Thursday, May 04, 2006

GORE VIDAL

El señor de los colmillos
POLITICA Y RELIGIÓN

Por José B. Adolph

Ser auténticamente comercial
significa hacer bien
lo que no debiera hacerse en absoluto.


Entresaco esa frase de las Memorias (Palimpsest) de Gore Vidal que estoy releyendo. Es, por supuesto, ingeniosa y suicida, además de asesina, ya que varios libros de Vidal son comerciales, por no mencionar ni a la Biblia ni a Vargas Llosa ni a Faulkner. Vidal es, sin dudas para mí, uno de los mejores escritores de los Estados Unidos, país que no muestra escasez de ellos. Inteligente, “cínico”, descreído y desmitificador goza y comparte un gigantesco sentido del humor, inclusive en obras maestras como Creación, Juliano el Apóstata y su serie de novelas históricas norteamericanas en las que demuestra que Washington era un pésimo general, a Lincoln le interesaban tres pepinos los esclavos y Jefferson tuvo hijos con una de “sus” negras. Y Vidal publicó en 1949 La Ciudad y el Pilar (¡cállate, Freud!), la primera novela homosexual de EE.UU.
Pero a propósito de Faulkner, leo allí un diálogo de Vidal con uno de sus editores. En resumen, cuenta lo siguiente:
El editor, Victor Weybright, inventó el “libro de bolsillo de calidad”. Hasta entonces, los pocketbooks eran sólo policiales o de misterio, claro que algunos muy buenos, como Hammett. Weybright, gran lector de Faulkner, pensó: “Si vendiéramos a Faulkner en pocketbook, con una carátula como las de los policiales, nos llenaríamos de plata”. El editor de Faulkner, Bennett Cerf (que tiene un libro de chismes literarios y artísticos formidable) le dijo que estaba loco. “Yo nunca”, le dijo Cerf, “he vendido más de dos a tres mil ejemplares de ninguna novela de Faulkner (*)
Así se convirtió el buen Willy en bestseller: precio bajo y carátula llamativa.
Que cada cual saque sus conclusiones o no saque ninguna.

(*) Pegué un salto cuando leí eso. ¡Qué consuelo! El libro que yo más he vendido es Dora, con 2,500, y en el Perú. Un libro que no hubiera podido escribir sin la investigación y apoyo de Ana María Portugal. Me permite la ilusión conchuda de compararme a Faulkner.