Libro de Miguel Rubio documenta las acciones del teatro frente a la violencia interna
Por Rebeca Vaisman
"El aliento feroz de crímenes y masacres impunes se instaló también en el campo de la creación artística. Entonces pudimos sentir cómo ese cuerpo, centro y fuente de la acción, se diluía frente a nosotros, perdía valor, pues nada parecían valer los cuerpos de los cientos de peruanos víctimas de la violencia política que vivimos durante las dos últimas décadas del siglo pasado".
En este fragmento introductorio del libro El Cuerpo Ausente (edición del autor, 2006), su autor Miguel Rubio explica la paradoja con la que se encontró Yuyachkani, grupo teatral que dirige, al acompañar las audiencias de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR): "Mientras las diversas acciones que exploramos desde nuestros inicios estaban destinadas a expandir el cuerpo de los artistas al punto de tomar plazas y calles, de pronto teníamos que representar personajes desaparecidos, que ya no existen", recuerda Rubio.
¿Cuál es la postura del arte frente al fenómeno de violencia política que se vivió en el Perú?
Nunca se dejó de crear; en Ayacucho, por ejemplo, no se dejó de hacer canciones o retablos. Tampoco cesó la literatura o el cine, y muestras de teatro han seguido montándose, sobre todo en las zonas de emergencia.
Se dice que el artista necesita cierta distancia para recrear la realidad: ¿En este caso ese consejo te parece certero?
En realidad, la distancia consigue que la necesidad de intervenir sobre la realidad parezca menos urgente. En nuestro caso específico, nos sentimos involucrados inmediatamente y eso nos ha marcado para siempre.
¿Cómo calificas el papel que ha tenido el arte, tanto durante las décadas de conflicto como durante el proceso de la CVR?
El arte dejó de ser un atributo de los profesionales para pasar a ser medio de expresión de gremios, sindicatos y otros grupos ciudadanos. Se hacían murales; trabajadores se pintaban, se crucificaban. El poder también utilizó el arte: en los escenarios que construía Fujimori se usó la tecnocumbia y se convocó a una serie de artistas serviles aliados a la dictadura.
Teniendo como ejemplo Adiós Ayacucho, cuento que forma parte de la reciente antología sobre la violencia política, Toda la Sangre, y que es también una puesta de Yuyachkani, ¿cuáles son las diferencias entre la literatura y el teatro al enfrentarse y abordar una misma historia?
Al pensar en la puesta en escena de esa narración de Ortega, nos preguntamos cómo dar cuerpo a un campesino muerto, mutilado y masacrado que quiere recuperar sus huesos. Porque la literatura es dar voz a un pensamiento pero el teatro exige acción. Aparece entonces el personaje del cómico andino que presta su cuerpo al muerto. Y es eso lo que define nuestro camino: había que presentar, ya no representar.
Según M[iguel] Gutiérrez, la narrativa de la guerra parece haberse puesto de moda, luego de imperar una literatura del olvido. ¿Hablamos de una demanda del mercado o una necesidad artística?
No sería tan categórico en decir que es una moda. Nunca se dejó de escribir; lo que sucede es que, con el tiempo, han ido apareciendo nuevas aproximaciones y ahora esta literatura está siendo más notoria o evidente.
Si tuvieras que hacer una antología del teatro en los años de la violencia, ¿qué obras incluirías?
Obras de los grupos Barricada y Expresión en Huancayo; del José María Arguedas y su trabajo en quechua en Andahuaylas; del Estirpe de Ayacucho. Del teatro que estuvo en la candela. También está El caballo libertador de A. Santisteban. Y muchas obras más.
¿Cómo ha asumido el pueblo y gobierno peruano lo revelado en las audiencias públicas de la CVR?
Si la violencia es el gran tema del arte es porque esta no ha sido resuelta. No se ha tenido la capacidad de pedir perdón y asumir responsabilidades y, sin esto, no existe reconciliación. La CADE, que antes era un bailongo, esta vez ha tenido que tratar los temas de inclusión y desarrollo. Pero la palabrería tiene que volverse hechos concretos.
¿Qué hizo el gobierno pasado con el informe de la CVR?
Se presentaron ocho tomos que fueron recibidos en un acto público, pero cuyas recomendaciones no se ha seguido de manera suficiente. Creo que ha corrido la misma suerte que las crónicas de Huamán Poma, que se dejaron en el olvido.
Recientemente se ha instalado el Consejo de Reparaciones. ¿Qué puede esperarse de un segundo gobierno aprista, cuya primera parte mereció acusaciones de violaciones a los derechos humanos?
Me da mucha confianza la presencia de Sofia Macher, creo que ella cumplirá con una tarea que es muy importante. Parece que existe la voluntad política con respecto a la reparación. No quiero perder la esperanza antes de tiempo.