Andrea Cabel
Las falsas actitudes del agua
Editora Mesa redonda / Serie "Taquicardia"
Lima, 2007
Por Luis Fernando Chueca
El agua existe sutil o ferozmente cambiante en sus mil y una formas. Implica flujo, ondulación, vaivén o quietud solo aparente. Es envolvente e indetenible cuando amenaza con desbordarse y diluir aquello que se le acerque, hasta el punto de privar de vida a quien pierda el control dentro de ella. Pero puede, así mismo, prometer renacimiento: purifica. Estas son algunas de sus posibles "actitudes". Pero ¿cuáles son las falsas actitudes del agua?, ¿por qué se califica así a las que son convocadas en este libro?, ¿a qué falsedad se refiere el título? Como el agua, las respuestas serían también múltiples y mutables. Y es que, en primer lugar, aquí no hay agua sino palabras que la representan; que simulan, esconden o sugieren, como toda representación.
"En el agua todo se disuelve, toda forma se desintegra, toda historia queda abolida", dice J.A. Pérez Rioja en su Diccionario de símbolos y mitos. Aquí, dijimos, no hay agua realmente, pero su correlato, el fluido discursivo que engarza las imágenes de este poemario –que aparece ahora en su segunda edición–, opera de manera semejante: promete –como lo anuncia el último poema de la sección central– "hacer con todo ello una historia", sin embargo decide entregar apenas rastros, sutiles huellas de una trama que se niega ante los ojos del lector; aunque esta dimensión de su falsedad no obsta para atisbar algunos de sus nudos (para usar la eielsoniana palabra que el libro recuerda en algunos de sus textos): amor, identidad, pérdida, lejanía, deseo, palabra. En la primera sección todo esto se insinúa, pero antes que ello quedan establecidas, sobre todo, las coordenadas fundamentales del lenguaje utilizado: sensorialidad, sensualidad, plasticidad. Nada demasiado evidente. Palabras e imágenes de materialidad casi inasible. Sensación de tiempo que pasa y arremete sin dejar claras sus razones: "las reglas de las excepciones resplandecen solas y tristes".
En "Fruta partida", segunda sección, algo más podemos vislumbrar. El rompimiento que anuncia el título permite establecer, por la sonoridad del adjetivo, un hilo entre esta frase y "fruta prohibida", y de allí hay solo un paso hacia "paraíso prohibido" y "perdido". Si ya en "Currahee", en la primera parte, se habló del paraíso como "una isla de tierra roja abierta en dos", ahora es más claro que la experiencia esencial de la pérdida está vinculada con el quiebre: la fruta (¿el amor, la autoimagen, el deseo, la seguridad?) se parte como también lo hace el poema liminar del bloque, que duda entre una "criatura como yo / […] / o criatura como tú". La fragmentación como reverso de la identidad y el cuestionamiento de los pronombres personales se magnifican en el recorrido inmediato, que atraviesa el abecedario –los títulos corresponden a las letras–, en que una serie de personajes (Salvador, "ella", Susana, "él", Micaela, la hablante de los poemas) entretejen sus voces y funden, por momentos, sus contornos. La secuencia alfabética invita a pensar en una trama que no puede ser sino imposible o incompleta. Lo que hay, otra vez, son restos desgajados de una historia en la que la pérdida, la postergación o la imposibilidad de lograr lo querido (o soñado) es lo central.
La última sección del poemario, "Todas las mujeres han sido tú", puede proponerse como síntesis de lo anterior. Pero no como resultado de alguna operación lógica, sino en tanto clave mayor del conjunto. Aquí se hacen texto y cuerpo –sobre la base de referencias a personajes femeninos de la literatura, las artes plásticas o, incluso, la vida cotidiana– las ideas de multiplicidad y fragmentación como base de la identidad. La amada, la amiga, la madre son, quizás, así, rostros diversos de un mismo ser. ¿Admiración o reclamo? ¿Disgusto por el descubrimiento de "la máscara del cielo como estrellas pintándose la boca" o fascinación por la capacidad de ser, cada una, todas? Quizás sobre todo, conciencia de que, como el agua (elemento femenino, no olvidemos), el lenguaje tiene la capacidad de fundir todo aquello que entra en él, y construir así su propia realidad, hecha de inevitables presencias y vacíos. Con Las falsas actitudes del agua, Andrea Cabel nos enfrenta, con belleza y solidez, a ese lado admirable y perturbador de la existencia. Excelente entrega.