Perder un poema no es una catástrofe mayor, como perder a un ser querido, por ejemplo, pero suele frustrar los proyectos que dependían de ese poema, y la línea creativa que planteaba se interrumpe, y a veces no vuelve a resurgir. Los poemas perdidos raramente se vuelven a rehacer, y cuando se rehacen nunca quedan como antes, como no se queda igual después de un accidente. Pero así como un poeta suele perder uno que otro poema a lo largo de su vida creativa, también suele recuperar alguno que creía perdido para siempre, y esto compensa en algo los poemas perdidos, porque rescatarlos de las negruras del olvido es algo que procura una intensa satisfacción, según me cuentan todos los que hemos pasado por trance similar. Esto forma parte de la vida de un poeta, y todos podemos contar nuestros propios cuentos de aparecidos y desaparecidos, de hallazgos y extravios, de ausencias y retardos...
No es lo mismo un poema perdido que un poema quemado en una hoguera, o roto en mil pedazos como un espejo, o arrojado a una acequia o a un WC por el propio poeta. Los que uno destruye y aniquila son borradores, ensayos fallidos, pruebas puntuales que constituyen parte del aprendizaje del oficio, y que han sido sometidas a un control de calidad que no han superado: son los poemas desechados por malos, defectuosos, irrecuperables, los versos intransitables, destemplados y cojos de los que no se puede sacar nada, en consecuencia uno los quema y los olvida lo más antes posible. Algunos colegas míos –Juan Gonzalo Rose, Manuel Scorza, César Calvo- solían guardarse los mejores versos de un poema desechado, para ver cómo lo acomodaban en alguno que otro poema porque esos "se salvaban" del naufragio del barco, y de repente las mismas viejas metáforas amorosas aparecían en un nuevo poema de corte social, como una mancha incongruente en la pared azul, de un matiz equívoco, que observada de cerca parecía un retoque fotográfico. Yo mas bien prefería olvidar estos versos infortunados, estas semillas que no fructificaron y tratarlos como a humus fecundante que me nutre, como un colchón de olvido que bulle en mi inconsciente, por decirlo de alguna manera.
Pero los poemas que se pierden una vez terminados son otra cosa, representan la parte aleatoria y peligrosa del oficio de poeta: es más fácil perder una hoja de papel con un poema que un lienzo enmarcado en un bastidor, o una escultura en yeso de París, es evidente. Los pintores y escultores casi nunca pierden una obra, las rompen, las rasguñan, se las roban, pero no las pierden y los poetas sí. Uno pierde un verso o un poema por desatención, por olvido involuntario o voluntario, por exceso de prisa y defecto de memoria, por malos cálculos, por mil razones oiga usted. Y un poema es más difícil de volver a hallar, por su tenue existencia material y la imperfección de nuestra memoria, pero eso forma parte de los riesgos que comporta el oficio. Por eso cuando se recupera un poema que se había extraviado, es como recuperar un tul en una piscina, un camarada perdido en una mina, una carta de amor bajo la lluvia, un trompo de madera de naranjo...
Esta es pues una recopilación de esos poemas perdidos y encontrados que han ido sobreviviendo, de una antología en otra, desde mis primeros años de actividad literaria en Lima, a principios de los años 60, y no encuentran su ubicación en el conjunto de mi obra poética. A algunos se les pone como epílogo de Consejero del Lobo a otros de colofón de Contra Natura atendiendo sólo a su fecha de elaboración, y en general estos poemas flotan como archipiélagos entre unos y otros libros, sin conformar una unidad evidentemente pues nada los aproxima estilística ni temáticamente, y es solamente su condición de poemas sobrevivientes de alguna remota catástrofe lo que los clasifica en un casillero especial, donde todas estas irreductibles individualidades que son estos poemas tan distintos se dan la mano, se reconocen, al menos, como obras de la misma persona en momentos y proyectos diferentes.
