Monday, January 15, 2007

Grupo Narración: La redención a través del compromiso

Por David Antonio Abanto Aragón

"Mi testimonio es convicta y confesamente un testimonio de parte. Todo crítico, todo testigo, cumple consciente o inconscientemente, una misión. Contra lo que baratamente pueda sospecharse, mi voluntad es afirmativa, mi temperamento es de constructor (...) Mi crítica renuncia a ser imparcial o agnóstica, si la verdadera crítica puede serlo, cosa que no creo absolutamente".
José Carlos Maríategui,
7 ensayos de interpretación de la realidad peruana


NOSOTROS, los de la Revista Narración, pertenecemos, por nacimiento, a la capa media urbana; pero, a lo largo de nuestra vida, con nuestra conciencia, con nuestra obra creadora, con nuestra actitud vital, hemos escogido la causa del pueblo.
Presentación de Narración N°1


Uno

La era de especialización del conocimiento en el mundo moderno ha ido empujando a la filosofía y las artes, a la cultura en general, en su más amplio sentido, a expresarse, muy a menudo, en un lenguaje cifrado, que los pone fuera del alcance de los no profesionales, lo que ha hecho que la inmensa mayoría de las personas que forman parte del común den totalmente la espalda a un quehacer que les parece artificioso y abstracto, y —en el caso de la literatura y el arte— prescindible sin mayores contactos con sus problemas cotidianos, es decir, una tarea intelectual oscurantista e impráctica.
La especialización trae, sin duda, muchos beneficios, pues ella permite profundizar en la exploración y la experimentación, y es el motor del progreso. Pero tiene, también, como consecuencia negativa, el conducir a la incomunicación social, al cuarteamiento del conjunto de seres humanos en asentamientos o guetos culturales de técnicos y especialistas a los que un lenguaje, unos códigos y una información progresivamente sectorizada y parcial, confinan en aquel particularismo contra el que nos alertaba el viejísimo refrán: no concentrarse tanto en la rama o la hoja como para olvidar que ellas son partes de un árbol, y este, de un bosque. De tener conciencia cabal de la existencia del bosque depende en buena medida el sentimiento de pertenencia que mantiene unido al todo social y le impide desintegrarse en una miríada de particularismos solipsistas.
¿Tiene la mala educación existente en casi todas partes la culpa de que la cultura sea un lujo prescindible para cada vez más gente? Tal vez sea al revés: porque la cultura es un reducto de minorías es que la educación anda como anda. Pero la educación no puede suplir por sí sola lo que anda mal en las familias, y en los medios, y en las costumbres y los usos de una sociedad. Acaso parte de la culpa la tengan también los hombres y las mujeres de cultura, que andan por las nubes y miran, cuando los miran desde esas alturas, a los “indoctos” con infinito desinterés, sin hacer el menor esfuerzo por conocerlos y comprenderlos, por llegar a ellos y seducirlos. No nos excluimos de es­tas críticas, todo lo contrario.


