Capítulo I
Todos fuimos hasta la orilla del lago antes de ir a la escuela, como todos los días; incluso el huyk´o (ciego). Pero la Julia no. Todos éramos los cinco de Thayapampa.
Esperamos un buen rato. No jugamos nada. Solo estábamos sentados. Si otro hubiera sido el ausente, ya estaríamos revolcándonos en la arena o mojándonos los pies en el agua. Es que la Julia era pura alegría, y era como la jefa del grupo. Ella no lo decía. No era necesario. Hasta los varones le hacíamos caso. Sin mandar ni obligar, sabía siempre lo que queríamos.
La Hortensia dijo que la vio pasar por su casa temprano y que la Julia le hizo una seña, como diciendo “en el lago nos vemos”. La Hortensia quiso seguirla, pero su mamá la atajó.
—Como perro nomás, ya vas a ir en su detrás de esa alborotada —le hizo una señal con la cabeza para que entrara a la casa—. Temprano es. Ven a ayudarme.
La Julia ni se detuvo un segundo. Siguió caminando por el camino sembrado de collis, balanceando los brazos con energía.
—¿No llevaba sus cuadernos? —preguntó el Timoteo preocupado.
—No me recuerdo. Creo que sí —la Hortensia parecía esforzarse en recordar con sus ojos a la amiga que se alejaba por el camino.
No dejábamos de mirar por el c amino de Thayapampa. También mirábamos los caminos que iban a la escuela y a Q´eta.
—¡Ahí viene! —el huyk´o dio un salto y, feliz, agregó—: ¡Llegó la Julia!
Todos nos quedamos un momento sin saber qué decir.
—Oye, Mariano —le dije, dándole media vuelta de los hombros—, el camino está en atrás tuyo.
El Mariano volvió a mirar hacia el lago con seguridad:
—¿Julia? —llamó dudoso.
Los demás nos miramos otra vez, desconcertados; pero luego nos aflojamos con nuestras risas.
—Borracho has de estar, Mariano —se atrevió a bromearle el Timoteo—. El lago estás mirando y la Julia no ha venido.
El huyk´o no contestó. Siguió mirando el horizonte azul del lago con sus ojos blancos. Luego se acuclilló con la cabeza hacia abajo. Estaba como pensando.
Los demás nos levantamos. Ya era tarde. Llegaban los chicos de Q´eta. Varios de ellos nos empezaron a señalar y, luego, todos se quedaron mirándonos, como asegurándose de que éramos nosotros. Sin ponerse de acuerdo, salieron disparados con dirección a la escuela, sin mirar siquiera si es que los seguíamos o no.
Con los de Q´eta teníamos una rivalidad antigua, y una de nuestras guerras era la de quiénes llegaban primero a la escuela. Thayapampa estaba más lejazos que Q´eta, pero siempre llegábamos primeros. Bueno, casi siempre. Esta vez no queríamos dejarnos ganar tampoco. La Hortensia y el Timoteo partieron a la carrera. Yo iba en su detrás, pero el huyk´o me detuvo.
—Yo la oí —me dijo en voz baja—. Del lago nos llamaba la Julia.
Mi cuerpo se estremeció de frío y volví a mirar la inmensidad azul del Titicaca. Sin saber por qué, de pronto, escuché mi propia voz en un grito largo y ronco: ¡Juliaaaa!
Capítulo II
¡Alalau! —aulló el Francisco al vernos llegar. Los demás chicos que estaban en el patio lo siguieron. Temblaban, se tiraban al suelo, gritaban; pero, principalmente, se reían.
A los de Thayapampa nos tenían mucho respeto, pero siempre hacían bromas con el nombre de nuestra comunidad, que significa “La pampa del frío”. Nosotros mismos les seguíamos el chiste, festejando tanta payasada. Los de Q´eta estaban más felices que nadies. Con sus caras moradas y chorreando sudor, no paraban de celebrar.
El Juvenal improvisó un huayno:
Q´eta, Q´eta está bailando
Thayapampa está de frío
Q´eta, Q´eta está ganando
Thayapampa ya ha perdido.
Todos lo aplaudieron.
La campana vieja y mohosa de la escuela empezó a llamar a clase y la fila de la pila se alborotó. Todos querían lavarse.
En eso llegó el profesor y puso orden:
—Tú, aquí. Tú, ponte detrás. No seas viva, Juana. Tú, no te coles.
El huyk´o y yo estábamos al final.
—¿Se habrá ahogado? —me atreví a preguntarle.
El huyk´o me apretó el brazo y luego se persignó:
—No llames a la calamidad.
La Hortensia y el Timoteo salieron del salón y vinieron donde nosotros.
—Nadies la ha visto —la Hortensia estaba alarmada.
—A todos les hemos preguntado —el Timoteo se frotaba el sudor de la cara.
—¿Qué hace todo Thayapampa al final? —preguntó sonriente el profe.
—Todo Thayapampa no está, profe —le dije con una voz que casi no me salía.
—Ah, ¿la Julia todavía no llega? —preguntó, sin advertir la terrible situación—. Bueno, ya llegará. Me dijo que se iba a Ilave para un recado de su mamá. Ya llegará.
¿Ilave? ¿Un recado? ¿Acaso el profe la había visto?
—¿Y usted cómo sabe, profe? —los ojos se le salían al Timoteo.
El profe lo remedó con voz motosa, acercándole sus ojazos:
—¿Yo? Yo sé porque la vi en el cruce, junto al lago. Y ella, ella me vino avisar.
Todos estallamos en una gran risotada. Yo sentí que a todos se nos abría el pecho. El corazón latía alegremente. La Hortensia, el Timoteo y yo nos abrazamos, en ronda, y empezamos a saltar.
Francisco se nos acercó, curioso, y preguntó medio molesto:
—¿Qué? ¿Acaso no perdieron? Ya ven, sin su Jefa no son nada. ¿A quién quieren engañar?
—¡T´apakala! (tonto) —le grité—. La Julia llegó primero que nadies a la escuela.
El Francisco se asombró.
—Pregúntale al profe. Le pidió permiso para ir a Ilave. Anda, pregúntale.
El yokalla (niño) hizo una mueca de fastidio y formó en fila, mientras mis amigos me felicitaban, con una sonrisa, mi mentira.
—¿Y tú, huyk´o? —le dije al Mariano— ¿No me felicitas?
El Mariano se mordía el índice con sus dientes enormes. Ni me miró, ni me contestó. Con un palito de rama de eucalipto escribió torpemente en la tierra: JULIA.