Cronológicamente, el poema "El que regresa" que me publicó Manuel Mejía Valera en su revista Juego de Hojas en el año 1964, es el más antiguo. Lo escribí a finales de 1963, en La Habana, cuando ya hacía maletas para volver a Lima, y me preocupaba lo que en ella iría a hallar, al cabo de dos años de ausencia. Es un poema espacial diríamos hoy, que se me ocurrió cuando mi amigo el poeta polaco Kazimierz Piekaretz me hizo descubrir los Caligramas de Apollinaire, y unos poemas de Maiakovsky que se desplegaban en el espacio. Me pregunté como se vería un poema mío en el espacio y me salió éste, bastante largo por cierto. Algunos de los recursos tipográficos que utilicé en este poema, curiosamente, los iría en parte a aplicar en mi siguiente libro, que recién escribiría 5 años más tarde, en Europa.
Este poema pues, recién terminado, lo llevaba en el bolsillo cuando hice escala en México, el 16 de enero de 1964, para cambiar de vuelo pues Cubana de Aviación no llegaba al Perú. En el Distrito Federal llamé al cuentista peruano Mejía Valera, al que había sido recomendado por nuestro común amigo el poeta Gonzalo Rose, y Manuel me invitó a almorzar al día siguiente, en un restaurante céntrico. Durante el almuerzo Manuel me preguntó si no tendría un poema para su revista Juego de Hojas, muy bien pagado desde luego, como se acostumbra en México. Y yo tenía justamente ese poema en el bolsillo, yo me pregunto para qué. Acepté, desde luego, este regalo del cielo, y en cambio le entregué la única copia que tenía de "El que regresa", porque por entonces el papel carbón andaba escasísimo en Cuba, todavía no existían las fotocopiadoras y las computadoras personales aún no se habían inventado. Apenas llegué a Lima me olvidé del asunto, porque de inmediato me metí en otro rollo, y luego me aboqué a publicar mi primer libro de poemas que había escrito en Cuba, Consejero del Lobo, y seguí escribiendo en un tono derivado de aquel, pero dejé por completo la experimentación espacial en poesía durante muchos años.
Mucho tiempo más tarde, alguien me hizo llegar la revista Juego de Hojas y me sorprendí de encontrar ese poema mío, tan decididamente espacial, y completamente sui generis, que había totalmente olvidado. Pero como no tenía donde ponerlo, lo dejé pues donde estaba, y nunca se nos ocurrió, ni a mí ni a mis antologistas, incluirlo en ninguna edición de mi obra poética. Creo que desconocían su existencia, y yo tampoco la mencionaba, porque simplemente no me acostumbraba a ser el autor de ese poema, no porque fuera malo, sino porque no formaba parte de mi libro, y no tenía donde ponerlo. Y así pasaron los años, hasta que el profesor español Fernando de Diego lo encontró cuando reunía mi obra para una edición de mis Nuevos Poemas Completos, en España, y lo incluyó en el corpus de mi obra poética, con mi beneplácito. Fue el último poema que escribí en suelo cubano, a los 22 años de mi edad, regresando a mi país luego de mi primera salida fuera, y seguramente por eso todavía me impresiona.
Por cuestiones de seguridad, antes de salir de Cuba yo mandé a hacer 4 copias del manuscrito de Consejero del Lobo: la primera se la di a mi editor, José Mario Rodríguez Pérez, director de la editorial "El Puente", con quien suscribí un contrato de edición por 1000 ejemplares, por la que me pagaron 300 pesos de adelanto, que me iban a servir para pagarme mi pasaje de regreso a Lima por "Cubana de Aviación" y al final no me lo cobraron. La segunda copia yo me la llevaba para editarla también en Lima, pero temía que me la confiscasen los policías del aeropuerto de Lima, que ya me habían decomisado en una vuelta anterior la decadente novela El reposo del guerrero bajo el estúpido argumento de que también podía ser "el guerrillero"... Por esa razón le dejé la tercera copia a mi antigua novia Bertica Díaz Castro, que fue también la mecanógrafa del poemario, para que me la envíe por correo, en varias entregas de tamaño carta, una vez que yo hubiere verificado si habían moros en la costa. Y en fin la última copia la dejé en manos del peruano Raúl Dávila, el poeta-odontólogo, en quien no confiaba mucho, con otros poemas igualmente inéditos y papeles de trabajo, con el encargo de traérmelos a Lima o mandármelos por correo según yo le indicara, pues a él le tocaba regresar al Perú apenas dos meses después.
