Testimonio: A propósito de la nueva sala de fotografía en el MALI, su curador, Jorge Villacorta, hace memoria, habla de imágenes y de una salud recuperada
Por Rebeca Vaisman
Jorge Villacorta se acomoda frente a su cheesecake (“soy más de postres tradicionales, pero bueno...”) y recuerda cómo los ómnibus pintados de rojo intensísimo rompían de manera fantástica la gris monocromía del Londres de finales de los setentas. Llegó a Europa en 1976, con dieciocho años, para estudiar genética en la Universidad de York. Fue testigo de una serie de eventos que cobrarían importancia más adelante en su vida: el final del conceptualismo británico y los inicios del auge del videoarte y sus atrevidas exposiciones; la polémica y novedad que trajeron consigo los primeros tiempos del parisino Pompidou; y por supuesto, la explosión punk. Porque Villacorta llegó a un Londres de dos caras: una, la que se manejaba por normas y que funcionaba hasta la hora de salida del trabajo, cuando empleados y funcionarios de todo tipo tomaban el tren o el metro en masa y se dirigían a sus casas. Y otra, chirriante, maltrecha y ríspida, que aparecía a medida que avanzaba la noche, encarnada en jóvenes de ropa desgarrada sujeta con imperdibles, de narices y bocas perforadas y cabellos que se mantenían en punta gracias a kilos de vaselina, y que se iban a apropiando de calles y estaciones del subterráneo. Aún recuerda estas imágenes, alucinado.
Y es quizás por los recuerdos, por el postre que ya va por la mitad, o por el entusiasmo con el que habla que, frente a Villacorta, es fácil olvidar que recién está recuperándose de una larga dolencia que prácticamente lo inmovilizó durante cuatro meses. “Yo he sido muy descuidado con mi salud, y mi cuerpo me pasó la factura. Puedo describirlo como que colapsé: una tremenda inflamación muscular, dolorosísima. Tengo que haber estado rumbo a la demencia para haber seguido ese ritmo de vida: a veces tenía reuniones de trabajo que empezaban a las 12 de la noche. Ahora estoy en circulación nuevamente, pero los doctores me han dicho que tengo que disminuir la velocidad de mi vida y hacer pocas cosas a la vez. Fueron muy claros: todo depende de cuánto quiera usted seguir viviendo, me dijeron. Yo tengo cuarenta y ocho años... El estrés no es poca cosa”. Y con la ansiada sala de fotografía del Museo de Arte, una muestra en el Museo de la Nación llamada “Urbe y Arte” y la reciente inauguración del Festival Vibra, en el Centro de la Fundación Telefónica, proyectos tras los que está, le queda un deseo: “que mis doctores no se hayan enterado de todo esto”.
Sobre imágenes tiene mucho que decir: que no son pocos los artistas e intelectuales que miran por sobre el hombro a la fotografía, “y no reconocen que probablemente sea el medio de creación más rico que ha habido en la historia de las artes visuales en el Perú”. También que, en un país con tanta propensión al olvido, más que la existencia de un archivo es importante la presencia de una exposición. “Prueba de esto es Yuyanapaq: su existencia de manera permanente es tan necesaria como la de un Museo del Holocausto, por ejemplo. Es difícil, porque incomoda. Pero el día que no nos incomodemos, que no nos duela, que no saque roncha a la población y a los políticos, ese día estamos muertos”, afirma. Y por eso celebra la feliz coincidencia de su inauguración en el Museo de la Nación, justo antes de que el MALI abra las puertas de la primera sala permanente de fotografía del Perú.
Su participación en este importante proyecto se suma a una larga lista de actividades: de enseñanza en la Maestría de Comunicaciones de la Pucp, dirección de la galería Punctum, y una infinidad de iniciativas artísticas. Y es que después de cinco años en Inglaterra y una beca en Suiza volvió definitivamente al Perú una semana antes de las elecciones del 85, en las que saldría elegido, por primera vez, Alan García. “Yo que llego tarde a todo, ahí sí llegué puntual”, dice, y agrega: “Lamentablemente”. Aunque empezó a trabajar en la Unidad de Genética Médica del Hospital del Niño (aún lo hace, en el Proyecto de Banco de Tejidos), pronto el arte, parte fundamental de su formación y de sus intereses desde que muy pequeño, se convirtió también en una posibilidad laboral. A finales de la década de los ochentas comenzó a colaborar con críticas de arte en la revista Oiga, y luego en otros medios. A partir del 96 se concentra en la curadoría, “un trabajo que se ha intensificado: en estas dos semanas estoy inaugurando tres muestras diferentes”, admite, no sin cierta culpabilidad de quien reconoce que aunque difícil, es también necesario descansar un poco de tan temerario renacentismo. Aunque sea un poquito.