Personajes: Pablo Guevara (1930-2006) fue la voz cósmica en una falange de poetas memorables
Por César Lévano
Con Pablo Guevara desaparece una de las voces más notables de la llamada generación del ’50, que incluye a Alejandro Romualdo Valle, Blanca Varela, Washington Delgado y Juan Gonzalo Rose.
Temprano, casi sin darse cuenta, había comenzado a escribir poesía, y de súbito se enteró de que le habían otorgado el Premio Nacional de Poesía. Tenía 24 años de edad.
Ha contado él mismo cómo se sintió desconcertado cuando empezaron a invitarlo para que recitara sus versos ante los públicos más variados. Su poema "Mi padre" sería desde entonces algo así como su marca de fábrica. Marco Martos ha señalado que una de las características de Guevara es el canto del hogar, siguiendo la senda trazada con ternura profunda por Vallejo.
Entonces decidió recorrer el mundo, incluido el Perú. Partió a Europa, residió en España y Dinamarca. Infatigable lector de poesía, narración y filosofía, fue ante todo un ser vital, deseoso de conocer el orbe y comunicarlo.
En décadas recientes, enseñó cine y técnicas audiovisuales en la Escuela de Comunicación Social de San Marcos. No en vano había producido cortometrajes de alta calidad.
Sus colegas y sus alumnos lo recuerdan como un hombre apasionado del diálogo, ajeno a todo estiramiento magistral. Su atuendo mismo, informal y ligero, su andar mochila al hombro, daban la impresión de que estaba a punto de viajar o que acababa de retornar de una travesía.
Su poesía se nutrió de esas esencias. Cuando me obsequió los cinco volúmenes de La Colisión (ópera marítima en cinco actos), que gira en torno al hundimiento del gigantesco barco Titanic, puso en su dedicatoria: "A César Lévano estos viajes y vueltas, idas y venidas, de un barco aventurero y algo escéptico".
No era un descreído; pero hacía años que había llegado a la conclusión de que en nuestro país y en el mundo se producían a cada momento choques violentos entre un gigantesco iceberg y un barco al parecer inconmovible.
Antonio Machado escribió que es preferible ver negro a no ver. Pablo era algo escéptico. No lo era totalmente. Creía en el Perú, admiraba sus antiguas culturas, confiaba en los jóvenes que, cargados de ilusiones, lo rodeaban con afecto y admiración.
Poeta de lo cotidiano, de lo inmediato, buscaba ansiosamente el secreto de las vidas sencillas. Pero asimismo atisbaba los grandes secretos del Cosmos y de la historia. Al escoger la tragedia del Titanic, hundido en 1912 con sus 2,223 pasajeros, de los cuales 1,503 perecieron, nos entrega una advertencia, casi una profecía: el choque con el témpano gigantesco se produjo mucho antes de que los hombres recalentaran los cielos y las nieves. Ahora los deshielos no sólo pueden romper naves; pueden también arrasar ciudades o toda la civilización.
En La Colisión, siguiendo su camino de irreverencia frente a géneros y preceptivas, Pablo cuaja de citas su poema. He aquí una, que proviene del poeta chino Lu Ki, el cual dijo que los poetas "atrapan cielo y tierra en la jaula de la forma y estrujan miríadas de cosas en la punta del pincel… Encierran todo un espacio infinito en un solo pie cuadrado de seda; vierten un diluvio desde una pulgada de corazón".
Un diluvio: ¿hay muchos poetas que lo presientan?
Muy temprano, ese ojo avizor que fue Sebastián Salazar Bondy vio la característica de la creación guevariana. En su estudio sobre nuestra poesía contemporánea (Antología General de la Poesía Peruana, compilada al alimón con Alejandro Romualdo Valle) señaló que algunos de los poetas nuevos, Washington Delgado, Alberto Escobar y Pablo Guevara, unificaban los dos caudales primigenios: la poesía llamada social y la llamada poesía pura.