Mi copia la traje conmigo, dentro de mi única maleta, y los "perspicaces sabuesos" del aeropuerto de frente me la confiscaron con todos mis papeles, además de mi pasaporte, con su enorme rojo sello que decía "Estuvo en Cuba", que yo tenía que ir a reclamar al Ministerio del Interior. Si no dejo el poema "El que regresa" en México, también me lo hubieran confiscado, y seguramente ya no existiría. Perversamente me alegré de haberlo ya previsto, y de no haber perdido el único manuscrito de mi primer libro en las mazmorras de la comisión de censura de la PIP. Le mandé pues una carta urgente a Raúl Dávila, para que me mande mis papeles por correo certificado, y el me respondió que había quemado todos mis papeles por seguridad pues se iba a quedar en Europa a vivir, y ya no volvía al Perú, y finalmente Bertica fue la única que sí cumplió puntualmente, y me mandó el manuscrito en 5 abultadas cartas, que constituyen el original del libro, que tenía unas 80 páginas en papel cebolla con tinta azul, y del que en Lima publiqué sólo la última parte, la titulada "Eclipse" en la edición Cubana, que es la más completa.
Pero entre los papeles que Raúl quemó, había 2 poemas que me interesaban particularmente porque en ellos jugaba sobre un ritmo medio hipnótico, y trataba de inducir al trance por medio de las palabras, asociándolas por el sonido más que por las ideas, que yo llamé "Rito de la Memoria" y "Rito de la Conciencia", respectivamente. Eran poemas muy largos con paréntesis que encerraban paréntesis que encerraban paréntesis, como muñecas rusas, y siempre estallaban de sonido, asociaban sonidos y dislocaban sentidos y apelaban a onomatopeyas o lo que Alfonso Reyes llamaba Jitanjáforas, palabras inventadas, con sonido propio y un "sentido flotante" bien surrealistón, para qué. Y es que yo me encontraba en el centro mismo del ritmo y del sabor, en la mágica Cuba, donde todo es sonido, y todo sonido se articula en ritmo... Sabol! Por eso me dio pena perder esos poemas, porque pensé que ya nunca podría volverlos a rehacer fuera de Cuba, pensé que Cubita la Bella les daba el ritmo, que dependían del aire de la bahía de la Habana, y felizmente no era así.
Por esos días, ya de vuelta en Lima, me impresionó mucho un hecho del que fui testigo cercano: mi amigo Gonzalo Rose perdió los 42 textos de su poemario Informe al Rey, en un taxi, cuando lo llevaba a la imprenta. No era la primera vez que le pasaba, porque ya había extraviado alguno que otro poemario en un bar, pero esta vez si que le dolió, y tuvo el coraje y el buen tino de rehacerlo sobre la marcha, como el jinete que se cae del caballo y como no quiere enfriarse y agarrarle miedo al animal, se vuelve a montar encima, medio maltrecho... y Gonzalo lo rehizo enteramente en un par de meses, y me decía que lo había mejorado, que antes estaba muy verboso y ahora lo encontraba más preciso, más seco, como un buen Pisco sour... Ese ínclito ejemplo fue, creo, lo que me indujo a tratar de reconstruir, a poco de mi regreso a Lima, el tono y la manera de estos poemas perdidos a través de un poema, consecuentemente llamado "Rito de Purificación", que escribí en el Cuzco, en la cuesta de Colcampata, en casa de los Lomellini, durante un viaje memorable con Aurora Braun, en octubre del 65... Ese poema apareció en la antología Los Nuevos como parte de mi selección de poemas, que publicó Leonidas Cevallos en 1967. Comienza un poco guturalmente y marca el ritmo, y se va desarrollando como una envolvente ceremonia vudú o una bajada de santo en un Bembé. Pero este poema así aislado, parecía un error de mi poética, un camino equivocado como lo hizo notar José Miguel Oviedo: una golondrina no hace verano. Pero como mi intención era sólo la de experimentar, y no la de desarrollar un proyecto más amplio, quedó allí, como una suerte de delirio fónico con fondo de Ravi Shankhar, como un elefante de yeso partido en medio de la granja, que a veces aparece en una u otra antología, y siempre con erratas.
