Por Raúl Vargas
Permita, lector, que para el comentario de esta quincena use el título de una de las muchas y hermosas novelas de Alfredo Bryce, sobre el cual han llovido mezquindades que nos recuerdan la sorda vigencia de la envidia entre nosotros.
En abril definitivamente no habrá indicios sobre el destino del Tratado de libre comercio con los Estados Unidos y, probablemente, en junio o julio, se vea con mayor claridad en qué quedarán las cosas; si sí o si no. Nos queda una gratificante moraleja, como debió ser desde el principio: no confíes en un solo postor, ni te desgañites por una sola vía. Está cada vez más claro que los caminos para conseguir mercados, inversiones y exploraciones en el ancho mundo son múltiples y que hay que apostar simultáneamente por varias sendas, partiendo del hecho de que la economía peruana es sólida y prometedora y que se tiene un gobierno que sabe lo que quiere y guarda las formalidades mínimas exigidas por todo socio de otros lares.
Tampoco se calmarán las aguas en una de las disputas menos gratas que pueden haber ocurrido en la vida intelectual, educativa y moral de nuestro país, y nos trae a viejos prejuicios y usanzas que han marcado el desigual destino de un país dividido, intolerante a veces, dogmático otras.
Todos los países procuran que sus centros superiores de estudio, con fama bien ganada, pervivan y se constituyan en instituciones que forman parte del patrimonio nacional y que, por lo mismo, están por encima de las debilidades personales, tristemente humanas.
El destino de las instituciones, por otra parte, es una tarea de todos, puesto que no hay iluminados ni exceptuados celestiales. En todos los planos en que nos coloquemos en este debate sobre la Universidad Católica –que, obviamente, como vamos viendo, tiene connotaciones ideológicas que surgen ahora con fuerza, tras un largo letargo ideológico conceptual, que debió haberse evitado para hacer como en todos los países del mundo– hay que evitar a toda costa que sufra menoscabo alguno una universidad que es un legado a un Perú múltiple y diverso, y una contribución insigne de la propia Iglesia, dentro de las cláusulas y fundamentos jurídicos ahora en disputa pero que dilucidará la justicia en un plazo relativamente largo.
El otro elemento a tener en cuenta en este mes es el de las relaciones con Chile que, pareciera, van en la dirección de atenuar tensiones pero que, curiosamente, han tomado la cultura como elemento de contrapeso a las “sobraderas” que algunos sectores de la sociedad chilena alientan. Tanto en Santiago como en Lima se han alzado voces contra el veto a una serie documental televisiva sobre la Guerra del Pacífico. Poco constructivo resulta que los estados o los gobiernos quieran imponer una versión oficial sobre hechos opinables, revisables y objeto de una interpretación artística. El tiempo tal vez decante las cosas, pero la vecindad Chile-Perú es un constante reto y una construcción permanente que pone a prueba la inteligencia y la voluntad de los gobiernos y los pueblos.
¿Es bueno dentro de esa lógica que se anuncie la devolución ( total o parcial) de los libros saqueados de la Biblioteca Nacional y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos? Que no parezca que somos los peticionarios lacrimosos, puesto que los hechos bochornosos en la guerra se pagan ante la historia y no se borran, pero sí, en efecto, se puede pedir disculpas y se puede devolver lo usurpado.
Hay un último párrafo que agregar en este mes y que se refiere al curso de dos elementos básicos en la dirección del presente régimen, independientemente del bonancible económico y el debate tributario. El primero, los pasos firmes en la dirección de hacer más manejable la gestión pública en el marco de una institucionalidad estatal renovada. Se busca puntualidad, acercamiento de los servicios al ciudadano, limpiar y acelerar la gestión gubernativa, acoger y permitir iniciativas de inversión aún en los niveles de la pequeña y la mediana empresa, pero ¿puede haber una reforma del Estado punzando la paciencia del Poder Judicial porque un vicepresidente es citado como testigo y los parlamentarios tienen fieros rezongos de otorongo que no periclita tratando de pisar al Poder Judicial? ¿Qué lío propicia este debate sobre la condición y características del otrora Poder Electoral, que parece una cuestión personal antes que una auténtica preocupación por lograr el máximo de eficiencia y credibilidad?
La otra magna cuestión, tambien vinculada a la reforma del Estado, es la queja continua de los gobiernos regionales en el sentido que no sólo poco ha cambiado en las relaciones con el gobierno central, sino que se podría advertir –según varios voceros regionales– una voluntad de freno y de retaceo que, de ser cierta, será absurda puesto que no habrá posibilidad de ignorar este proceso ni se podrá cambiar la fisonomía y el accionar del Perú sin un constante y persistente proceso de redistribución del poder y de las decisiones a las instancias regionales. En ese punto, convendría un señalamiento, uno más, acerca de cómo visualiza cada semana, cada mes, en el progreso de la descentralización y regionalización.
Publicado en Caretas 1970, 04 abril 2007.