Thursday, August 17, 2006

Enrique Congrains Martin: "Creo en el poder de las ideas"

Entrevista de Paolo de Lima

Después de cincuenta años de abstención literaria, una brevísima novela-objeto, y dos novelas de largo aliento. Y a partir de ahora, ¿el enmudecimiento definitivo?
No será así. Por lo menos tengo el esquema de cuatro novelas más. Gozo de buena salud, y me gustaría que esas obras "en mente" no se queden allí, sino que se sometan al juicio de la crítica y de los lectores.

Una de las primeras cosas que llama la atención de El narrador de historias es precisamente el tipo de narrador que tiene a su cargo la historia: un narrador que constantemente está hablándole al lector. ¿Por qué eligió para su novela este tipo de narrador?
No creo que haya sido algo premeditado. En los primeros borradores apareció ese testigo o ese "ojo", me gustó, y lo exploté a lo largo de la novela. Creo que ha funcionado.

En una entrevista que le hace el crítico Wolfgang Luchting en su libro Escritores peruanos, qué piensan, qué dicen le pregunta por una interpretación que él hace de su novela No una, sino muchas muertes como una alegoría revolucionaria, interpretación que Ud. comparte. Esta segunda novela suya, El narrador de historias, ¿puede verse también como una alegoría revolucionaria?
Sí y no. Yo sostengo que el verdadero tema, aunque oculto desde luego, de No una, sino muchas muertes es la lucha por el poder (Maruja lucha por hacerse del poder de esa banda de los extramuros). En El Narrador por supuesto que hay una alegoría revolucionaria, sobre todo encarnada en Nanda Sepúlveda, pero la novela abarca muchos más temas, como el filosófico, y como el destino del propio personaje Cayetano Cómpanis, que en el transcurso de la novela deja la narrativa oral por dedicarse a ser como una especie de Ignacio Ramonet, el director de Le Monde Diplomatique.

El narrador de historias cuenta con tres finales, dos anexos y dos secciones (a modo de lentes de aumento y anticipación) con información adicional. Lo último que se lee en la novela dice, dirigiéndose a los lectores: "No insistan, esto se acabó, comprueben que la página que sigue a ésta es una página en blanco, y retomen el consejo que di una hora atrás: cierren este libro y abran otro, y no olviden que el portugués [Saramago] es bueno, muy bueno. Y si no les gusta leer, jódanse ustedes mismos, pero por lo menos hagan la prueba de empezar a pensar a partir de cero, y si tampoco aceptan esta propuesta, les doy una mucho más simple: por más fortalecida que les llegue esta religión o aquella ideología, nunca más en sus vidas se dejen meter el dedo a la boca ni lavar el cerebro". Sin embargo, el verdadero final del libro es un "the end". ¿Por qué ese final en inglés?
En primer lugar, tanto "the end" como "okey", y algunas más ya no pertenecen estrictamente al inglés sino a un esperanto universal. En segundo lugar, en todo El Narrador me tomo ene cantidad de libertades, y ese "the end" es la última. También "the end" es tanto parte del inglés y de un idioma universal, pero también lo es del lenguaje cinematográfico. De repente quise decir un "se acabó la película". Una última razón: había abusado mucho de la palabra "fin", y me pareció conveniente burlarme de mí mismo, de los lectores, y de la propia novela, con ese cambio de matriz linguística.

Maruja, la protagonista de su primera novela, tiene la misma edad (17 años) que Cecilia Barboza, la chica argentina que junto a su enamorado Fernando Arias, ayudan a conjeturar a Cayetano Cómpanis sobre lo que venía ocurriendo en el Protectorado. ¿A qué se debe esa coincidencia en las edades?
Ahora que leo la pregunta caigo en cuenta de la coincidencia. La explicación sería que, en mi opinión, es la edad en que muchas mujeres se escapan de la adolescencia y asumen su libertad. En el caso de los hombre se retrasa un par de años.

En la novela aparece mencionada varias veces Canto de sirena de Gregorio Martínez. A propósito de este autor, ¿tuvo Ud. algún tipo de acercamiento con el grupo Narración? ¿Alguna opinión sobre el mismo?
Hace muy poco tiempo, y a través de mi correspondencia con Gregorio Martínez supe de la existencia de ese grupo. Pero cuando existió yo debo haber estado viviendo en Venezuela o tal vez en Colombia. Con Gregorio tengo una magnífica amistad epistolar, pero nunca hemos estado frente a frente.

Durante el primer gobierno de Fernando Belaúnde Terry Ud. colaboró "activamente en la realización de las expropiaciones bancarias que efectuaron, coordinadamente, varios partidos y grupos de la izquierda revolucionaria" (declaraciones suyas a Luchting). Cuénteme un poco sobre esta experiencia.
Sí, en efecto, allá por el año 65 varios grupos de izquierda nos unimos, se decidió hacer una expropiación, y yo colaboré en el traslado de armas. Lamentablemente no me asignaron mayor responsabilidad que la ya mencionada. Estuve varios meses detenido en la carceleta del Palacio de Justicia y después en el Hospital Obrero, el que queda en la Av. Grau. No me arrepiento de lo que hicimos. De esa época guardo recuerdos y admiración por Ricartdo Letts, por Ricardo Napurí, y por José Fonkén. En honor a la verdad histórica, debo mencionar que no hubo participación ni de Ismael Frías ni de lo que después sería Sendero Luminoso, aunque sí recuerdo claramente que ya por entonces se hablaba no de los "terrucos" sino de los "terrones". Nunca he averiguado si se aludía a lo mismo.

