Por Luis Fernando Chueca
El jardín de las delicias
Violeta Barrientos Silva
Lima, Hipocampo editores, 2006 (2ª. edición)
Entre las muchas interpretaciones de El jardín de las delicias de Hyeronimus Bosch, prevalecen las que sostienen que se trata de un trabajo moralizante: el tríptico buscó ser, se afirma, una suerte de lección moral sobre la humanidad y su construcción de un falso paraíso (el "jardín de las delicias" del panel central, precisamente) que, desde la perspectiva cristiana del pintor, por su excesiva voluntad de placer y disfrute, conduciría al oscuro y cruel infierno que se observa a la derecha del conjunto. O, dicho de otro modo, las amenazas contenidas en ese terrible infierno advertirían a los seres humanos sobre el destino de una vida que había tergiversado los planes divinos del Jardín del Edén.
Entre esas múltiples lecturas, sin embargo, las que prevalecen no han podido eliminar las otras (el Bosco profesaba una religiosidad herética, estaba obsesionado con el sexo, era en realidad un visionario) ni mucho menos han logrado hacer olvidar que lo más notorio está quizás en la febril imaginación del pintor flamenco, en su carga onírica casi surrealista, en la imaginería corporal y sexual que nutre todo el cuadro, y que más que terror produce fascinación y deslumbramiento. Un canto impresionante de la creación artística.
Es de esa conjunción de posibilidades, creo, que Violeta Barrientos toma algunas de las bases para la construcción de su libro, también organizado como un tríptico con su obligado frontis. Como primera reacción uno diría que la propuesta de Violeta está alejada de la supuesta pretensión moral del Bosco. Aunque mejor sería decir que está alejada de esa pretensión moralizante y ofrece otra: El jardín de las delicias de Violeta Barrientos propone al arte y la poesía como asuntos centrales de su trama y recalca la necesidad de sumergirse en ellos casi hasta el delirio, a la par que expresa su capacidad de develar, revelar y hurgar en las diversas dimensiones del mundo. Así, a diferencia de lo que ocurre con el cuadro, el poema que le da título al libro, "El jardín de las delicias", se propone no como una ruta equivocada de la humanidad, sino como una imagen primordial, anterior a los diseños que el hombre ha hecho con el mundo: "El Hombre no ha descubierto aún en qué se diferencia", y en ese jardín de "fantasías interminables", "El río de la Claridad baña la orilla oculta del cielo / y el de la Armonía extiende sus brazos sobre la tierra". "Vida", "Armonía", "Goce", "Claridad", "Alegría", todas palabras escritas con mayúscula, son reveladas por la Poesía, también escrita con mayúscula y que aparece "vuelta al origen salvaje". Territorio inicial e iniciático y sin duda también espiritual en su intensidad corpórea (y decididamente sexual) el que recupera este poema: "Largas reflexiones sobre el monte de Goce / Pubis, inapelable camino del alma, hasta ti llego en peregrinaje".
El libro de Violeta Barrientos no desconoce, por supuesto, la dimensión religiosa de estos oficios de la palabra, pero la asume a condición de no reducirle su condición de fuego ardiente y purificador en el menos estrecho de los sentidos, y de redescubrir, por tanto, su revés fundamental: ahí están la figura del san Juan de Patmos que "Vuelve después de cada encuentro, / flamante, luminoso de intensa plenitud". Y ahí está también ese poema brevísimo poema en que leemos "Arroja a las llamas los textos santos / Su luz se hará más intensa".
La poesía hace el amor en este libro: lo construye, lo trama (lo traza) delicada y ansiosamente al mismo tiempo. Atenta y febrilmente. En la "alegoría gay" que es "La nave de los locos", somos testigos de la búsqueda de la plenitud y de un vital desbordamiento opuestos al cálculo "en tierra firme" de un viaje y nupcial en tiempo y dinero: la libertad de esta nave de alucinados en pos de la celebración de su libertad frente al estrecho convencionalismo que la sociedad ha diseñado como modelo ideal. Pero tampoco se trata de una fácil idealización de ese "continente clandestino", pues al final vemos la imagen de la poeta, también entregada a su propia búsqueda de palabras enfrentada a inevitables evidencias de soledad: "Y entre la noche y el día, / anudo y desnudo estos versos / mientras el mar se lleva los cuerpos / y las mesas quedan vacías".
También sexo y amor están en los "Cuerpos de amor" de la última sección o en los pequeños avatares que exploran algunos de los poemas de la segunda. Descubrimientos, soledades, hallazgos, decepciones, palabras y silencios en esos poemas de tono más íntimo y versos más breves, que igualmente alcanzan la profundidad de mirada constante en todo el libro. Una evidencia más es ese poema en que el amor, como el sexo, como la palabra, son, a pesar de todo lo demás, también y quizás fundamentalmente, maneras de mirarse a uno mismo: "Tu cuerpo es sólo una ventana / para amar lo que hay del otro lado / ese paisaje que me conduce a mí misma".
He dejado para el final la mención del infierno, que también tiene su lugar en este conjunto poético. No se trata aquí de una estancia que es consecuencia de la apasionada búsqueda del gozo y la plenitud en los marcos de la más espléndida libertad, sino resultado del poder usado en beneficio propio y del desprecio y la intolerancia. Eso se anticipa con el poema "Génesis", en que parecen develarse las bases del diseño del mundo: "La distribución del espacio fue voluntad / de reyes unos cuantos aventureros. / Cartas geográficas simbolizaron naciones. / Cifras, humanos". Un sistema, sobre todo blanco, masculino y occidental por el que "rodamos hacia el infierno y en esa caída / fuimos separados de la idea original del creador". En "El infierno musical", ese terrible escenario cobra dimensiones más urgentemente nacionales: la indicación "Perú 1980-2000" remite a los años de muerte, violencia y dictadura que vivimos hasta hace poco. Una sucesión de imágenes de agonía y desesperación, de tortura y terror se suceden construyendo el poema más extenso de todo el libro:
Un baño de sangre fría, vientres abiertos
rictus de torturados, cuerpos ardiendo.
Grandes labios como aspas sobre campos de cultivo
los postes se descuelgan como hierros vencidos.
Un ejército ha marchado sobre mí, estrujándome los huesos.
Portan cabezas empaladas, llenan los bosques de fugitivos.
Va la marcha hacia el trópico a fundirse en un solo brasero,
lágrimas y sudores abren el camino.
Al final del poema leemos que "La muerte sigue matando / la muerte sigue viviendo", como cuestionando de alguna manera que todo esto sea solamente pasado reciente y recordando nuestras responsabilidades en el avance de ese horror: "Sin sombra, sin cólera / sin piedad, hemos sido testigos. / Raza de víboras, nos dirán", termina el poema.
Si el jardín de las delicias ha sido extraviado por el hombre no es, pues, por la búsqueda de los más amplios extremos del amor, sino por lo contrario: por la muerte disfrazada de orden justo, por la ambición y la exclusión disfrazadas de verdad, por el deseo de poder disfrazado de ley legítima. La ética de este libro de Violeta Barrientos -su propuesta moral, si queremos- radica en la necesidad de redescubrir y encarnar la plenitud, en recuperar la belleza y el amor. Para ello pone en juego su palabra, intensa y exaltada, deseante y reflexiva, crítica y atenta. Y en asumir, es la otra condición, como "un camino a ciegas" -como lo dice el texto que abre el conjunto- ese riesgo.