El señor de los colmillos
Por José B. Adolph
La gente ama los complots, las conspiraciones, las sociedades secretas, lo esotérico y desconfía de las explicaciones simples y directas.
Y si no, recordemos casos del siglo 20 como el asesinato de los Kennedy y el suicidio de Marilyn Monroe.
A la gente se le hizo (y se le sigue haciendo) difícil creer que, en el caso de John Kennedy, el asesino era sencillamente un individuo con alteraciones de conducta y vagamente izquierdista. En cuanto a Monroe, las causas de su suicidio y el suicidio mismo eran y son materia de investigación y debate, lo que no ocurriría si no existiera un masivo interés por el tema.
Por tanto, es legítimo considerar que la paranoia, estadísticamente, es una condición normal de la mentalidad humana.
Si se acepta que la paranoia (y la noiapara = cuando crees que tú persigues a los demás) es normal, entonces queda explicado el fenómeno Código da Vinci, que sugiere reemplazar los mitos existentes por otros. Porque, visto desde fuera, ¿cómo explicar, si no como mitos, creencias como la de que Dios tuvo un hijo en una virgen, que Mahoma se fue al cielo con caballo y todo, o que Moisés separó las aguas del Mar Rojo, para no mencionar más que tres grandes religiones? Toda sugerencia de reemplazar o alterar esos mitos provoca el descontento de los respectivos creyentes.
Como todo escritor sabe, a uno lo elogian por los motivos equivocados. La novela de Dan Brown no es sino una destilación –bastante entretenida en su primera parte aunque decae en la segunda- que impresiona a quienes no conocían el tema a través de serias investigaciones o ficciones anteriores, mucho mejores.
A Kennedy pudo haberlo asesinado la mafia, Fidel Castro, la CIA, la KGB, los empresarios del acero o extraterrestres (¿paranoia?). O Harvey Lee Oswald y nadie más. El buen Jesús pudo haber sido soltero (inusual, hasta indeseable, en un rabino) o pareja de María, la de Magdala (¿paranoia cristiana?). Pero el quid del asunto es: ¿alteraría eso su mensaje?