Dos

En El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo (Paidos 1992), especialmente orientador en estos días, calificados voluntariosamente de “posmodernos”, en los que se abusa de versiones cómodas de pragmatismo, el hedonismo, el escepticismo y el individualismo irresponsable, mientras la economía de mercado fortalece sus reglas de juego gobernadas por el consumismo, Frederic Jameson afirma desde una activa postura crítica ante la posmodernidad que la lógica del mundo contemporáneo no es “incognoscible” sino “irrepresentable”. En opinión de Jamenson, estamos en una época en que la noción de espacio está sustituyendo a la de tiempo y ello ha comenzado a traer ineludibles consecuencias epistemológicas (y políticas) que son urgentes destacar. Al debilitamiento de la voluntad para la transformación social, hoy se suma una considerable pérdida de profundidad histórica y, también, de resistencia a pensar en la “totalidad” como instancia última de la vida colectiva. Todo lo cual parece conducir, según Jamenson, a la discutible idea de que, en sus colecciones de fragmentos y en su radical desorientación frente al tiempo, la producción cultural contemporánea no sería sino un signo mayor de una sociedad que ha comenzado a perder toda posibilidad de autorrepresentarse ella misma debido a una heterogeneidad discursiva carente de norma.
De otro lado, en el contexto de la discusión filosófica, iniciamos un nuevo siglo persuadidos de que el proyecto de una razón autosuficiente y universalizante parece haber agotado sus posibilidades discursivas y, sin embargo, el debate actual también nos muestra, más allá de la crítica postmoderna, los diversos esfuerzos por salvar la pluralidad e historicidad de nuestra experiencia contemporánea, sin abdicar de la idea de un entendimiento común y de un horizonte dialógico para las relaciones interculturales.
Frente a este escenario contemporáneo, una aproximación múltiple a la propuesta de revisión con ansias de negación y ruptura, pero también de afirmación y esperanza, del grupo Narración nos la presenta en lo esencial cada vez más representativa de una suma de voluntades que aspiran todavía a ubicarse en el tiempo, no solo para continuar visualizando algunos poderes que pretenden ser ocultos, sino también para convocarnos a un compromiso y a un ejercicio de imaginación capaz de descubrir las posibilidades que aún tenemos presentes.
Narración ha sido uno de los últimos grandes proyectos colectivos que asumió lo que se llamaba “el compromiso” en los años sesenta, con una resolución y un talento que le ganaron siempre la atención de un vasto público, que desbordó largamente el medio literario. Supuso un ajuste de cuentas, una implacable revisión —un “proceso”, diría José Carlos Mariátegui— tanto del desarrollo anterior de las letras peruanas como de lo recibido en lapso inmediatamente anterior (Vargas Llosa y el llamado boom de la narrativa latinoamericana) y de las formulaciones realizadas por los críticos en nuestro medio. Es difícil saber con exactitud hasta qué punto sus manifiestos, pronunciamientos, polémicas, influyeron en la vida pública, política y tuvieron efectos sociales, pero no hay duda de que, en el último medio siglo de vida peruana, las ideas de asumidas por el grupo Narración enriquecieron el debate cultural y político, y contribuyeron a llamar la atención sobre problemas y asuntos que, de otra manera, hubieran pasado inadvertidos, sin el menor análisis o reflexión críticos.
Los efectos sociopolíticos de su propuesta estética (así como los de un poema, de un drama o de una novela) son inverificables, porque ellos no se dan casi nunca de manera colectiva, sino individual, lo que quiere decir que varían enormemente de una a otra persona. Por ello es difícil, para no decir imposible, establecer pautas precisas. De otro lado, aunque estos efectos sean difíciles de identificar no implica que no existan. Sino que ellos se dan, de manera indirecta y múltiple, a través de las conductas y acciones de los ciudadanos cuya personalidad las obras literarias contribuyeron a modelar.


