TRES HIMNOS
¿Quién no ha matado a su dios?
yo lo maté tantas veces que no recuerdo – antes de eso lo busqué
por la ciudad infinita sobre todo en las noches
cuando miraba el paisaje infinito descubría bocas manos abiertas
poros vacíos cargué mi cuerpo hasta dar con el amanecer
luego me senté en una plaza vacía: un sol aparecía y desaparecía
si algo se mueve —pensé— no es por algún motivo en especial
pero dicho movimiento nos crea una sensación: surge la
necesidad
lo divino se convierte en otro cuerpo
Yo escribiré en el suelo de Lima un poema que no tenga final
que el principio sea el parachoque de un carro
en marcha y las nubes que a veces suelen llegar
se queden atrapadas en los árboles
para que los niños que circulen por el poema
se escondan de los castigos
ah la soledad una canción de Lou Reed
que se oye de un carrito de plástico que pasa
un niño atrapado en su juego lento como fluido de nieve
una pandereta la cascada de lágrimas y la basura más allá
la basura humana muriéndose por dinero
todos los crepúsculos los he visto
todos los caminos de la tarde los recorrí de mañana
por eso ahora tengo tiempo para escribir
bajo cuatrocientas estrellas visibles
y una especial que se llama Rimbaud
Estaba sentada en la esquina pequeña con sus arrugas
dormitando al lado de sus bolsas
las manos juntas cruzando los dedos
la gente pasaba bajo la noche vacía
apenas la vi quedé paralizado / el lado invisible del universo
radicaba en la indiferencia hacia la anciana
ella con su mandil sucio sus zapatillas rotas de niña
sus cabellos blancos que salían del gorro
mientras las gente mataba y moría
vivía entre los carros en ese atolladero del semáforo
yo me enfrentaba y me aniquilaba
las casas se descascaraban en cámara lenta
en el ángulo obtuso entre el cielo y el infierno
quinientos diez dicotiledones como versos de ningún poeta
encontraban sus respectivos corazones arriba en las estrellas
la anciana miraba la avenida y dormitaba
así fue que vi a dios.