Sus últimos libros no tienen como base la temática peruana.
Mis tres primeros libros fueron hechura de un pichón de escritor que nunca había salido de Lima, y que inclusive conocía poco del Perú andino y amazónico. Después de mis veinticuatro años he vivido fuera del Perú la mayor parte del tiempo. Tengo una visión muy latinoamericana y, hasta diría, mundial.

¿Cómo escribe usted?
Como todo el mundo lo hace ahora, o sea en Microsoft Word y computadora. Según sea el texto o el tono, puedo pulir cada párrafo antes de pasar al siguiente, o bien puedo escribir decenas de páginas de corrido sin preocuparme del "acabado". Pero de una u otra forma, siempre empleo más tiempo en corregir y recorregir, que en lo que fue la redacción inicial.

¿Algunas otras particularidades?
Sí, me gusta diseñar mis portadas. Durante toda la redacción de 999 Palabras Para el Planeta Tierra, frente a mí vista tenía una gigantografía con la portada. Dicha "visualización" del libro supuestamente terminado me ayudó mucho. La portada de El Narrador de Historias también es diseño mío.

Entre El Narrador de Historias y 999 Palabras Para el Planeta Tierra, ¿con cuál se queda o por cuál apuesta?
Con 999 Palabras. Aparte de tener un argumento más original, es una obra que asume mayores riesgos. Es una obra muy pedagógica, muy incitadora del autodidactismo, y de la curiosidad intelectual y científica. Espero que una de las conclusiones que se saquen de su lectura es que el país de cada ser humano es el mundo. Una última acotación: siendo una novela tremendamente seria, creo que es muy divertida, pero no en el sentido de que sirva para olvidarse de la realidad, sino para ver esa realidad con humor, ironía y sarcasmo.

¿Por qué dice que en 999 Palabras Para el Planeta Tierra asume mayores riesgos?
En esta nueva novela no hay protagonista, no hay "héroe", no hay ni amor ni sexo. En realidad, no se parece en nada a El Narrador, salvo una que otra obsesión muy mía, y muy de esta nueva etapa, como la presencia del periódico y del comentario periodístico.

¿Cuál es su proyecto más inmediato?
Conseguir un agente literario que me represente. Eso deberá quedar resuelto en este año.

¿Por qué eligió Bolivia como país de residencia?
Por razones familiares. Mi esposa es cochabambina. Nos conocimos en Venezuela, y después vivimos quince o más años en diversos países latinoamericanos. Finalmente, decidimos asentarnos en su tierra.

¿Se ha sentido un poco enclaustrado viviendo en Bolivia?
Para nada. Bolivia es bastante cosmopolita, y ahora con internet y con la televisión por cable, en cualquier lugar uno se siente habitante del mundo.

¿Viaja con frecuencia al Perú?
Hasta hace un par de años, sí, y por razones editoriales, pero no literarias. Hace como un año largo que no voy.

En el distrito de Santa Anita, en Lima, existe una calle que lleva su nombre.
Se trata de algo surrealista. En realidad, la culpa es mía por haber hecho un paréntesis de 50 años en cuanto a publicar. Deben haber supuesto que ya estaba fuera de este mundo.

El próximo año cumplirá los 75.
Así es. Y aunque es evidente que no me siento joven, tampoco me siento viejo, en el sentido que el tener setentaicuatro años me esté privando de alguno de los placeres o responsabilidades de la vida. Creo que la ancianidad es un estado mental. También creo que el trabajo es uno de los mejores antídotos contra el paso de los años.

¿Con qué escritor le gustaría conversar largas horas?
Con José Saramago.

¿Usted es el tradicional escritor o intelectual bohemio?
Ni bohemio ni noctámbulo. No bebo ni fumo. Mi mayor vicio y uno de mis mayores placeres es la lectura. En ese sentido, soy un lector voraz.

¿Es cierto que usted pinta?
Sí, hago pintura abstracta con acuarela o con técnicas mixtas y también esculturas en madera y en metal vaciado. Me encantaría exponer en Lima.

¿Qué cosas son las que mayormente le preocupan?
En lo más inmediato, la carnicería que a vista y paciencia de todo el mundo está cometiendo Israel en el Líbano. En mi opinión, no es otra cosa que la extensión de la guerra y ocupación de Irak. Creo que los Estados Unidos están provocando al mundo islámico, y que existe el riesgo de que esto sea el germen de una tercera guerra mundial. En lo cultural, me preocupa muchísimo cómo la juventud se frivoliza cada vez más: la televisión anestésica, los juegos electrónicos, el chateo intrascendente. Creo que nos espera menor número de lectores, pero eso sí, mejores lectores. Todo lo referente a la educación también es muy preocupante. En las nuevas potencias asiáticas, cada vez se estudia más horas y con mejor rendimiento académico. En China estudian diez horas diarias. En todo el oriente, se toma con mucha mayor seriedad la formación.

¿En qué cree usted?
En el poder de las ideas. En el potencial, lamentablemente menospreciado, de la formación autodidáctica. Y en la absoluta igualdad de todos los seres humanos.