Tres

Nos resulta formidable que el interés que ahora rodea la obra del grupo Narración y su estela tenga mucho que ver con esa función de "conciencia ética" de la sociedad que Narración se impuso y que ha mantenido a lo largo de su permanencia, a la vez que desarrollaba su actividad literaria. No nos cabe duda de que Narración es el último gran proyecto del siglo XX de esa estirpe, a la que perteneció Amauta de José Carlos Mariátegui, en el segundo decenio del pasado siglo con su “invitación a la vida heroica” (título pensado para un libro que el Amauta dejó en esbozo), a alumbrar dentro de nosotros “el alma matinal”, que sigue vigente, interpelándonos en este nuevo siglo.
Narración concentró el clima revolucionario de fines de los años sesenta y comienzo de los setenta de la pasada centuria. Su propósito: un literatura, a la vez, espléndida técnicamente y decisiva ideológicamente. Con el valioso esfuerzo de escritores mayores como Oswaldo Reynoso y Antonio Gálvez Ronceros, dicho proyecto congregó, en diferentes momentos de su formación, a varios narradores jóvenes como Miguel Gutiérrez, Vilma Aguilar, Roberto Reyes Tarazona, Ana María Mur, Hildebrando Pérez Huarancca, Juan Morillo, Luis Urteaga Cabrera, Augusto Higa. Ellos articularon esfuerzos a través de los tres números de la revista del mismo nombre (1966, 1971 y 1974) y el surgimiento, en 1979, del sello ediciones Narración que dio a la luz el volumen de cuentos Los ilegítimos de Pérez Haurancca. Narración, pues, aparece no como un grupo homogéneo, sino plural, conformado por personas de diferentes edades, procedencias y militancias políticas.
A la luz del tiempo recorrido, el experimento de Narración muestra un proyecto perfectible, pero es innegable que abrió cauces para la madurez artística de notables creadores cuya producción no podría ser comprendida ni explicada sin lo que significó el grupo Narración. No importa que haya padecido la mezquindad de reputados críticos literarios de los años cincuenta-sesenta, causante de una secuela de marginaciones que no ha cesado hasta ahora. La calidad de los escritos de sus miembros cuya capacidad para sintetizar el esmero artístico (una prosa rítmica, rica en recursos expresivos) y la óptica crítica (de aliento revolucionario) le tiene asegurado un lugar entre los proyectos y propuestas imprescindibles en la maduración de la narrativa peruana contemporánea.
Valgan esas referencias para constatar la búsqueda en agraz de la irradiación de literatura de buena ley que nos atrape y subyugue cuando la leamos. La satisfacción que, a la luz del tiempo transcurrido, produce ver en proceso de espléndida maduración propuestas literarias, en la senda firmemente trazada en las páginas de Narración.
La opción de Narración asumía que ser artista, escritor, era, al mismo tiempo que fantasear ficciones, dramas o poemas, agitar las conciencias de sus contemporáneos, animándolos a actuar, defendiendo la causa del pueblo y rechazando otras, convencidos de que el escritor podía servir también como guía, consejero, animador o dinamitero ideológico sobre los grandes temas sociales, políticos, culturales y morales, y que, gracias a su intervención, la vida política superaba el mero pragmatismo y se volvía gesta intelectual, debate de ideas, creación.
Narración optó con lucidez y rigor por una alternativa creadora revolucionaria, una opción clasista, de inspiración marxista-leninista, que, adoptando las técnicas narrativas contemporáneas y ensayando otras, exprese y oriente la visión del pueblo con tanta o mayor eficacia que un documento o una crónica. Detrás de una obra tan cohesionada actúa la visión dialéctica, propia del marxismo (crítico, como querían Mariátegui y Vallejo, sin encasillamientos partidarios). Su prédica socialista fue admirablemente una “creación heroica” alejada de toda fácil copia de teorías y experiencias foráneas, de cualquier dogmatismo, incluyendo las directivas “ortodoxas” de los partidos comunistas de otras latitudes. Por eso su mensaje permanece vivo y palpitante a pesar del derrumbe soviético y el tantas veces proclamado “fin de las ideologías”.
Narración encarnó esa opción revolucionaria en la tarea de “peruanizar el Perú” y de construir una sociedad más justa y humana, vinculando de modo fructífero las raíces nacionales con las lecciones aprovechables de la humanidad entera; todo ello en comunión estrecha con el pueblo, la “masa” (Vallejo) o “multitud” (Basadre) “entropado con el pueblo” (Arguedas) para alumbrar dentro de nosotros “el alma matinal”, sigue vigente, interpelándonos.
De modo personal cada uno de sus integrantes asimiló rasgos del realismo decimonónico, el realismo crítico y el socialista, el neorrealismo y el realismo maravilloso. La enorme contribución que la propuesta del grupo Narración ha hecho, y sigue haciendo (varios de sus exponentes principales siguen en admirable actividad), a las letras nacionales es capital, al consolidar la madurez de la nueva narrativa, con recursos y perspectivas propios del siglo XX por la evolución de la sociedad peruana (después de la segunda guerra mundial afloran con mayor nitidez rasgos “modernos” en nuestra economía, movilización política, conglomerados urbanos, etc., y se hace vigente en el terreno social una narrativa que posee recursos y temas modernos).


