Thursday, September 21, 2006

Se Quemó el Averno

Cultural: Centro cultural fue incendiado por vándalos que pretendían desalojarlo

Por Francisco Melgar

No, no se trataba de una performance. Aunque los vecinos de la segunda cuadra del jirón Quilca pudieron haber confundido el humo y los gritos que salían del Averno con una obra conceptual de los artistas que allí trabajan. Tampoco se trataba de una instalación. Ese 6 de setiembre el fuego no era una alegoría de la violencia enmarcada en una obra de arte contemporáneo, sino el penoso resultado del litigio entre los dirigentes del conocido centro cultural y los dueños de la propiedad que desde hace nueve años alquilan para difundir sus inquietudes creativas.
Todo empezó en los primeros días de agosto, cuando Marco Gonzales Puppo, uno de los dueños del terreno, se acercó a Jorge Acosta, director de la mencionada institución, para pedirle que se retire de su propiedad. La respuesta de Acosta, en carta notarial, fue la siguiente: "No deseando entrar en controversias judiciales, me comprometo a desocupar el inmueble el último día del mes de diciembre". Gonzales, quien al parecer desea construir un centro comercial en el terreno, respondió, según versión de Acosta, de esta manera: "Los quiero en la calle en cuatro días. Si no se van por las buenas, se van por las malas".
Entonces se produjo el incendio. Luego de forzar la puerta de la abandonada bodega colindante, un grupo de delincuentes ingresó al Averno para, aunque suene tautológico, prenderle fuego; sólo la rápida actuación de tres compañias de bomberos logró evitar el desastre. Cuatro días después los sujetos regresaron; en esta ocasión, los guardianes del centro cultural fueron reducidos, golpeados y amenazados por los vándalos. Afortunadamente la llegada de la policía obligó a huir a los matones.
Ahora en el Averno se viven tiempos de vigilia: amigos y simpatizantes se turnan para resguardar el local, aunque todos son conscientes que tarde o temprano tendrán que dejarlo. Con la clausura del centro cultural se cerrará uno de los capítulos más viscerales, rabiosos y –por qué no– entrañables de la historia del centro de Lima. Sólo queda esperar.