Thursday, December 21, 2006

Ni Víctima ni Verdugo

Carlos Calderón Fajardo presenta nuevo libro de relatos

Por Rebeca Vaisman

"YO me hubiese muerto sin la literatura. Mi vida tiene sentido porque voy a seguir escribiendo hasta que el último aliento me lo permita". Esta temprana certeza de Carlos Calderón Fajardo (Juliaca, 1946) ha sido confirmada una vez más, no hace mucho. Porque luego que, con diecisiete años, la tuberculosis lo condenara a pasar más de dos en un sanatorio vienés, una rara enfermedad llamada miastenia lo volvió a paralizar entre el 2000 y el 2003, perdonando sólo la movilidad de sus manos. Y mientras en aquella lejana oportunidad aprendió en los libros lo que no pudo vivir en las calles, ahora ha dedicado su encierro involuntario a escribir y corregir. A este periodo pertenece La segunda visita de William Burroughs (UNMSM, 2006), presentada hace unos meses. Y también los cuentos reunidos bajo el título de Historias de Verdugos (Santo Oficio, 2006), a propósito de los cuales tiene lugar la siguiente conversación:

Entender qué siente un hombre que asesina a otro bajo órdenes del poder es una pregunta planteada en el cuento que da nombre al libro. ¿Podría ensayar una respuesta, a la luz de las últimas dos décadas peruanas?
En este tiempo se ha dado una literatura de la violencia que, evidentemente, tiene que ser escrita. Porque después de una catástrofe histórica, la sociedad debe exorcizarla. Aquí los senderistas iniciaron una guerra, y el Ejército respondió de forma igualmente violenta. Fue una lucha entre dos verdugos oficiales, pues ambos respondían a dos tipos de poder. La víctima era siempre la misma: un pueblo que perdió a sesenta mil personas. Como no soy un escritor realista, hago referencias al tema de manera velada y a través de metáforas. Pero en estos relatos no me baso en verdugos oficiales, sino en un fenómeno de nuestra sociedad: el esposo que golpea a su mujer es un verdugo; también el jefe que abusa de sus trabajadores. Vivimos sometiendo a los demás.

¿De ahí las referencias a la pérdida de la inocencia en cuentos como "Sueños Dorados"?
Esa historia está muy vinculada a mi generación. Nosotros vivimos una época muy hermosa, de ilusiones y utopías que se cayeron de repente. Ahora los jóvenes no tienen los mismos sueños. Muchos de mi generación han sufrido fuertemente con este cambio.

¿Y usted?
Yo ya sé que el mundo se desencantó, pero creo que hay maneras de recuperar el sentido de la vida. Uno de los caminos es la religión. Porque Nietzsche puede tener razón y Dios ha muerto, pero no ha muerto lo sagrado. También es una vía el arte, que revela lo que no siempre podemos ver.

En el Perú, ¿qué ha aportado la discusión entre escritores "andinos" y "criollos"?
Literariamente nada, pues no ha habido una discusión de posturas estéticas. Lo interesante es su lado sociológico, pues revela una vez más la fractura entre Lima y las provincias, que se refleja también en el ámbito cultural. Yo no me ubico en ninguno de los lados aunque tengo amigos cercanos en ambos. Me ha parecido una tontería, pues se debería aprovechar la heterogeneidad de la literatura peruana como un elemento para enriquecerla.

¿Y qué opina sobre una discusión más reciente, acerca del papel de la crítica literaria?
Creo que esta debe iluminar el texto para el lector y descubrir lo que el mismo autor a veces no puede. Y si el texto es bueno, pues lo es. Y si es malo, también. Ser escritor tiene tan pocas compensaciones en el Perú, que no es justo que a uno lo silencien o critiquen por otros intereses.

¿Cuál es su relación con el medio literario peruano?
Me siento ajeno y esto ha hecho que se me considere un hombre raro, huraño, esquivo y tímido, y no soy nada de eso. Lo que pasa es que estoy en todas partes pero a la vez en ninguna, y con quien sí estoy es con mi familia.

Usted ha comentado que todo lo que rodea la fama es pasajero y superficial. ¿Cuán fácil es dejarse llevar por ella en el medio literario local?
Es fácil para cualquier humano, pero especialmente para los escritores. No conozco a ninguno que no sea vanidoso, egocéntrico y sumamente sensible a la crítica. Yo no pretendo ser el monje de la literatura: también me gusta que mi trabajo sea reconocido. Pero la persona que es demasiado visible pierde fuerza como escritor. Es mejor mantener un perfil bajo; escribir y trabajar pacientemente. Santiago Roncagliolo, por ejemplo, de escritor de libros está pasando a ser presentador de libros. Viajando constantemente de un lugar a otro, ¿cuánto tiempo puede dedicarle a la escritura?

Finalmente, dice que los jóvenes son sus lectores preferidos. ¿Qué noveles escritores le parecen interesantes?
Varios: Augusto Effio, Luis Hernán Castañeda, Edwin Chávez, Johann Page… Y la generación del 90 también está muy bien. Ricardo Sumalavia, por ejemplo, ha quedado finalista del premio de Anagrama, a un año de que Cueto lo ganara. Así que en el Perú seremos malos para varias cosas, pero en literatura creo que somos bastante buenos.