Entrevista a Enrique Congrains Martin
Por Carlos Meneses
En la complicada década de los cincuenta, con dictadura de Odría confiscando hasta lo que se pensaba, sufriendo los escritores escasez de editoriales, con un panorama cultural pobre debido al tipo de gobierno que rigió el Perú hasta 1956, surgieron algunos narradores y poetas nuevos. Por ejemplo Enrique Congrains irrumpió en ese escenario como una exhalación. Mostró a través de sus narraciones ambientes que la literatura peruana, sobre todo la de la costa, no había tocado. De pronto a través de sus trabajos fue apareciendo una Lima desconocida para los propios limeños, y los aplausos a este nuevo y joven novelista fueron merecidamente sonoros. Pero con la misma fuerza y rapidez con que apareció Congrains hizo mutis. Como si hubiera pensado que con los cuatro títulos que había publicado ya había cumplido su tarea. Muchos se preguntaron que dónde podía estar el autor de No una sino muchas muertes, y si en algún país lejano al Perú seguiría escribiendo y publicando. La realidad era que no siguió escribiendo ni novelas ni relatos cortos. Que no publicó más libros. Que tomó otros rumbos y vivió en otros países. Y cuando menos se esperaba, cincuenta años después de la publicación de su último libro reaparece en Bolivia y con una nueva novela entre manos titulada: El narrador de historias.
Los motivos por los que nuestro narrador dejó temporalmente de escribir (¡medio siglo nada menos!) no fueron cansancio, hartazgo de lidiar con editores para evitar que sus trabajos quedaran inéditos y situaciones similares.. "Haciendo un poco de buceo psicoanalítico conmigo mismo, creo haber dejado de hacer literatura por razones económicas". No sorprende, los escritores en casi toda América Latina se enfrentan a ese problema. Sobre todo los que surgieron en los años cincuenta como es el caso de Congrains. Pero una cosa es no escribir durante largo tiempo y tener que dedicarse a otros trabajos y otra olvidar la literatura, dejar de leer, distanciarse de todo proyecto literario. No sucedió eso con nuestro narrador que no amenaza con volver si no que ya ha vuelto.
Enrique Congrains derivó en editor, justamente el oficio con el que había batallado en Lima para conseguir que se editaran sus novelas. Recorrió buena parte de América Latina, tanto Sudamérica como Centro América. Se vinculó con otros escritores, se mantuvo de una u otra forma dentro del ambiente cultural. Organizó en su imaginación nuevas historias pero no las llevó al papel. El trabajo editorial, los continuos viajes, las reuniones con escritores y otros editores le restaban mucho tiempo y su deseo de volver a publicar se iba postergando año tras año. Pero quien tiene vocación y talento para escribir como él difícilmente se retira de forma definitiva. "La literatura es tremendamente absorbente, y en ese sentido el trabajador literario tiene no sólo el derecho (que es concepto entre lírico y abstracto) sino la necesidad de vivir de su obra literaria. Si no lo consigue inevitablemente tiene que derivar su tiempo y sus energías hacia aquello que le permita cubrir sus necesidades".
No sé trata pues de un milagro de resurrección, de un Lázaro literario que se levanta y camina o en este caso escribe y nada menos que 500 páginas que es la imponente cifra de su nueva novela. Algo así como un impuesto que paga el autor a sus nuevos lectores, diez páginas por cada año de ausencia. Pero para quienes lo leyeron en los cincuenta y lo recordaron diez o veinte años después la vuelta de Enrique debe significarles una grata recuperación, una nueva posibilidad de que empiece a retratar, mostrar, comentar, analizar rincones limeños, personajes que pululan por la capital peruana. Leer páginas emotivas, enterarse de escenas extrañas que ocurren a diario pero que son pocos los que las conocen. Y no es así. Medio siglo de vida cambia a cualquier persona, la sosiega, le abre nuevos caminos, le permite mirar con mayor agudeza todo lo que le rodea y eso es lo que ha ocurrido con nuestro novelista. El narrador de historias no tiene como escenario Lima. No mira hacia los personajes marginales ni hacia los rincones tenebrosos de aquella Lima que tan bien mostró hace 50 años. Ya hay otro talante, nuevas metas, necesidad de hurgar en otros ambientes.
Es evidente que Congrains estuvo alejado de la publicación pero no de su condición de literato. "¡Ojo! Durante 50 años he mantenido un estricto silencio literario , pero jamás me alejé de los libros". Esta afirmación tan rotunda es propia de quien siente como algo ineludible la tarea de escribir. Puede irla aplazando, dejando para el siguiente año la realización de un proyecto, pero no olvida que lo tiene que cumplir hasta que llega el momento en que convierte en realidad lo que mantenía en la memoria. Y eso lo dice el mismo autor de forma contundente. "En comparación con el Enrique Congrains Martín que entre sus 18 y 23 años escribió Lima, hora cero, Kikuyo y No una sino muchas muertes, ahora soy un ser humano infinitamente más leído, más preparado, más culto, más informado y con mis ideas muchísimo más claras". ¿Es otro Enrique Congrains? Lo leeremos y saldremos de dudas. El jovencito que llamó la atención hace medio siglo es ahora un respetable escritor con más de siete décadas encima. Con el riquísimo capital de abundantes lecturas y un pulso más firme para tratar los nuevos temas que ahora enfrenta.