Cuatro

En la actualidad, aparentemente, se nos quiere hacer creer que ningún joven intelectual de nuestro tiempo piensa que esa sea también la función de un escritor, y la sola idea de asumir el rol de “conciencia de una sociedad” le parece una idea pretenciosa y ridícula. Se nos quiere hacer creer que más modestos, acaso más realistas, los escritores de las nuevas generaciones parecen aceptar que la literatura no es nada más —no es nada menos— que una forma elevada del entretenimiento, algo respetabilísimo, desde luego, pues divertir, hacer soñar, arrancar de la sordidez y la mediocridad en que está sumido la mayor parte del tiempo el ser humano es acaso, sino imprescindible para hacer la vida mejor, necesaria, por lo menos, para hacerla más soportable.
A nuestro juicio, la mayor parte de la producción narrativa de los jóvenes narradores de estos tiempos alberga en sus concreciones un riesgo: el peligro de un lenguaje descafeinado, meramente divertido, no motivador de relecturas; la prosa ágil, de frases esquemáticas, inspirada en el minimalismo norteamericano; un estilo sin estilo, estimulado por la “globalización capitalista” decidida a convertir al planeta en un mercado de consumo masivo de thrillers con buenas dosis de acción, suspenso y erotismo, en este caso libros epidérmicos que, en los últimos años, han dado solo en privilegiar la diversión y la amenidad, en desmedro de la hondura y la trascendencia humana, socio-cultural sin connotaciones profundas a descubrir a lo largo de toda nuestra vida.
Por otra parte, se nos dice, ¿la historia no nos muestra que son esos escritores que se creían videntes, sabios, profetas, que daban lecciones los que se equivocaron tanto y a veces de manera tan espantosa, que terminaron contribuyendo a embellecer el horror y buscando justificaciones para los peores crímenes? Mejor aceptar que los escritores, por el simple hecho de serlo, no tienen que ser ni más lúcidos ni más puros ni más nobles que cualquiera de nosotros. La verdad es que muchas de las tomas de posición manifiestas a través de la producción del grupo Narración han sido valientes y respetables, y, en lo esencial, lo siguen siendo hoy en día. Podrán haber mostrado equívocos, pero, aun así, no hay duda de que esa vigilancia y permanente cuestionamiento que ha ejercido sobre el funcionamiento de las instituciones y las acciones del gobierno es imprescindible en una democracia para que esta no se corrompa y se vaya empobreciendo en la rutina.
Destaquemos su valoración de la tendencia realista, especialmente cuando no se contenta con solo mostrar, sino que formula interpretaciones y tantea soluciones orientadas al cambio revolucionario; mencionemos su identificación y admiración por los relatos realistas de César Vallejo, Ciro Alegría y Julián Huanay. La opción de Narración rescata, en consecuencia, mucho del realismo crítico y el realismo socialista, aunque comprende, consciente de la pobreza técnica y la visión maniquea de esta opción —eco del pro-vanguardismo auspiciado por Mariátegui—, la necesidad de asimilar las técnicas narrativas de la modernidad artística asumiendo creadoramente las técnicas de la nueva narrativa y la complejidad de lo real revelada por el neorrealismo urbano (Julio Ramón Ribeyro, Carlos Eduardo Zavaleta y Mario Vargas Llosa) y de ensayar nuevos caminos, ya sea asumiendo la tradición oral del pueblo, ya sea explorando el potencial literario de la crónica, el informe y la entrevista. La literatura de “no ficción” sería una combinación de una información objetiva y otra creada por el narrador en la que la verosimilitud no es opuesta a la imaginación en la obra literaria (léanse Luchas del magisterio. De Mariátegui al SUTEP de 1979 y Cobriza, Cobriza, 1971, de 1981). Pero la propuesta de Narración añadirá una consigna político-literaria en la que importa tanto el objeto documentado como el criterio y los procedimientos, que incluyen una elaboración ideológica previa, a la misma redacción para hacer el documento cuya producción colectiva e ideológica fue su característica más distintiva.
Hoy la mayoría trabajos de análisis literarios se apoyan en formulaciones de la teoría literaria que enfatizan el carácter autosuficiente (propio de un texto que se torna un medio y un fin en sí mismo: autotélico) de la obra literaria, su naturaleza ficticia que logra cautivar al lector no por sus referentes reales sino por la eficacia de sus medios expresivos. Desde esta óptica, no procede elogiar la propuesta de Narración por crear la realidad del pueblo peruano, sino por su maravilloso hechizo y magia verbales.
Creemos que no es adecuado extremar la oposición: realidad o ficción. Ya en la antigüedad Aristóteles (y un largo etcétera que nos puede conducir hasta Martin Heidegger y Emil Staiger, en Hispanoamérica, Alfonso Reyes y Octavio Paz) dilucidó que la ficción no es otra cosa que una reelaboración de la realidad, que se aleja de lo circunstancial para sacar a flote la verdad esencial. Y eso lo consigue también la propuesta del grupo Narración, cuidando a la vez, la perfección artística de sus páginas; postura equilibrada, distante tanto del epidérmico realismo comprometido como del insulso e irresponsable purismo autotélico.
La propuesta de Narración fue una de las pocas en ir contra la corriente, en asumir y defender una alternativa democrática de filiación popular, con todas sus imperfecciones, como una alternativa más humana y más libre que la representada por otras opciones y los totalitarismos de toda índole, sean estos de derecha o de izquierda.
Y en esa defensa es la idea del artista comprometido la que Narración ha tratado de encarnar, con lucidez, rigor, pero también con pasión, mientras estuvo en actividad: la del que opina y polemiza sobre todo, la del que quiere que la vida se amolde a los sueños y a las ideas como lo hacen las ficciones que fantasea, la del que cree que la del escritor es una de la más formidable de las funciones porque, además de entretener, también educa, enseña, guía, orienta y da lecciones. Aplaudamos esa idea de aspirar a que la obra sea, a la vez deleitosa y provechosa. No solo hay que entretener; también enseñar, en su doble acepción, la cognoscitiva y la ética. Aquella idea acerca del “papel fiscalizador de la literatura” es un mal invento; supone asumir una labor ajena. En el Perú se cree que “literatura fiscalizadora” es un sinónimo de periodismo de investigación. Aquella no existe; este es un género cuyas herramientas sirven para descubrir con fundamentos y para dar testimonio de los hallazgos. Nada más.
¿Afecta lo ocurrido en el mundo y en nuestro país la obra y el legado artístico de Narración? En absoluto, su influencia en escritores que se mantienen en actividad y cuya producción personal viene alcanzando una madurez extraordinaria lo demuestra. ¿Pasa lo mismo con sus pronunciamientos y manifiestos políticos y cívicos que ocupan una buena parte de su obra ensayística y periodística? Quizá perderán algo de su pugnacidad, sin duda, por los excesos ideológicos que desembocaron en una crítica ideologicista (con este término aludimos a una desproporción ya que una crítica ideológica, “de parte”, como en el caso opuesto una crítica estética, pero no esteticista, resulta pertinente y utilísima) en análisis de tradiciones que no se atrevían a encararse con su propio pasado ni reconocían culpas en las devastaciones y horrores que produjeron los diferentes proyectos autoritarios de nuestra historia, y se refugiaban en la amnesia y el silencio hipócrita en vez de redimirse con una genuina autocrítica, pero, por el contrario, consideramos que todavía siguen vigentes los ideales que sustentaron su propuesta nuclear: la justicia, la libertad, los hombres.
Pero es necesario considerar que este legado no puede entenderse fuera del marco de un cuestionamiento radical a la sociedad moderna, contemporánea y a la violenta instrumentalización del ser humano que ella misma ha producido. Todo ello, sin duda, también vinculado con la realidad peruana y sus más complejas herencias y dolorosas heridas aún abiertas. Ahora, muchos han separado política de ética. Hoy la efica­cia ha pasado al centro, pero lo que, al final, nos resultará más costoso es haber separado moral de cultura. El estudio y la valoración de la propuesta de Narración nos recuerdan que nuestro compromiso pasa por la “creación heroica” de otra moral. Otros valores. El desafío creativo es enorme.
Es cierto, hay muchas razones para desalentarnos. Pero seríamos insensatos si nos sintiéramos derrotados. Pues, junto con aquellos argumentos a favor del pesimismo, hay otros que los refutan y justifican, si no el optimismo, una cautelosa esperanza. El legado del grupo Narración es uno de ellos.


