Cultural: Nuevo poemario en ristre, el fundador de Hora Zero vuelve
Premios Rómulo Gallegos y Herralde (1998), el escritor chileno Roberto Bolaño, a pocos años de su muerte en el 2003, escribió el prólogo de una planeada re-edición mexicana del segundo poemario de Jorge Pimentel, Ave Soul (1972). Tal edición nunca se publicó. Pero el texto de Bolaño, hasta ahora inédito, viene a colación a propósito del lanzamiento del nuevo poemario del fundador de Hora Zero, En el Hocico de la Niebla (Ed. El Nocedal, 2007).
Fue la poeta Diana Bellesi quien me regaló Kenacort y Valium 10, el primer libro de Jorge Pimentel, hace ya muchos años, en 1971 o 1972, en México DF. A Diana le gustaba la poesía de Pimentel, a quien conocía personalmente, y a mí me gustaba Diana, los viajes de Diana, las conversaciones de Diana, las lecturas de Diana, y por supuesto también me gustó el libro de Pimentel. En 1974, después de una temporada en Chile y de haber vuelto a México, conocí a Mario Santiago. El también había leído Kenacort (probablemente éramos los únicos en el DF que conocíamos la poesía de Pimentel) y uno de los territorios en donde se cimentó nuestra amistad fue en la lectura y relectura de esa poesía convulsa y beligerante y en los caminos múltiples que se abrían a partir de ella y que Mario y yo discutíamos hasta que empezaba a amanecer en el DF, unos amaneceres de absoluto privilegio.
Recuerdo que éramos pobres, no habíamos cumplido los veintidós años, llevábamos el pelo muy largo y teníamos unas bibliotecas magníficas, cuyos libros no solíamos prestar. No siempre estábamos de acuerdo en todo. A Mario le gustaba la poesía norteamericana, a mí la francesa. Mario leía ensayo, yo narrativa. El filósofo de Mario era Nietzsche, el mío Pascal. Pero en otros puntos nuestro acuerdo era completo, aunque difiriéramos en algunos detalles. Uno de esos puntos era Hora Zero y Pimentel, al que pronto se agregaría Ramírez Ruiz, a quien Mario leyó con mucho más cuidado que yo, y Nájar, Cerna, Tulio Mora y Verástegui. En general estábamos de acuerdo en que la joven poesía peruana era de lejos la mejor que se hacía en Latinoamérica en aquel momento, y cuando fundamos el infrarrealismo lo hicimos pensando no poco en Hora Zero, del cual nos sentíamos arte y parte. No sé cómo, un día Mario apareció con un ejemplar de Estos trece, la antología de Oviedo, y otro día con En los extramuros del mundo, de Verástegui. La sorpresa mayor, sin embargo, fue cuando consiguió Ave Soul, de Pimentel.
Ahora que lo pienso, ya no estoy tan seguro si fue Mario o si fui yo quien apareció con el libro. Su lectura, de eso sí estoy seguro, fue una revelación superior a la que nos había causado Kenacort. En éste se esbozaban caminos hasta ese momento intransitados por los que debían internarse los valientes, si es que eran valientes. En Ave Soul el camino a través de lo desconocido estaba allí, listo para ser leído por quien quisiera leerlo. Los poemas eran de una sencillez y de una energía desarmantes. Como si Pimentel hubiera descubierto una forma de escribir poesía que surgía directamente del Romancero, pero en donde era apreciable también una lectura a fondo de la vanguardia y de los grandes poetas de nuestra lengua, empezando por Darío y Martí, Huidobro, Neruda, Borges, Martín Adán (a quien supongo que Pimentel no aprecia) y sobre todo Vallejo. Pero también era discernible, por debajo de esas voces, otra voz mucho más profunda, también mucho más maleable, una voz capaz de encarnar infinidad de voces, incluso voces antagónicas, y que era la voz de Walt Whitman, es decir la voz que marca la poesía de nuestro continente. Bajo el influjo de esas lecturas que son una cultura aparecía Ave Soul, libro de pocas páginas, pero inmaculado, arriesgado, con una expresión de madurez nada habitual en la poesía de aquellos años y tampoco en la de estos, que fue recibido no con tambores ni reseñas ni premios, y que cumplió sobradamente con el primer requisito parriano de una obra maestra: pasar inadvertida.
