Wednesday, June 14, 2006

El lector investiga una prosa

El círculo de los escritores asesinos
Diego Trelles
Candaya, 320 pgs., 16 €
Barcelona, 2006

Por Nadal Suau

La fonética—pero no se asusten—nos explica que intervienen tres partes en la articulación del sonido: los pulmones, las cuerdas vocales y la caja de resonancia, que engloba las fosas nasales y la cavidad bucal.
La nueva novela del jovencísimo Diego Trelles Paz (Lima, 1977) se titula El círculo de los escritores asesinos y lo mejor que puede decirse de ella es que tiene consistencia articulatoria: Trelles escribe literatura, no remedos de guión cinematográfico. En su libro, la tradición de que se nutre el omnívoro autor –los pulmones– proporciona aire con la presión necesaria para hacer vibrar las palabras, el lenguaje muscular, tenso y relajado a ráfagas –las cuerdas vocales–. Finalmente, el esfuerzo estético y referencial rebota en las paredes de un ambiente logradísimo, el del Perú postfujimori, y en el circuito denso, viscoso y creativo de su intelectualidad –la caja de resonancia–. Casi nada.
En El círculo de los escritores asesinos, se nos ofrecen cuatro manuscritos diferentes sobre un mismo caso: el asesinato de un crítico literario, García Ordóñez. Estas cosas siempre son una juerga. Los sospechosos son los cuatro integrantes del Círculo, tipos con un delirante complejo de personalidad literaria, enfrascados en su particular lucha contra la mafia cultural limeña y condenados, si bien se mira, a culebrear por un medio fangoso pero deslumbrante a ratos. Tenemos también un editor misterioso, que se hace llamar Alejandro Sawa, y que infesta el texto de curiosísimas notas a pie de páginas. Les recuerdo que Sawa fue el bohemio de guardia del modernismo español. Y ojo con estas notitas dejadas como al desgaire: ya nos dice Santiago Roncagliolo en su eficaz prólogo que "el único detective es el lector. Sólo a él le corresponde decidir la ruta correcta". ¡Julio Cortázar, cuántas veces y con cuánta justicia te elevaremos nuestras oraciones!
De todas formas, la trama es lo de menos. En este libro, lo que nos interesa es festejar el nacimiento de una prosa potente. Puede que se le vea alguna adiposidad, pero Trelles Paz es un autor de primera línea rompiendo aguas. Insisto, su concepción de la palabra literaria es esencialmente artística, y entiende cuál es el peso del ritmo: utilidades de ser limeño. Al mismo tiempo, en la novela se barajan sin descanso citas y querencias artísticas: The Beatles y David Bowie, Borges y Cortázar, The Smiths y Antonioni... Plenamente posmoderno –o dilettante, según la terminología danzarina de la revista CasaTomada–, Trelles se entrega a un ejercicio lúdico que salta de lo sagrado a lo underground con alegría, y que fagotiza tonos, timbres e intensidades ajenas para crear un texto que entrará sin problemas en el canon del prestigioso departamento de Español de Austin, donde el autor va despistando sus años de universitario. "La escritura sólo traía desgracia", se lee en El círculo de los escritores asesinos. Será verdad, pero la desgracia de Trelles Paz es un estallido musical. Y nos gusta.