Por Róger Santiváñez
Te amo pero estoy solo, con este hermoso y contradictorio verso de Dylan Thomas que Juan Vega transcribió en uno de sus poemas, queremos iniciar una breve reflexión sobre la generación de poetas surgidos circa 1990. Y es que no puede ser que 2 de sus más connotados miembros nos hayan dejado aquí "en este valle de lágrimas a donde nunca pedimos que nos trajeran". Pero ya nos trajeron. E igualito nos iremos. Carlos Oliva y Juan Vega sólo se nos han adelantado. 2 neones.
Esta nota debió ser una crónica sobre la romería-recital que el grupo de amigos de lo que fue el Movimiento Neón organizó el pasado 24 de enero, conmemorando el segundo aniversario del pase a la gloria de Carlos Oliva, poeta maldito trágicamente muerto arrollado por su radical vida nocturna (y una combi) en la avenida Caquetá de Lima.
Debía ser eso. Pero ya no. Ahora debe ser un intento de homenaje. Aquella tarde crepuscular en el camposanto de Los Sauces -allí donde termina la ciudad por ese extremo- Juan Vega hizo uso de la palabra para recordar a Oliva y la lucha poética de los 90´s. Neón -dijo- quiso ser esa luz, esa pequeña luz que nos alumbrara entre la inmensa oscuridad que reinaba en el Perú a principios de esta década.
Sencillamente pero con profunda significación la frase conmovió a los presentes instándolos a estar con Oliva brindando una "Primera" (ese potente licor de caña del norte) y rociar su blanca y pura morada, para calmar en algo su angustiada estadía en la otra orilla.
Al caer la noche volvimos a la ciudad. Juan Vega nuevamente estaba organizando una coordinación poética entre todos los poetas jóvenes para un evento que fusionara las artes, y pusiera en evidencia la novísima creación generacional de los 90´s. Mas llegó el extraño día del 31 de enero. Por la noche asistió a la presentación de Killka Blues en el centro de Lima. Estaba alegre y locuaz. Luego se le ve con sus alcohólicos ojos celebrando por las aceras y bodegas de la calle más sucia y carismática de La Horrible: el jirón Quilca. A las 11:30 pm se despide persona por persona de todos sus amigos presentes. Y va hacia la avenida Wilson.
Hay testimonios de su dificultad -bajo el estado bohemio- para cruzar autopistas y avenidas de tráfico flagrante. Ahora Juan Vega llega casi a la esquina de Wilson y La Colmena. Atraviesa la aglomeración automovilística del primer carril y se enfrenta solo a la avenida ahíta del caos y el clamor urbano. Un auto -fugaz y desconocido- estrella al joven poeta contra el pavimento. Su risa fácil y contagiante, su fina figura claramente morena; sus lentes de carey anti-intelectual yacen heridos difíciles bajo la noche. Llega aún con vida al hospital Loayza mas su corazón ya no resiste. Deja de latir al borde de la medianoche.
Perplejos ante la noticia, hemos llegado hasta el lugar de los hechos a la vera del "Mokambo" un viejo y poco prestigiado night-club cuyo frontis ostenta una rara divinidad pagana trabajada en metal.
2 atropellados. 2 neones. 2 poetas jóvenes. Qué pasa. Entonces uno piensa en una generación arrasada, en el sentido de golpeada, oprimida por la dureza del sistema. Alargando (como un chicle) la figura podríamos decir que esta sociedad al ofrecer poco o nada a los jóvenes los lleva a una búsqueda de la muerte -pero no directa, sino diagonalmente-. O sea: la propuesta de un desorden de los sentidos que autodestructivamernte coquetea con la Parca. "La Fulera" como hubiera dicho Oliva. Esa vida en el riesgo permanente en la que también estaba (a su manera) Juan Vega. Y a veces liga. Sin querer queriendo.
Esa desolación, esa desesperanza, esa nada que nos parece englobar, de hecho nos reune finalizando el siglo y el milenio, cuando ya nadie cree en nadie. Pero si es cierto que siempre la noche más oscura es preludio del amanecer más puro; que los 2 neones y en este caso Juan Vega, sea ese lucero prístino que logre reconciliarnos con la vida.
Lima, la Pacha, febrero 96.