Esta vez Manuel pone particular interés en que su libro se presente como objeto y, sin poder ni querer negarnos a la invitación, ingresamos a él por sus aspectos gráficos, donde una cuidada edición de Cecilia Podestá nos muestra a un Leopoldo ya anciano, al relator, quien con una mirada ceñuda y apariencia kabukis, indirectas en su orientalidad y mascaraje, nos remontan a un futuro incierto donde sólo los años de la vejez pueden fijar algunas pocas verdades que son las que suscriben Pessoa y Macedonio Fernández en los bellísimos epígrafes, tal vez ni siquiera pocas verdades, si no quizás la única: lo eternos que podemos llegar a ser cuando nos hemos conocido y amado.
Frente a tan serio planteamiento, el lector se prepara, obligado a tomar distancia reflexiva cuando Leopoldo cuenta en el poema inicial que ya tiene 100 años, la sorpresa es que no sólo esta preguntándose por dónde comenzar a morir sino sobre todo por dónde comenzar a vivir. ¿Quién, si no ha vivido intensamente, puede plantearse esta clase de preguntas?, ¿Un niño de 10 años por ejemplo, como los que se precian, que tiene todo en sus manos sin que nadie se de cuenta, y más importante aún, que no le importa?. ¿O es a otro Leopoldo a quien deben interesarle estas minucias? ¿Al de 50 años que en un origami desarrugado que semejan 100 para aceptarlos debe tener en cuenta el prestigio y el acreditamiento?.
Entre el espontaneísmo y el cálculo social necesario se debaten otros Leopoldos en medio del deseo, el temor a la muerte y su bonus de sabiduría cuando se trabaja en la aceptación, la ataraxia, la plenitud de las facultades y fuerzas, el azar, un relativismo proliferante y los logros, entre otros.
Todo y nada en la vida de un hombre que esta dispuesto a un retorno asegurado por la trascendencia que brinda el amor cumplido, insisto, quizás la única verdad. Después de todo y tanto, el summa summarum de los poetas del 80, entre los que Manuel Liendo es un digno representante, es que, salvo el amor todo es ilusión.
A la tarea conclusiva de este primer poema capital contribuyen aquellos del amor en sus vertientes mas poderosas (filial, fraternal, inicial, amical, docente, nostálgico) y más al alcance y en el radio propio de elección de un individuo normal pero no normado, regular pero camuflado, que no le entra a la metafísica del lenguaje, ni a la elucubración lingüística o al ad efesios formal e innecesario cual arquitecto que diseña para el tablero y no para un cliente con quien debe convenir previamente, llámese en este caso, un lector de esos que Montalbetti decía que siempre hay uno por lo menos en algún lugar a tener en cuenta.
Y en vuelta de tuerca, poesía vindicativa y reinvinticativa, poesía local, barrial, sanantonina, pa' que te lo sepas, pues.
¿Más? Leopoldo y los sueños, usados como portal para las transmigraciones, locales y temporales, de cuyas disloques hay que regresar distinto, pero entero y ojalá mejor. Marmitas evolutivas al igual que las contemplaciones de la noche y el mar.
¿Y más? Hasta de taquito: cuando hasta el fastidio por recibir encargos de viajes cuenta, contribuyendo a la organicidad de la visión y el relato.
¿Quién sino un hombre de 50 desdoblados años vividos en tenaz y honestísimo desbrozamiento poético, de mirada computadora, como decíamos los locals miraflorinos en los 70s, puede efectuar estos maridajes, en donde saltar desde la caricia al perro hasta la preocupación por las finanzas no suponga escándalo alguno.
Esfera pues, como en la viñeta, cuyos puntos están en todas partes y el centro en ninguna, conteniendo paz finalmente, debida a la fe profesada al amor y a la poesía a pesar de sus incertidumbres y a la imprevisibilidad de la vida.
Miraflores 21 de setiembre del 2007