Por Víctor Vich
El lector tiene entre sus manos un libro consciente del fundamento performativo de su escritura o, dicho de otro modo, del carácter eminentemente artificioso de su representación. Su título es así una primera clave: el arte es un discurso sospechoso y poco confiable. Y lo es, no porque exprese algo falso sino porque primero construye un objeto (un conjunto de imágenes, una variedad de sentimientos) y luego lo posiciona como si fuera anterior a la misma representación. Estos versos son como fábricas de imágenes que quieren representar algo muy básico, algo verdadero, pero lo que consiguen, más bien, es mostrar su misma producción. "Mi máscara se asemeja al andrajo que te viste" dice el primer verso y por ahí ingresamos a un mundo de versos rotos y quebradas imágenes: una arquitectura que llama la atención por su fractura y su tristeza.
Sin embargo, una segunda clave nos hace dudar o relativizar la primera: no es pura textualidad lo que aquí se muestra; no es puro discurso el que aquí se exhibe. Hay, en esta poesía, algo latente que está siempre presionando por ingresar a ella; algo que se asoma para imprimir su sello de manera cauta pero nunca sin desgarro. "Nos quedamos sentadas en las bancas/nuevamente/viendo los caminos de cielo y sus reflejos,/exhalando el gemido y los portazos." Este primer libro de Andrea Cabel ingresa a la poesía actual buscando un lugar que está encontrando. Este libro es una muestra de posibilidades y hallazgos. "Veré tu casa como una tela de araña/suave/extraviada entre tus patas largas." Al final, la figura se invierte un poco y la autora comienza a tener entre sus manos al lector.