Para el autor de Kikuyo la carrera literaria de Vargas Llosa es un verdadero ejemplo. El autor de La ciudad y los perros prologó una de las ediciones de la novela No una sino muchas muertes y Congrains le guarda estima y admiración. "En la novela que he escrito después de cincuenta años y que la he dedicado a mi amigo Mario Vargas Llosa, en la propia dedicatoria, y leyéndola entre líneas, digo que uno de los principales méritos de Mario es haber sabido organizar su carrera literaria de manera tal que no ha tenido que buscarse una segunda ocupación". Una mirada clara y práctica sobre la actividad del escritor.
Es indudable que se nota transformación en Congrains, no podía ser de otra manera después de medio siglo. Con gran firmeza y amplio criterio juzga lo que fue ayer. "Visto desde la óptica digamos, Symour Menton, yo soy o he sido un escritor peruano. Y yo pongo esa afirmación en tela de juicio. Ahora me doy cuenta que jamás fui un escritor peruano, sino algo mucho más limitado u específico : escritor limeño y punto". Y para reforzar su juicio señala: "De repente Joyce jamás fue un escritor irlandés, apenas de Dublin; lo mismo el caso de Proust, jamás un escritor francés, apenas parisino". Aunque es una opinión muy rigurosa cuando se la aplica a sí mismo no cabe ni por asomo la posibilidad de discutírsela.
La explicación que viene inmediatamente después es bastante convincente con respecto a la ciudadanía. "Por mi trashumancia yo dejé de ser ciudadano limeño y de alguna manera me convertí en 'homo latinoamericanus' y en ese sentido siempre fui consciente de que jamás podría recuperar, con fidelidad, el universo de mis tres primeros libros. Y que si algún día volvía al quehacer de la creación literaria. Tendría que ser desde la perspectiva de ese nuevo homo latinoamericanus que había crecido dentro de mí. Y en ese sentido El narrador de historias lo que muestra, precisa y además deliberadamente, es la visión de un narrador latinoamericano". Los años, los viajes, las muchas lecturas son causa de transformaciones. El vivir lejos del país de nacimiento o el haber tenido que variar de forma de vida por una serie de circunstancias tiene por fuerza que modificar a la persona.
Aunque las explicaciones de Congrains Martín con respecto a por qué dejó de escribir, son claras, es necesario conocer también otras tan importantes como las ya expuestas, por qué ha vuelto a la literatura, qué lo ha impulsado a escribir una nueva novela. "Fue un proyecto que siempre tuve engavetado, El narrador de historias lo puedo tener en la cabeza desde hace diez años. Lo empecé a escribir y lo solté. Después lo retomé y lo volví a soltar. Hasta que a fines de 2005 saqué no sé de dónde, la energía mental y la decisión de retomarla y convertirla en libro terminado, y ya cumplí con ese desafío para conmigo mismo". Ha tardado en construir una novela de su nuevo ciclo y hasta de su nuevo mundo de escritor, pero ha llegado a la meta.
El propio autor adelanta que a través de esas nuevas páginas que llevan por título El narrador de historias no será posible reconocer al joven que escribió, por ejemplo, Kikuyo, pero deja entrever que algunas características sí se mantienen. "Jamás hubiera podido escribir esta novela a los 30 años, está escrita por otro Congrains, la única conexión entre la narración actual y la antigua es mi obsesión por construir personajes femeninos muy fuertes". Luego añade algo demostrativo de los cambios que se han realizado en sí mismo. "Viendo mi novela con ojos de crítico creo que se descubrirá a un escritor que tiene mucho menos miedo a escribir una novela. Nada más que en el hecho de ignorar al Perú y situar a la novela en Mendoza, Argentina, ya es toda una proclama de haberme 'liberado' del Perú, y todo eso lo he hecho muy consciente". Congrains que vuelve con ilusión a la literatura señala dos puntos claves de su reciente trabajo.
Señala que al margen de si la novela nueva ha salido bien o no, contiene unas innovaciones importantes. "Creo que en toda la historia de la literatura nadie ha dedicado mas de cien páginas a describir o a relatar una conferencia filosófica. Aparentemente era una materia ideal para aburrir al lector, pero no sólo creo que no aburre o cansa, sino que está escrito para lectores que más bien se entregan o disfrutan de una conferencia filosófica como sustancia narrativa. Quería escribir una novela en que se vea el manejo de las ideas y la solución fue introducir esa conferencia dentro de la trama argumental". Pero Congrains ha hablado en plural de innovaciones, así que queda una por desvelar.
Nos cuenta con minuciosidad en qué consiste el otro, digamos, juego que introduce en la novela. "Se hace mención expresa a la imagen de la portada. Cuando se publique el editor va a tener que respetar mi portada, porque si no lo hace la novela quedaría coja o inconexa. Tengo entendido que ningún narrador se preocupa por el tema de la portada, y en ese sentido creo haber hecho una innovación porque la portada es concepción y diseño mío. Yo le di la idea y dirigí al diseñador gráfico que compuso la imagen en un programa de 3 dimensiones. Quiero decir que la portada está integrada a la novela y es parte de la novela y no trabajo posterior". Enrique añade: "El mensaje de mi nuevo libro es simple: No hay que dejarse lavar el cerebro ni meterse el dedo en la boca. Eso es lo que uno tiene que evitar que ocurra y eso es lo que propone la novela". El joven escritor de ayer vuelve a los campos complicados de la literatura, con un nuevo libro bajo el brazo y varios proyectos que pronto llevará a la práctica. No es el devorador de emociones, tugurios, misterios limeños como lo fue ayer, ahora vuelve convertido en un hombre mayor que analiza todo, que mide todo, que busca nuevos caminos en la literatura, y es dueño de un estimable bagaje cultural.