A 20 años de la muerte de Humareda, el pintor se convierte en protagonista de una historia espectral: Hotel Lima, de Miguel Ildefonso
Por Maribel de Paz
El poeta Miguel Ildefonso se confiesa posero. Se coloca la corbata, el saco y el sombrerito hongo para emular a Víctor Humareda, y toma posesión del sillón desvencijado de la asfixiante habitación 283 que durante tantos años albergó al pintor, personaje central de Hotel Lima, el nuevo coqueteo de Ildefonso con la narrativa. Aquí, el autor habla sobre su libro de estructura intrincada, como el hotel mismo, como el Perú mismo.
El libro tiene cuatro actos, cuatro puertas.
Sí, y a su vez cada acto tiene pequeñas puertas interiores. No es un relato lineal, sino que tiene como diferentes entradas a un punto central que es el Hotel Lima. No importa por dónde entres, no importa el orden en que llegues, porque todas van a conducir al cuarto de Humareda y a Humareda mismo. Este es el libro más arriesgado que he escrito y puede ser un reto para un crítico.
¿En qué sentido?
Para empezar, en la recepción. Los críticos están muy atentos a las historias de lenguaje llano, lineales, que entretienen, y este libro no obedece a eso. De repente, un lector simple se puede dejar llevar sin prejuicios, más que un crítico que obedece, muchas veces, a intereses del momento.
¿Y un lector común y corriente no se puede perder entre tantas puertas?
Puede ser, y pude haber hecho una novela con un lenguaje llano, pero he querido hacer más que eso. Y no por un capricho de poeta, de alguien que quiere dárselas de vanguardista, sino porque quise trabajar un personaje, Humareda, que es como un fantasma.
Un personaje espectral que va y viene a lo largo del relato.
Quise que el lenguaje y la estructura obedecieran a este personaje que era muy libre y a veces muy enredado. Es un personaje que va apareciendo poco a poco hasta que al final se revela. Y el libro mismo también es un personaje, una creación del propio narrador, Dante, quien emprende su proyecto de escritura mientras trata de vivir como Humareda, en el Hotel Lima, entre prostitutas. Presento un Humareda que dialoga con sus espectros y se quita sus caretas de Goya, Toulouse Lautrec y Van Gogh, artistas que él adoraba. Era un posero genial, loquísimo y auténtico.
¿Humareda es tu espectro personal?
Por supuesto. Hay mucha sordidez que he vivido y me da vergüenza contar, y lo barajo adjudicándolo a los personajes del libro. Yo me planteé retratar la valentía que tuvo Humareda de retratar lo sórdido. Mi proyecto personal era retratar una Lima sórdida de finales de los ochenta, cuando empecé a bajar de la nube en que había vivido para acceder a una ciudad violenta. Ahora la sordidez se ha maquillado de modernidad, por ejemplo en los centros comerciales. Y por eso mi interés en el Hotel Lima, donde Humareda fue uno de los últimos habitantes, cuando ya empezaba a convertirse en galería tugurizada.
Estás en este vaivén entre poesía y narrativa y recurres a esta última para que la primera salga triunfante. La poesía es el arte supremo, dice el narrador de la historia.
Sí, pero en cuanto al lenguaje, porque la poesía lo eleva, y eso es lo que a mí me fascina del arte de la palabra. Desde cierto ángulo, las palabras son inútiles, en una dimensión inmediata y pragmática, pero no en una dimensión de trascendencia, ni en cuanto a guardar una memoria colectiva, de darle sentido al lenguaje de la tribu, como decían los simbolistas. El poeta es una especie de artista-chamán.
Con el que te identificas.
Claro, como un chamán que parte de una cotidianeidad para acceder a dimensiones atemporales. Eso es lo que es este libro. Trata de lo más miserable y crudo, para poder acceder a una obra de arte, que es el libro mismo. Y eso es lo que hizo Humareda, quien optó por quedarse en medio de la sordidez para mostrarla. Precisamente, una de las claves del libro es la soñada coherencia, como decía Luis Hernández, porque lo difícil es el punto medio, por el que todo artista trasunta, y el que muchos no entienden. Por ejemplo, no entienden por qué Humareda optó por vivir en un cuartucho en La Parada en lugar de vivir frente al mar de Barranco.
Finalmente, en el libro también dices que es imposible mantener una conversación sin sentirse un caníbal, sin tener el deseo de devorar al otro.
Sí, sí, en los blogs, por ejemplo. Es una época en la que no importa si fundamentas o no lo que estás hablando. Gana por unas horas el que hace escándalo. Hemos llegado a un punto en que el diálogo se ha hecho imposible. Las personas, los críticos literarios, todos se devoran. La gente se cierra y acabas con las ganas de comerte a la otra persona, de que desaparezca, y tragarte todo.