítaca, y el mundo en medio; pero quién querría volver al mito, o, "por qué tendría que hacerlo".
"Amado viejo, aquí estoy" dice el poeta que baja al mar para saludarlo. Es en San Andrés, punto desde donde inicia esta travesía física y metafísica; espacio para el recogimiento y el rito. En clave de afecto o de ironía, las ciudades revisitadas a continuación ponen a circular también términos característicos de viajes y viajeros (habitaciones de hotel, itinerarios, climas), pero casi imperceptiblemente, quizá porque su prioridad es marcar estados de ánimo, no espacios o hechos objetivos.
En la siguiente sección: dos espléndidos retratos de infancia y juventud, países también a su manera. En el primero, unas lecciones de piano sin esperanza. En el segundo, en cambio, un homenaje a Henry Miller. La juventud feliz y turbulenta, evocada ante su fotografia, produce dolor por el tiempo pasado, pero ese mismo tiempo puede, a la vez, apaciguar. De ahí que leamos: "Cierto velo sepia / Por fin / Me permite contemplarlo". Hermoso verso que condensa la atmósfera del libro: una nostalgia hecha de sabiduría, y aun de afilado humor, pero nunca de amargura. Como en el haiku de Koyu-Ny: "Las flores han caído, / ahora nuestras mentes están / tranquilas".
Y es que la adolescencia y juventud vividas en todo el fuego de su belleza y perplejidad, dejan en la madurez un resplandor nunca apagado, un "antiguo ardor" muy semejante a la serenidad.