José Watanabe vira rumbo poetico con nuevo libro en España
“No soy un poeta muy erótico”, dice José Watanabe, hace una pausa y aclara: “No soy un poeta que escribe sobre erotismo”. Valiosas precisiones aparte, Watanabe se ha erigido en best seller poético, viene de colocar en las librerías su más reciente obra editada por Peisa, Banderas detrás de la niebla, y ya se asoma por las vitrinas con una nueva entrega dedicada a su madre: Tu nombre viene lento. Aquí, Watanabe se arranca “el sambenito del zen” y confiesa su deseo de erotizar sus palabras y aventurarse hacia una poesía más vital.
“¡No soy zen, carajo! Un zen podría permitirse decir eso. No, enfáticamente, yo no soy zen. Tengo influencia del haiku pero no tanto como suponen. En general tengo influencia de los poetas que hablan de la naturaleza, como el norteamericano Robert Frost”.
En su casa, en un tercer piso del saturado distrito de San Miguel, en medio de la estridencia del tráfico y el neón, el poeta habla pausado mientras la calle oscurece y la breve sala donde nos encontramos también se apaga. Cansado de que la muerte se pasee entre sus versos, Watanabe explica que está dispuesto a darle nueva vida a su poesía.
“Ya estoy cansado de pensar que somos finitos, ya estoy cansado de decir que somos para la muerte. Me gustaría escribir otro tipo de poemas, más vitales. Esta inestabilidad del país nos hace más eróticos. Podemos perder nuestra vida tan rápido que provoca decir ‘¡ya basta, eroticemos la muerte un poco!’. Y en eso, pues, quizá sea budista zen, porque pienso que la muerte no es la derrota final”.
Ilustrada por el célebre pintor pop español Eduardo Arroyo (para mayores señas, artista irreverente a quien Franco envió al exilio), esta quinta antología del vate laredino ha sido publicada por la galería de arte Estampa, en Madrid, y reúne los poemas de Watanabe escritos en torno a la figura materna. A modo de homenaje a Carlos Oquendo de Amat, la obra lleva por título el inicio de un poema de este: Tu nombre viene lento.
“Este libro es un reconocimiento de que mi madre era peruana, porque siempre he hablado de mi padre que vino de Japón, y a raíz de eso me asociaron con la serenidad y la poesía japonesa. Pero es una reivindicación un poco conflictiva, porque mi madre no fue solamente una gran madre bondadosa, sino también la madre sibilina, de fraseos duros que a veces dolían mucho. Quizá lo que le gustó a Arroyo, que es un pintor pop, es que no tengo una imagen idílica de la madre”.
Paula Varas, la madre del poeta, tenía el carácter recio de una mujer que prefería frecuentar a señoras de la colonia japonesa a pesar de que no entendía su idioma. Y mientras ella, en Laredo, se aferraba al batán donde molía sus aderezos, el padre venido de lejos trataba de darle otro sabor a su vida colgando de las paredes de adobe ilustraciones de Cézanne, Doré y Derain, reproducciones que solía comprar burlando la pobreza. Cuando la lotería llegó como la bisagra que abrió para el poeta las puertas a un futuro diferente, los Watanabe se marcharon de la hacienda azucarera llevándose algunos pocos objetos que los acompañaron en su travesía por las escalas socioeconómicas, como la máquina de coser que Paula acababa de comprar y que sus hijas seguirían usando varias décadas después.
“¿Tú te imaginas? Estás casada con un japonés, que es perseguido cuando viene la Segunda Guerra Mundial, y tienes que parar la olla, parar la casa, esconder al marido, y criar estos once hijos, y de estos once hijos se te mueren dos en una semana, uno el lunes y el otro el viernes. Mi madre conocía las profundidades del dolor, y eso la hacía de una justificada y bella petulancia”.
Hija de trabajadores de la caña, la madre del poeta había nacido en la hacienda Sausal, en el valle del Chicama, donde los Moche sacrificaron hombres y retrataron en templos inmensos a su dios Ai Apaec, el Degollador. Cuando Paula expulsó de su vientre a José en 1946, los ríos de Trujillo, obviando metáforas, se agitaron con grandes caudales fuera de lo común. Habían pasado tres décadas desde que el padre del poeta llegara al Perú y Paula no podía intuir entonces que el recién nacido no tendría que cortar caña y que terminaría escribiendo los siguientes versos:
Mi madre dejaba su camisón/
colgado de la percha
cuando se iba al mercado
o a intercambiar infortunios con/
sus vecinas. El camisón de mi madre tenía/
tetas, tetas vivas
e inagotables.
“Yo me felicito por creer en la poesía a los sesenta años. La única, verdadera, auténtica y esencial convicción que tengo es que nunca voy a dejar de escribir poemas, porque la poesía me ayuda a conocerme. Será la presión de la edad, pero no quiero llevarme los poemas posibles. Por eso publico con más frecuencia, y publico en España y en el Perú simultáneamente. Los jóvenes me dicen, ‘¿y cómo has hecho?’ Lo único que he hecho es escribir poesía más de 35 años”. (Maribel de Paz)
En la foto: El camisón (Magritte) es el poema al que pertenece esta acuarela del español Eduardo Arroyo, quien ilustra los versos de Watanabe en su nueva antología editada por la galería madrileña Estampa como parte de su colección “El traje de tus versos”. Ahora, el Fondo de Cultura Económica prepara la obra reunida de Watanabe. [Leyenda de Caretas]