Pero Mario y yo no estábamos dispuestos a que unos poemas que nos parecían excelentes pasaran inadvertidos y distribuimos unos cuantos en algunas revistas mexicanas. En Cambio, que entonces dirigía Miguel Donoso Pareja, salió el monólogo del sargento de Aguas Verdes y luego otro, pero para entonces Mario se había marchado a París y yo a Barcelona, y ya no me acuerdo de qué poema se trataba. En mi antología Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego hay varios. Actualmente un grupo de poetas mexicanos de vez en cuando saca algún poema de Ave Soul, en revistas de existencia efímera. Y es curioso: esos poemas de Pimentel que siguen apareciendo en revistas mexicanas parecen (y en realidad son) más nuevos, en el sentido de que ofrecen alternativas poéticas y en el sentido de su puro goce estético, que la mayoría de los poemas que se acumulan en ese tipo de revistas. Quiero decir: los poemas de Ave Soul no han envejecido un ápice. Siguen tan frescos y legibles como cuando Pimentel los escribió. ¿De cuántos poetas latinoamericanos podemos decir lo mismo? Todos esos libros que ganaron premios, tanto en la margen izquierda como derecha de la política, los premios Municipales, los premios Casa de las Américas, han envejecido de forma notable. El libro de Pimentel, por el contrario, aún está allí, como pan fresco recién salido del horno, y la tragicomedia es que nadie se ha dado cuenta.
A veces incluso pienso que ni el propio Pimentel se dio cuenta. El camino de Ave Soul, con esos poemas de estirpe whitmaniana, pero que ya eran otra cosa, con sus monólogos extraordinarios como el ya citado del sargento de Aguas Verdes o el de la madre que está en el hospital y cuyo hijo va a morir, poemas que transitan de la telenovela al documental sociológico, del romance medieval a la revisión de la novela realsocialista, del manifiesto (como el magnífico Camino pedregoso) a la manifestación de alta cultura, haciendo suyo el hibridaje y el humor, queda interrumpido de forma abrupta, como si Pimentel se hubiera visto abocado a tareas más urgentes o como si Pimentel hubiera decidido abandonar la literatura. Entre Ave Soul, publicado en 1973, y Palomino, su siguiente libro, hay diez años. Y entre Ave Soul y Tromba de agosto, hay veinte años. Yo no he leído Palomino. Sí he leído Tromba de agosto. No hay libro más distinto de Ave Soul que este. Es como si Pimentel, olvidadas las exploraciones, el camino abierto con Ave Soul, volviera al punto de partida e iniciara una nueva exploración, pero en dirección opuesta. Todo lo que en Ave Soul era figurativismo, aquí es arte abstracto. Pimentel no imita formas ni géneros, no hay Whitman ni películas en cines de barrio, no hay humor sino sarcasmo, no hay viajes ni caballos en la llanura ni alabardas, sino una serie de movimientos complejos, heridas y desesperación. En Tromba de agosto Pimentel parte de Vallejo (en Ave Soul el punto de partida era la cultura) y llega a una zona oscura en donde intuimos se agitan bultos que son seres humanos. Esos seres humanos en Ave Soul hablaban, explicaban sus historias de folletín, a veces incluso danzaban. En Tromba de agosto simplemente están allí, como figuras de un mural gigantesco, y lo único que nos comunican es el horror.
Llegado a este punto lo más pertinente sería preguntarme si me gusta Tromba de agosto. Tal vez sí, aunque mucho me temo que eso es lo de menos. Más importante sería decir que no es un libro hecho para gustar, de la misma manera que Ave Soul era un libro seductor desde su primera página. Tromba de agosto es un libro poderoso, lleno de desvarío y de rabia, y por eso mismo es un libro que no ofrece continuidad. A nadie en su sano juicio le gusta la mierda y el crimen, pero existen, están allí, y durante muchos años fueron la única escenografía latinoamericana. Como flechas lanzadas en direcciones opuestas por el mismo arquero, Tromba de agosto y Ave Soul encarnan dos propuestas. Una nos dejará ciegos y probablemente abrirá la puerta al silencio, que es tal vez lo que nos merecemos. La otra nos abrirá los ojos y dejará entrar todas las voces posibles, las proscritas y las no proscritas, el gran teatro del mundo. Lo sorprendente es que ambos libros los haya escrito el mismo autor. Constatar este hecho nos da una medida cabal de su enorme estatura poética. (Roberto Bolaño)
En la foto: carátula del libro.