Notas al margen
Por Luis Pásara
La élite que se perdió el país
El desencuentro entre la sociedad peruana real y un grupo generacional con vocación pública mantiene la carencia histórica de dirigencia en el país.
Una de las explicaciones más importantes acerca del estado del país es su carencia crónica de una clase dirigente. Esta ausencia nos diferenció de la Argentina de hace mucho y nos ha distanciado de Chile desde el siglo XIX hasta la fecha. El Perú no ha logrado que en él se implante un grupo con visión de futuro y con capacidad de gestión para llevarlo por una senda definida y viable.
Acaso cuando más cerca se estuvo de eso fue entre los años veinte y treinta del siglo XX pero, ya entonces, se hicieron evidentes las dificultades que dejaron al país en manos de gentes improvisadas, atentas sólo a intereses de parte y de corto alcance. Que, cuando no buscaron su propio enriquecimiento, se limitaron a administrar nuestro subdesarrollo, provistos de la grandeza necesaria para ensanchar los limites de lo posible.
En el ambiente creado por el proyecto fracasado de Velasco Alvarado, se empezó a gestar un grupo generacional que hizo su aprendizaje político en la izquierda y que posteriormente se recicló, en varios sentidos. Muchos de sus miembros han sumado a sus calidades profesionales e intelectuales, capacidades de gestión, de producción y de conducción. Unos lo han hecho en grupos de trabajo profesional; otros han desarrollado las llamadas ONG; y, en los últimos años, algunos se desempeñaron en cargos públicos en los que mostraron talento y competencia.
Incluso, unos pocos han vuelto al país, luego de trabajar fuera por un tiempo. Probablemente, otros más retornarían en algún momento si vieran que en el Perú se les abre un espacio para ejercer su vocación pública. Pero, hasta donde puede avizorarse, tal eventualidad es sumamente improbable.
Hace algunas semanas, un distinguido miembro de esa elite sin implantación me confesaba en Lima la angustia que le genera el panorama electoral. Siendo él mismo alguien que no ha tenido militancia política ni alberga ambición personal alguna, según me consta, su preocupación no provenía del hecho de que una candidata de ese sector, Susana Villarán, no lograse siquiera aparecer en las encuestas. El tono desesperado de su voz tenía que ver con el probable dilema de tener que optar, como ciudadano, entre Lourdes Flores y Ollanta Humala.
El episodio ilustra la condición desgajada de esta élite que se ha perdido el país. Es un grupo que no se halla hoy reunido en torno a algún partido o líder pero que, mucho mas grave que eso, no parece encontrar un lugar donde ubicar su posible contribución pública. De hecho, una parte significativa de ellos ya ha optado por el repliegue al trabajo profesional.
La dificultad no reside, pues, en carecer de emplazamiento partidario. El problema de fondo consiste en que esta élite no tiene anclaje social. Pese a los valores de los que son portadores, sus miembros - hoy entre los 40 y 55 años de dad, aproximadamente, maduros en los varios sentidos de la expresión - no corresponden o no expresan a un sector social importante del país.
No pueden, pues, insertarse como elite. Cumplen los requisitos personales pero no tienen los vínculos con la sociedad que les permitirían desempeñar ese papel. Ciertamente, la ausencia o la debilidad de este nexo es un problema que no es sólo de ellos sino del país mismo.
El grueso del país ignora o desprecia a quienes tienen capacidades para formar una élite. O sospecha de ellos, como es el caso de la mayoría de los empresarios, demasiado conservadores o vastos para entender el rol que cabe desempeñar a quien piensa sobre algo distinto a hacer dinero. Carentes de una decisión de largo plazo y de un compromiso con el desarrollo de la nación, a la mayor parte de quienes hacen negocios en el Perú les basta con la ganancia. Lo demás estorba, aunque se ponga así de lado las posibilidades de contar con un país viable, en el cual el inversionista pueda incrementar beneficios.
Quizá la ceguera empresarial importe más debido al peso que este sector tiene en el juego del poder. Pero no es mejor la visión predominante en otros sectores. Las iglesias oscilan entre el conservadurismo y la mediocridad. Los militares, una vez liquidadas las inquietudes revolucionarias de hace mas de tres décadas, apenas atinan a defender porfiadamente las ventajas de sus fueros y ahora pretenden, con desfachatez, que se amnistíen sus crímenes. Y así sucesivamente.
Como si estuviéramos en plena Guerra Fría o en la España franquista, en el gabinete ministerial hay quien todavía hoy se refiere a algunos ex ministros del gobierno actual como "los rojos". Hasta ese punto se halla torpemente ideologizada la visión de las cosas en el país oficial que, radicalmente incapaz de aprender la lección que debieron asimilar con la guerra de Sendero Luminoso, hoy sólo reacciona con torpezas frente al rebrote subversivo.
Entretanto, el país real se halla dividido entre el atraso que viste de pobreza a la mitad de la población y el avance de un sector que se abre paso, haciendo dinero y escalando socialmente. Ni uno ni otros son conscientes de que el país requiere una élite para salir adelante.
Los sectores más pobres prefirieron –y probablemente prefieren– atribuir el papel de redentor a un líder fuerte que, como Fujimori, les arroje algunas migajas. Prevalece entre ellos la sicología del mendigo, que no se cree capaz de salir adelante y se halla a la espera de que la compasión de los que mandan le depare alguna mejora.
A los sectores venidos a más lo público parece tenerlos sin cuidado. Que los dejen hacer lo suyo –que es el billete– y, en consecuencia, alcanzar mejores condiciones de vida para quienes integran su entorno. Una cabeza dirigente para el país no está en sus planes. El estado, que sería uno de los centros de actuación de esa cabeza, parece ser visto, más bien, como una amenaza y no como un recurso que podría facilitar la expansión de este sector emergente.
Quienes avanzan, hoy en el Perú, embisten sin dirección global. Esto es, cada quien trata de moverse, lo más rápido que pueda, en el carril que tiene o cree tener. No se es consciente de que en la medida en que no avancen todos, el ascenso de algunos durará poco. Quizá algunos lo saben pero no les importa, porque sus planes están en otro lugar.
De una u otra manera, el país no está interesado en darse una élite que contribuya a conferirle dirección y perspectiva. Así, avanzando a trompezones, el Perú se dirige ahora a otra elección ruletera en la que puede salir elegido ésta o aquél, debido a razones de imagen. Pero, sin una élite que encare con capacidad los problemas del país, difícilmente podrá cambiar algo de fondo a partir del 28 de julio. Afrontemos el hecho de que el problema no sólo reside en una pobrísima oferta política. Se ha llegado al punto en el que tampoco hay una demanda social de una auténtica élite dirigente.