Thursday, February 08, 2007

Luchito 'The Kid'

Cultural: El vate Luis Hernández en nueva publicación que lo desmitifica: ni suicida ni poeta maldito

Por Maribel de Paz

Billy The Kid, Luchito Hernández o LH, según se prefiera. Campeón de peso welter, Gran-Jefe-Un-Lado-Del-Cielo, poeta. También médico cirujano, en sus cuadernos Luis Hernández se inventó todas las personalidades paralelas que quiso y creyó saber perfectamente qué inyectarse cuando le dolía el estómago, la espalda o el mundo. A la vena: unos cuantos mililitros de Sosegón. Al alma: cantidades ingentes de poesía.
Han pasado treinta años desde que Hernández abandonara sus vereditas de Jesús María para terminar en los rieles de Santos Lugares, en Argentina, golpeado por el tren que lo embistió como la vida misma. Pero esto no es novedad. Sí lo es la más reciente exploración por los recovecos de la vida de Hernández. Rafael Romero, periodista de las canteras de la Universidad Católica de Chile y de la UPC en Lima, y colaborador, entre otras, de la revista argentina de poesía Tsé Tsé, viene braceando desde hace más de un lustro tras los pasos del poeta y está pronto a publicar con Matalamanga La Armonía de H – Vida y Poesía de Luis Hernández Camarero, donde pretende desmitificar al vate y contradecir su fama de poeta maldito y suicida homosexual.
Aficionado a los toros y a las mujeres casadas (según afirman en el libro, entre otros, su nana Teodora Horna), dueño de un guardarropa tan blanco como para comercial de detergentes y autor de una de las obras poéticas más escurridizas de la historia peruana, el vate se desliza ligero de tormentos por entre las 450 páginas del libro de Romero. Este, a su vez, pasea su alto perfil encorvado y sus patillas que se esfuerzan por homenajear a Hernández por las callecitas empinadas de un barrio acomodado de Surco. "Si lees mucho de lo que hay escrito sobre Hernández, lo vas a ver como un compadrito, y Hernández de compadrito no tenía nada. Aquí hay dos factores de los cuales me he cuidado: no hacer de él ni un demonio ni un héroe", explica Romero.
Luego de entrevistar a más de sesenta personas ligadas al poeta, de descubrir que este nunca quiso ser sacerdote, de perseguir sus últimos pasos por Argentina, de aprender a leer pentagramas y de zambullirse en el universo de las teorías cósmicas de Johannes Kepler, Romero promete desenredar la constelación de mitos tejidos alrededor del poeta. "Hernández tuvo un accidente", arremete contra la teoría del suicidio, "el parte médico dice que el poeta murió por golpes, no destrozado. Incluso he tenido acceso a la ropa que él llevaba puesta ese día, pero no te cuento más, para mantener el suspenso".


La Sinfonía de Hernández
A la par que un buen número de documentos inéditos entre fotografías, certificados e imágenes de cuadernos nunca antes vistos, Romero ofrece su personalísima teoría sobre el proceso creativo de Hernández, en el que su afición por la astronomía cobra nuevo vuelo: "Quiero que la gente entienda cuál era el rollo de H: alucinar la vida a través de la música. Hernández basó la estructura de algunos de sus poemarios en discos como el de Peter Highsmith y Charles Ives, el de la Sinfonía del Universo, lo cual está muy ligado a las armonías del mundo de Kepler".
Con el sueño del telescopio propio cumplido desde los trece años, LH practicaba radioastronomía con la misma dedicación con la que luego dibujaría pentagramas y prepararía sus cuadernos. "La premisa fundamental de este libro es que Hernández tuvo una visión de la poesía en la que se juntan música y cielo", explica Romero y recuerda las palabras de Kepler: "el movimiento celeste no es otra cosa que una continua canción para varias voces para ser percibida por el intelecto, no por el oído, una música que a través de sus discordantes tensiones, a través de sus síncopas y cadencias progresa hacia cierta predesignada cadencia para seis voces y mientras tanto deja sus marcas en el inconmensurable flujo del tiempo".


El doctor Sosegón
Con síndromes de abstinencia brutales por la eventual falta del calmante Sosegón (pentazocina), un opiáceo sintético que suele usarse solo a nivel hospitalario y al que LH, intolerante al dolor, terminó entregándose desmesuradamente, el poeta fue ingresado a la Clínica García Badaraco en Buenos Aires. De ahi, escapó porque lo que en realidad a él le gustaba era sentir el sol y treparse a algún bote para mirar la Costa Verde desde el mar. "El cuadro clínico que presentaba era de iatrogenia (la equivocación del diagnóstico médico y la consecuente adicción a un medicamento). Normalmente se ha dicho que él se volvió adicto por una cuestión psicológica, pero había una causa física grave que detallo en el libro", dice Romero. También asegura que el suyo no es un relato edulcorado y que en su último año de vida Hernández (que se ganó el apelativo de "doctor Sosegón") ya no era Hernández, que sufrió muchísimo y tuvo más de un encontronazo violento, como el que armó en casa de un conocido cuando no lo dejaron tocar el piano.
Amante de las esquinas, los bares, el sol y el cielo, Hernández les huía a los periódicos, buscaba la coherencia y en una de las poquísimas entrevistas que concedió declaró que lo único que le importaba era vivir. Descrito por Romero como “uno de los pocos bucaneros contraculturales que ha tenido nuestro país”, LH es el poeta que no persiguió honores y que escribió versos como este: "Los Laureles / Se emplean / En los poetas / Y en los tallarines". Y apelando a esa misma socarronería, Romero reniega de la "imbecilidad institucionalizada" que ha rodeado mucho de lo que se ha escrito sobre el poeta, y que hace de una investigación sobre la vida y obra de Hernández algo así como un internamiento "en una dimensión de conflictos sexuales, alcohol, drogas, desmanes y callejones sin salida. Todo parece indicar que no se puede ir más allá, será vano. Tuvo 'una vida signada por azares y tragedias'. Entonces es preferible tomar estas advertencias. Las exégesis lo dicen: por su vida sólo cruzaron gatos negros. No se dé un paso más. ¡Bu!". Prohibido asustarse.
En la foto: "Se dicen muchas cosas, pero ¿cuándo carajos empezó a escribir este tío? Fue en 1959", explica Rafael Romero (derecha), quien entre otros documentos ha hallado imágenes inéditas del cuaderno "Arthur Rimbaud" (izquierda), elaborado entre 1975 y 1976. "El tema Rimbaud es así: LH tiene una lectura muy particular de él, porque no es el Rimbaud adolescente que adora la locura y escribe 'muérase Dios' en las bancas de las iglesias el que le interesa, sino el que habla de armonía en sus Iluminaciones". [Leyenda de Caretas]