Palabras enviadas por el poeta y editor José Antonio Mazzotti para la presentación de En brazos de la carne, de Grecia Cáceres, el 8 de febrero del 2006 en el Centro Cultural de España, Lima.
He tenido el placer de editar más de treinta libros de poesía a través del sello ASALTOALCIELO desde 1987 y pocos me han despertado tanto cariño como este de Grecia Cáceres, a quien apenas conozco personalmente desde el Encuentro de Narradores Peruanos de Madrid en mayo del 2005. ¿Qué hacían dos poetas entre tanto narrador? Pues, bueno, Grecia es también una exitosa novelista desde su residencia en Francia, y yo iba a hablar de la narrativa de Kloaka y del Inca Garcilaso con motivo de los 400 años de La Florida. Ese cruce casi fortuito dio origen a una conversación largamente postergada. Ella sabía de mí a través de muchos amigos comunes y quizá de mi poesía; yo sabía de ella porque su primer libro de poemas, De las causas y los principios, publicado en Lima en 1992, me había dejado la fuerte impresión de que atrás existía una excelente poeta, capaz de jugar con el lenguaje por dentro, y a la vez mostrando la maestría de la expresión sencilla y directa. No me equivoqué en lo absoluto. Su conversación fina, su forma de cambiar el tono al hablar de poesía lo confirmaban. Me atreví a pedirle algo nuevo, tratando de rescatar su alma de las demandas mundanas de la narración. Pero no hizo falta demasiado esfuerzo. Grecia nunca había abandonado la poesía y me prometió un libro inédito, que llegó a mi pantalla a las pocas semanas.
Desde entonces no he dejado de paladear los versos de En brazos de la carne, libro que reafirma la condición esencial de poeta que Grecia Cáceres alberga como autora. A la vez, este libro enriquece la producción de las voces de su hornada, la del 90, y de las poetas mujeres en general. ¿Su mayor cualidad? Tal vez transcribir con el descoyuntamiento verbal, la imaginería corporal, el ritmo jadeante y ansioso, los avatares de una experiencia insustituible como la maternidad. Como pocos, este libro supera el facilismo tradicional de muchos autores y autoras anteriores para ahondar en la relación madre-hijo también desde la experimentación formal. Comienza diciendo:
En brazos de la carne
mi carne se estremece
poco a poco portales forzados
se abren
los goznes gritan o soy yo
¿Qué voz?
Un peso abajo insoportable y el olvido de sí
Es el momento del parto, de ese infinito dolor que se resuelve en una espera aparentemente eterna:
Yo cierro los ojos
manos crispadas intento levantarme
el mundo se ha hecho opaco
mi peso que comparto
el otro ser que porto me impide huir
se impulsa
choca
se desliza y bloquea
no pasa no avanza más
La espera da su resultado. Ha nacido una criatura como un pequeño guerrero que se ha abierto paso "entre los brazos de la carne" para escapar de su prisión amniótica:
Y
Es
Un guerrero cansado y muy joven
sin barbas y desnudo
su lengua es ajena
sus ojos se abren apenas
son azules y se llenan
de repente de
luz.
El bárbaro ha cruzado
las montañas, las nieves
los celajes
los campos devastados
los ríos encrespados
las noches más inmensas
el barro y la roca dura
El bárbaro ha forzado los portales
las murallas los fosos y las fieras
los goznes explotados lo han dejado
nacer
Esos goznes, las extremidades maternas, han sido barridos con una fuerza física que el poema destila a través de un cauce sin puntuación, porque el fluido constante de sustancias corporales desciende en forma de palabras que a la vez se acumulan sobre la página en blanco. Y sin embargo, la poeta-madre, reconoce su vulnerabilidad y su condición de fuente de vida para sus retoños. El último poema es casi descarnado y a la vez intensamente natural. Comienza diciendo:
Como una perra echada
en la baldosa fría
ofreciendo su flanco a las voraces
crías
He citado versos de diversos poemas para dar una semblanza muy inicial de esta valiosa escritora, que es sin duda una de las mejores voces de la poesía peruana surgidas en el fin de siglo. Me enorgullezco de haber ayudado, como partero figurado, a la aparición de este hermoso libro, y desde las frías latitudes de la Nueva Inglaterra, extiendo mi abrazo amistoso y fraterno a Grecia Cáceres, deseándole una larguísima y robusta progenie de palabras.
José Antonio Mazzotti
Boston, 8 de febrero del 2006