Otros notorios sobrevivientes de aquellas épocas son los 5 poemas de "Crónica", últimos rezagos de ese poemario que se llamó Ejercicio del Mando, que escribí inmediatamente después de Consejero del Lobo. Era un poemario medio torturado, sobre la muerte de algunos amigos cercanos, como Edgardo Tello, Javier Heraud, en la guerrilla del ’65, donde también murió Luis de la Puente Uceda, con quien alguna vez trabajé en Prensa y Propaganda de su partido, el MIR. Tuve la desverguenza de enviar ese poema al concurso "Casa de las Américas" y hasta hoy agradezco a los señores jurados, que tuvieron el buen tino de no darle ningún premio, porque era un libro bastante irregular, lleno de azotes que yo mismo me daba, y creo que torpe, desmanado, del que salvé las mejores partes antes de "darle candela" como dicen los cubanos, en una quema anual de papeles a la que sobrevivían sólo los mejores. Y de todo aquello sólo han quedado estos 5 poemas de "Crónica", que hablan de eso mismo, del dolor de la derrota, de los jóvenes muertos, del fracaso de la revolución, de la falta de sentido de la Historia... En un taxi perdí, como Gonzalo, el mejor poema del libro, "Ejercicio del Mando" que daba nombre a la colección y acababa diciendo:
"Sé que en alguna parte de nosotros existe la grandeza
pero ya es imposible percibirlo
sólo es el miedo, el hambre, la colera y la muerte…"
Pero ese nunca pude reconstruirlo. A veces lo he soñado.
Por aquellos atormentados tiempos de exaltados amores que solían terminar mal, tuve un ejemplar romance con una joven y bella pintora, Aurora Braun, uno de cuyos dibujos sirvió de carátula a la primera edición peruana de mi poemario Consejero del Lobo, que al fin pude pagar de mi bolsillo en Noviembre del 65, dos años después de haber terminado de escribirlo. Pero las cosas duraron un año apenas con la bella judía, y al cabo de dos abortos ambos salimos maltrechos del asunto, ella se casó con otro, y yo escribí un par de poemas "Relato de Otelo" y "Relato de Odiseo" que nunca supe dónde poner, y entraron en diversas revistas y antologías, pero generalmente fuera de contexto, porque venían del brazo uno con otro, como el amor del dolor... A esos también los perdí de vista, y los recuperamos para mis Poemas Reunidos de Mosca Azul en el 87... Otro que rescatamos de una revista mimeografiada llamada "El Gallito Ciego" que sacaba Mirko Lauer con Leonidas Cevallos en La Católica de mediados de los ‘60, es el poema "Adolescente que Despierta" por el que siempre tuve un cariño especial, y me sentí feliz de haber vuelto a encontrarlo, encantado de haber sido yo quien lo escribiera... Es de aquella misma época dramática y sombría, pero a través de sus versos se filtra el Sol serrano, el frío aire de la cordillera, que te despierta de la pesadilla y te revela el mundo otra vez...
Mi segundo libro de poemas, Contra Natura, fue curiosamente desencadenado por un poema que omití en el libro, no sé si voluntaria o involuntariamente. El caso es que "Canción de la Inglesa", que me dio el nuevo tono que yo andaba buscando en la poesía anglosajona, se quedó fuera del libro, como Moisés fuera de la Tierra Prometida, y ya nunca fue parte de ella, a pesar de su obvia y estrecha vinculación. El poeta Pablo Guevara ha hecho todo un enjundioso y larguísimo estudio de este poema, que se ha publicado yo creo en Internet aparte de otros medios, pero este poema tampoco tiene un libro al cual pertenecer, y cumplida su misión de detonador del libro, se ha quedado en la orilla. Es por eso que también integra este heterogéneo volumen, porque los poemas tempranos suelen tener el mismo destino que los tardíos, y nunca están en el cogollo del manjarblanco, si entiende usted lo que quiero decir, sino en su periferia doradita...
