Por Enrique Bernales
Doris Sommer en Foundational Fictions analiza diferentes novelas latinoamericanas del siglo XIX y comienzos del XX llegando a la conclusión de que la imposibilidad, el fracaso o el éxito de los romances de los protagonistas alegorizan respectivamente la imposibilidad, el fracaso o el éxito de los diferentes proyectos de nación de las comunidades imaginadas de esta parte del mundo.
La hora azul de Alonso Cueto, premiada con el Premio Herralde de Novela (2005), un thriller policial que dialoga con la violencia política en el Perú, también propone un proyecto de nación como las novelas decimonónicas y de comienzos del siglo XX de Latinoamérica, a su vez, lo hicieron.
Adrián Ormache, un exitoso abogado limeño de la clase media alta tiene una familia perfecta: dos preciosas hijas y una esposa bella y aplicada. De espaldas a una realidad reciente de violencia política, su vida está colmada de halagos y un futuro tranquilo. Sin embargo, los fantasmas del pasado destruyen esa muralla narcisista que tanto sacrificio le costó crear y lo llevan en una búsqueda desenfrenada para volver a atar su mundo y así imaginar una nación reconciliada. De esta manera aparece en su vida la sombra de Miriam, una muchacha ayacuchana a la que el padre de Ormache, oficial de la marina, violó y embarazó durante su destacamento en Ayacucho por los años de la Guerra Civil entre el Estado y los grupos insurrectos, en este caso específico, Sendero Luminoso. El papel que cumple "la mestiza" Miriam es pasar de ser una víctima de violación a la amante de un hombre casado, el abogado, el hijo de su violador. Con todas estas manchas morales encima, ellos no podrían constituirse en la pareja fundacional que reconcilie al país. Es por eso que ella debe morir. Así será convenientemente asesinada por el narrador. Más bien será el hijo de ésta, Miguel, hermanastro de Ormache, producto de la violencia política, quien a través de los buenos oficios del abogado culposo, represente al nuevo hombre peruano que mira hacia adelante y reconcilie a la clase media alta limeña con la clase media de provincias, de la que se forjó la cúpula de Sendero Luminoso con Abimael Guzmán a la cabeza. El "mestizo" Miguel ingresa al hogar de Ormache para hacer realidad esta imaginada nación del narrador. El 'gracias' de Miguel, al final de la novela, a ese sector de la sociedad peruana que le dio las espaldas al país cuando más se le necesitó, encarnado en Adrián Ormache, representa un panorama de futuro con oportunidades y sin violencia para el Perú del siglo XXI.
Así como esa novelas fundacionales de las que Doris Summer se ha ocupado, La hora azul tiene una función pedagógica. Ahora bien, la novela de Cueto carece de una polifonía de voces y discursos que se confronten, por el contrario, modela una visión estereotipada de ciertos grupos sociales en favor de su objetivo reconciliatorio. A su vez, expresa un prejuicio claro contra los sujetos de extracción popular (Chacho y Guayo, lugartenientes del padre, la estafadora Vilma Agurto o los profesores de Miguel que le piden una chambita al abogado), o con los que encarnan el mal gusto o lo huachafo (Rubén o el padre de ambos). Creo que allí radica el gran error de la novela y no en la falta del narrador para reproducir coherentemente el habla del habitante de la sierra peruana o del migrante. El narrador no deja que la otredad se manifieste sino cómo se puede explicar que Miriam afirme lo siguiente sobre el padre de Ormache: "-Su padre no fue un hombre malo- susurró. […] y yo lo odiaba tanto a su papá, pero ahora ya no lo odio, ya casi lo quiero" (219). Más bien, el Otro ficcionalizado nunca llega a hablar en la novela.
Finalmente hay que valorar el papel fundacional de la clase media en la novela. Lo que se ha descuidado en algunas críticas a La hora azul es diferenciar entre lo que representa Adrián Ormache, es decir, la clase media alta limeña, clase profesional que es acomodada por su trabajo, no por abolengo o herencia y la élite del Perú. Al carecer nuestro país de una élite que impulsara un proyecto de nación, siempre le ha tocado a la clase media peruana, clase compuesta por profesionales, la función política de dirigir los destinos del país o de imaginar una comunidad nacional a través de su literatura. De esa clase nacieron partidos políticos tradicionales como el APRA, PCP, AP, PPC; guerrillas como el MIR, o grupos subversivos como el MRTA o Sendero Luminoso.