Cinco

Si bien consideramos que la propuesta del grupo Narración es fundamental para entender el Perú contemporáneo, no podemos sobrevalorarla. No caigamos ni en el elogio fácil ni en la descalificación estética de una obra por vía de una valoración ética y ojerizas ideológicas, por esta línea de valoración crece la censura y la inquisición. La crítica sanamente entendida demanda amplitud de criterio: la mayor sintonía posible con toda la tradición literaria, de ayer y de hoy. Consideremos “en frío, imparcialmente” los méritos y limitaciones de la propuesta del grupo Narración en aras de su comprensión adecuada y valoración justa. Pasemos, pues, revista a las miradas múltiples de las líneas mayores del proyecto del grupo Narración y precisemos sus aportes para el desarrollo de las letras nacionales y que mejor manera de hacerlo que a través de la atenta lectura de esta estupenda antología que nos obsequia el profesor Néstor Tenorio en la cual se reúne por primera vez, una significativa muestra de textos —muchos de ellos de difícil acceso y otros prácticamente inhallables— que dan cuenta de la diversidad temática de la producción del grupo Narración y de algunos de sus miembros más conspicuos también de la rica reflexión teórica que su obra y legado motiva. La finalidad primordial (la más noble y la más trascendente) de los estudios literarios y de la crítica no es otra que favorecer una lectura cada vez más cabal, honda y completa de los textos literarios, tratando de tornar “competentes” a los lectores de ellos. Este libro que nos entrega arteidea editores es una valiosa contribución a ese propósito.


Independencia, octubre de 2006