En 1975, ya pasado el furor creativo que tuvo como resultado final Contra Natura y ya publicado el libro, escribí un par de poemas de tema psicoanalítico, "Escena Prima" y "Paisaje con Infante" pues ya estaba próximo a terminar un tramo de mi psicoanálisis y comenzaba a interesarme en él en tanto que tema y forma literaria, lo que me llevaría a escribir la novela Aprendizaje de la Limpieza todavía en el 78, que reproduce fondo y forma del tratamiento psicoanalítico que pasé durante 7 años, principalmente en París. También esos poemas se quedaron flotando por ahí, fueron publicados en revistas, y después se les adjuntó a los Poemas Reunidos que sacó Mosca Azul, porque nadie sabía donde meterlos.
Por aquella misma época, mediados de los ’70, fue cuando viví en Mallorca y anduve jugando con la posibilidad de "oscurecer la oscuridad" haciendo unos poemas sin estructura lógica, sin armazón conceptual, mas bien impresionistas, o puntillistas, que se guiaban en la noche por asociaciones de imágenes y sonidos, en torno de un tema central, que terminó siendo El Tarot, las 22 cartas del Tarot de Marsella como soporte iconográfico, temático y simbólico. Era una selva de referencias, y visiones y símbolos y sonidos que yo escribía medio sonámbulo, y como no estaban cortados rítmicamente como versos, y de ninguna manera tenían rima, no era fácil de acordarse de ellos, parecían imágenes de revistas clavadas con chinches en un muro, y nunca me aprendí de memoria ninguno de esos poemas. Mi amigo el pintor argentino Fernando Maza, que me alojaba en su casa de la Cala de Deya, donde escribí muchos de esos poemas, ilustró uno de ellos, creo que la carta correspondiente a "Maison Dieu", o La Torre, que yo había escrito a mano hasta la mitad de un pliego de cartulina, en cuya otra mitad Fernando dibujó unas letras volumétricas cayendo de las alturas sobre fondo de desierto rojo, y hasta lo vendió a un coleccionista. Era sólamente un ensayo, porque ambos ya habíamos decidido hacer un libro juntos, con las fantásticas guaches de Fernando en el reverso de mis textos, y hasta habíamos ya hablado con la agente Carmen Balcells para que nos busque editor...
Cuando regresé a París en septiembre del ’75, ya tenía los borradores listos, sólo faltaba corregirlos; y aquí es donde sobrevino la catástrofe.
Había ya dado por terminados 4 poemas: "La Papisa", "El Colgado", "El Papa", "Rueda de la Fortuna", que guardé en mi escritorio, y salí a pasear por los bulevares, con los 18 restantes poemas en mi bolso de cuero que colgaba de mi hombro, y era una tentación para los rateros. A mí me encantaba sentarme en un café del Barrio Latino, con el noble propósito de corregir allí mismo mis poemas, viendo pasar a la gente variopinta de París, tomádome un expreso, distraído mirando a las hembritas... Y no pasó nada, nadie me robó el vistoso bolso, ni me bolsiqueó en el Metro, ni me miró mal, y avancé un montón con la corrección de los poemas. Ya por la noche, cuando me tomaba un aperitivo en mi bistrot favorito, "Le Rosebud", rue Delambre, antes de irme al cine, con el bolso posado a mis pies, me distraje y salí raudamente hacia el cine sin el bolso. Llegado a la esquina, me di cuenta que algo me faltaba y regresé volando al bistrot, donde ya no encontré el bolso donde lo había dejado, nadie me dio razón, y le pregunté a Daniel, uno de los mozos, si lo había visto. Reflexionando un poco me dijo que ya sabía quien podía tenerlo, y me prometió recuperármelo en un par de días, aunque no quiso darme el nombre de su posible secuestrador. En efecto, dos días después Daniel me devolvía el bolso, pero completamente vacío, explicándome que lo primero que había hecho el tipo que lo encontró, era vaciar todos los papeles a la acequia que bordea el Rosebud, que eran mis 18 poemas de "Tarot", ni más ni menos. Casi me muero. Ahí mismo me di cuenta que nunca más podría reconstruir nada, porque no recordaba siquiera uno completo. Quedaron 4, que se han publicado aquí y allá, y últimamente se anexaron a la cola de Contra Natura en la edición del Fondo Editorial de San Marcos del 2002.
