Por Jorge Vidal
A 70 años de la muerte de César Vallejo en distintas partes del mundo se han llevado a cabo diversos encuentros en homenaje al inmortal poeta peruano. En vida, el vate soportó una serie de penurias y golpes que tantas veces evocó en su obra poética. Incomprendido en el Perú y “ninguneado” por la crítica oficial, vivió en Europa a salto de mata como si la vida se esmerase en confirmar el verso del poeta: “yo nací un día en que Dios estuvo enfermo”. Sin embargo, el doloroso camino vital de Vallejo es la fuente inagotable de su creatividad literaria. ¿Qué habría pasado si en vez de lidiar constantemente con cervantinos “duelos y quebrantos” Vallejo hubiera alcanzado en vida la fama y el reconocimiento universales que su obra tiene hoy? Sería inimaginable ver al poeta al que “le pegaban sin que él les hiciese nada” confortablemente asentado en el establishment literario. Impensable encontrarlo en una librería en el lanzamiento de una de sus obras por una gran editorial firmando ejemplares para sus lectores. Menos que tuviese una columna quincenal en El País y en los grandes diarios del mundo analizando y dando cátedra de todos los temas desde la perspectiva de los valores universales de Occidente y el status quo. En Vallejo, sin duda, el dolor y su obra son las dos caras de una misma moneda.
No obstante, la obra vallejiana hoy está plenamente asentada en el status quo. Ya no tiene sabor a “cañas de mayo del lugar”. En los medios oficiales ha devenido en un “flojo coñac”. En el Perú, los políticos de derecha y de izquierda, aún sin haber leído directamente un verso de Vallejo deben proclamarse admiradores del poeta de Santiago de Chuco. Es lo políticamente correcto. A nivel popular, la internalización de las figuras e imágenes vallejianas ha echado profundas raíces. Se diría que nuestro vate ha conseguido lo que los grandes escritores de otras latitudes lograron cuando las expresiones e imágenes literarias que crearon pasaron a ser parte del lenguaje cotidiano. Sin proponérnoslo y, tal vez sin tener en mente el contexto en que vivió Vallejo, en diversas circunstancias solemos usar literalmente o recrear diversas expresiones sacadas del universo vallejiano, tales como un contundente: “hay golpes en la vida yo no sé”.
Los presentadores de los medios de comunicación a diario recrean y huachafean a su manera el lenguaje vallejiano. Hace poco escuché a una presentadora de chismes de farándula soltar una variación del: “como si la resaca de lo sufrido se empozara en la puerta del alma”, para referirse a uno de sus temibles “ampays”. Vallejo, por otra parte, es el nombre de una academia pre-universitaria, una Universidad, un equipo de fútbol y quién sabe de tantas instituciones más. Tanto se ha hecho uso y abuso del nombre del poeta que bien podría repetir: “Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor”.
Vallejo ha devenido, pues, en una marca. Pero una marca que no tiene patente. Es como un bien de la naturaleza, como el agua que puede ser usada por todos y para cualquier fin. Como la Biblia, es un texto sin derechos de autor que obra como instrumento útil para interpretar y dar sentido a todas las acciones humanas. Todo está escrito y pensado en el Corán del Profeta Vallejo, nuestro Mahoma peruano. No ha mucho un ex Canciller tuvo la idea de reflexionar sobre “Vallejo y la política exterior”. La universalidad y amplia cobertura temática de la obra del vate lo llevó a señalar que Vallejo es un precursor de la proyección internacional del Perú en la era de la globalización. Un telúrico y magnético verso le bastó para justificar su aserto: “Perú al pie del orbe: yo me adhiero”.
En fin, para completar el círculo y estar a tono con los tiempos, hoy que vivimos la hora de los chefs, de las franquicias y del marketing que enfatiza el mestizaje cultural del Perú, tal vez las innumerables imágenes vallejianas podrían coadyuvar al reforzamiento de eso que algunos llaman ya “la revolución capitalista en el Perú”. Algo que el poeta no habría aprobado en sus tiempos cuando se hablaba del “arte y la revolución” y se podían hacer “Reflexiones al pie del Kremlin”. La caída del muro de Berlín, el neoliberalismo y el supuesto “fin de la historia” de Fukuyama nos han inducido a pensar que ese mundo de Ritas de junco y capulí, de hermanos sentados en el poyo de la casa y de blancuras por venir quedó congelado entre Santiago de Chuco y el Paris de Mayo del 68.
En un mundo donde todo se cosifica, hasta las imágenes poéticas de Vallejo bien pueden ser útiles para reforzar la imagen de los productos y los servicios que el Perú ofrece. He aquí algunas ideas para un marketing vallejiano:
- Casino “los Dados Eternos”
- Pollería “el Poyo de la Casa”
- Licorería “el Flojo Coñac”
- Panadería “Las Crepitaciones (de un pan que en la puerta del horno se nos quema)”
- Hostal para parejas “Los Anillos Fatigados”
- Funeraria “El cadáver, ay, siguió muriendo”
- Lavandería “Blancuras por venir”
- Herboristería “Junco y Capulí”
- Artesanías “Barro Pensativo”
- Restaurante “La Cena Miserable”
- Discoteca “Espergesia”
- Constructora “ Piedra Negra Sobre una Piedra Blanca”
- Boutique “París con Aguacero”
- Carnicería “Los Huesos Húmeros”
- Empresa de Seguridad “Los Nueve Monstruos”
- “Transporte Interprovincial “Los Bárbaros Atilas”
- Aeródromo de Nazca “Hoy me gusta la vida mucho menos”
- Heladería “Considerando en frío, imparcialmente”