Por Róger Santiváñez
Hacía tiempo que un nuevo libro de poesía no llamaba mi atención como ha sucedido con Las falsas actitudes del agua de Andrea Cabel. Y me he preguntado por las razones de este parecer. Esta breve nota trata de responder dicha interrogante.
En primer lugar habría que mencionar la habilidad de la autora para situarse y entroncar su obra en el devenir de la mejor tradición de nuestra poesía. Hay una lúcida apropiación –por ejemplo de Eielson- en estos versos: la salud como aspaviento de leche y petróleo, / la infancia socavando lo repentino, las velas, las luces, / el humo de la cocina y la estrella fija en el cielo. Pero este distinto nombrar de la realidad, no se queda en sus resonancias intertextuales sino que proyecta una imaginería muy personal en Cabel. Allí está el núcleo de su capacidad renovadora: palideces madrugada en las diurnas calles vivas / repletas de juncos y puros corazones mojados. Aquí la joven poeta expresa de manera muy suya –fresca y creativa- su visión de la ciudad y sus aconteceres. Un claro rasgo de su estilo es la adjetivación doble encadenada, que no es un invento suyo, pero sí un logro de su plasmación textual: pincelada azul escarlata o silbido celeste iluminado.
Otro interesante rasgo de su escritura es la dispersión de los sujetos. En este punto Cabel se muestra absolutamente post-moderna. Nunca queda claro quién habla en el poema, ni a quien se lo dirige. Inclusive –a veces- los destinatarios son varios, están confundidos, o usan máscaras a la hora de la representación. Y al final queda abierto el sentido del poema: pronto te veré y no sé como andaremos. / quizás de pies, o de cabeza. / tú lo tendrás a él. / lo imagino como a ti./ con los ojos gigantes, cargados de vértigo. / como un perfil asustado, como un fragmento de tu cabello. […] de carne, hecho una prolongación de tu sonrisa. Al parecer, una entraña fenomenológica estaría alumbrando el misterio de esta poesía. Un volver a las cosas mismas (Husserl) –las cosas como son- queda claro en cierto verso de Cabel que reza así: "no hay más miedo que este").
A pesar de todo esto, pueden identificarse algunos temas. El amor, la familia, en cuyo centro mora la perfección enemiga que no podemos identificar, pero que la poeta con rara sabiduría acepta: mientras yo miraba el cielo / como ayuno y hacia arriba / recordando la cara de la luna, y en cada espacio que se colaba aquí dentro, / recibía. / callada. Y así se va configurando este libro, "armando los trozos que componen núcleos tristemente dispersos" como nos dice la autora. Pero al final, nos queda una imagen compacta. Un solo tono y una sola dicción adecuadamente conseguidos. Si la literatura universal está presente (entre los castillos de K) está también el muy peruano vals de colores. O momentos de intenso lirismo como: la historia de la rosa en el cabello mío.
En suma, se trata de un nuevo libro que nos presenta desgarradas imágenes de una poesía que trabaja sus tormentos: yo soy un animal que se amolda a tu cama repleto de espinas, lleno de cercos y púas. Soy la mortaja que en tu vientre se revuelca pidiéndote madre. Y en donde lo cotidiano aparece en las risas de las músicas de las mujeres de las radios; pero ésta no es una poesía coloquial, ni tampoco neo-barroca. Busca más bien su propio y personal rumbo sugiriendo efecto mariposa. Sin exagerar, porque Andrea Cabel posee el don; podemos decir de ella, lo que Ezra Pound dijo de Rimbaud: a vivid and indubitable genius.
[Roberts Pool, Collingswood, 13 de agosto de 2007]