Exploraciones internas levantan preguntas sobre la condición humana
Por Iván Thays
Adrián Ormache, abogado de diez mil dólares mensuales, desayunos de trabajo en “La Tiendecita Blanca” y una familia que fotografía perfecto en las páginas sociales, descubre luego de la muerte de su madre que su padre, un marino fallecido también, destacado en Ayacucho durante los años de terrorismo, era un personaje siniestro que violaba presuntas terroristas y apañaba el rapto de campesinas por sus soldados. Pero hubo una, de nombre Miriam, de la que se enamoró y a quien quiso proteger manteniéndola capturada hasta que, finalmente, la muchacha consiguió huir. Ormache decide buscar a esa muchacha pero ¿para qué? Al principio, el relato transcurre dentro de las convenciones de lo policial y, por consiguiente, tanto el diálogo (del que deberían eliminarse varios “oye”) como algunos personajes resultan esquemáticos. Pero a medida que se distancia del género policial la novela da un salto cualitativo. Lo digo sin reparos: quienes se limitan a ver en La hora azul la fábula moral de un hombre limeño, de clase alta, reconciliándose con el mundo andino y desposeído, están descalificados para evaluar una de las novelas más inquietantes de la literatura peruana, y la mejor de Alonso Cueto. La búsqueda de Miriam por barrios marginales de Lima y Ayacucho esconde el verdadero recorrido de Ormache: un sumergible que avanza verticalmente hacia el horror que habita en el interior de todo ser humano y desde ahí se proyecta a la sociedad. De lo que somos testigos es de un personaje trágico en plena revelación o “anagnórisis”: la imagen de su padre es su propia imagen. Al encontrar a Miriam y relacionarse con ella, él no solo desplaza a su padre: se convierte en él y asume sus culpas, reconciliándose con sus propias zonas oscuras y sus contradicciones. No es gratuita, por tanto, la desconcertante escena en que acompaña a una muchacha, que conoce en un café, a una reunión de danzantes de tijera. Hay elementos mágicos y de purificación en esa visita, pero también de pesadilla, de descenso al infierno. Hacia el final de la novela, Ormache se torna intolerante con la superficialidad que lo rodea pues quienes han tenido esa exploración hombre-dentro se vuelven escépticos, cuando no cínicos, al conseguir desmontar el engranaje de las convenciones sociales. Alonso Cueto ha cogido una anécdota coyuntural (basada, según tengo entendido, en un hecho real) y la ha convertido en un cuestionamiento sobre la condición humana. De eso, y no de otra cosa, se trata la literatura.
La hora azul
Alonso Cueto
Anagrama/ Peisa: Lima, 2005