En fin, "Nudo Borromeo" que forma parte central de esta selección realizada por el azar, el descuido, el destino, es seguramente el poema más largo que he escrito, y para alguno que otro crítico, el mejor. Y esto seguramente porque por aquel tiempo, principios de los ’80, yo andaba interesado en la técnica del poema largo, pero no narrativo, ni hímnico, sino dividido en stanzas, o momentos, planeaba escribir un nuevo libro con varios poemas largos, de los que tenía una serie de borradores que me llevé a una granja de la región de Borgoña, Francia, donde nos invitó una amiga de mi pareja de entonces, Anne Van de Casteele, y allí pasamos un mes en el verano de 1980. Me dediqué obstinadamente a terminar el poema, y conseguí integrar varios momentos en una escritura fluida, heterogénea, reflexiva, suerte de Ouroboros que se enrosca y se muerde la cola estrellada, y deja al Enigma intacto, al centro... Pero ese poema se comportó mas bien como un agujero negro, que debido a su extrema condensación se chupó todo el material que pensaba poner en otros poemas, y no me dejó ni un conchito para iniciar desde allí el siguiente poema... Me dejó completamente exhausto, vacío, hastiado, sin las menores ganas de escribir otro poema largo. Me acordé del verso del Bardo Criollo, "Toda repetición es una ofensa", y lo dejé ahí nomás. Lo publiqué en una revista llamada Escandalar dirigida por el cubano Octavio Armand, y luego ha salido aquí y allá, incluso hay una excelente traducción al inglés por mi vieja amiga Alita Kelley. Ahora también ha sido adscrito como poema-satélite a la última edición de Contra Natura, en donde nada tiene que ver, pero en absoluto...
Si la intención última de este nuevo ordenamiento de mis poemas es que ninguno se quede sin techo, sin libro a quien reclamarle su lugar, debo entonces incluir en este volumen aquellos poemas que escribí para presentar la exposición de algún pintor amigo. Hacían las veces de catálogo, y el primero de ellos, "4 Proposiciones para Max Reihman" lo presentamos, traducido al francés, en ocasión de la primera exposición de este amigo alemán, en el Salón de Jóvenes del Centro Pompidou, en París, en octubre del ‘77. Luego, al filo de los años, fui escribiendo otros catálogos para otros pintores amigos, Herman Braun, Emilio Rodríguez Larraín, Armando Andrade, Oswaldo Sagástegui, Ricardo Wiese, Sylvia Westphalen... Los hemos pues dispuesto en una sección titulada "Catálogos". Y antes de cerrar las puertas e irnos, incluiré unos últimos pasajeros que he recogido como de pasada, para que no se queden a la intemperie: unos poemas que flotan entre Lima, México DF y Altafulla, lugares entre los que pasamos una temporada algo accidentada con toda la familia, a principio de los ’90.
Aspiro a que esta reunión de poemas de diversos momentos, épocas, y países, perdure en este mismo orden, bajo esta misma ensena, pues por fin tienen su libro de referencia esos poemas que erraban en el espacio, rebotando de libro en libro, y ahora han encontrado su sitio y orden definitivo.
De cualquier modo NUDO BORROMEO Y OTROS POEMAS PERDIDOS Y ENCONTRADOS se plantea como un volumen independiente de Consejero del Lobo, Contra Natura y Memorial de Casa Grande constituyendo, de facto, el cuarto volumen de mi obra poética.
Rodolfo Hinostroza
30 de junio del 2006,
Lima, Perú.