Tuesday, December 23, 2008

El hacer poético. Respuestas de José Antonio Mazzotti


Si quisiera Ud. recordar su primer poema, o su primer libro, ¿podría evocar el impulso inicial de su escritura? Aleixandre dijo que se hizo poeta el día que leyó un verso de Rubén Darío. ¿Cómo se reconoció Ud. en diálogo con la poesía?
La historia se resume en una anécdota que he contado en alguna ocasión, pero nunca de forma escrita. Aquí va. Era el año de 1965. Yo estaba en mamelucos en el jardín de la infancia y me sobraban los dedos de la mano para contar mi edad. La maestra (siempre gigantesca, siempre hermosa en la memoria) necesitaba voluntarios para actuar en una escena sobre el Día de la Raza, como se le llamaba entonces al 12 de octubre. A mí me importaba muy poco eso de las carabelas y Colón y los Reyes de España. El mundo era un constante asedio de pasiones y una ominosa aventura diaria. Y sólo tenía cabeza para pensar en mi primer amor, una niña salida de las carátulas de las revistas o de los ensueños. Su nombre era Raquel, y su apellido, aunque lo recuerdo, no lo revelo para no sonrojarla, donde quiera que esté. Raquel, por ser la más linda, fue elegida para representar a la Reina de España. Los demás papeles se fueron completando a regañadientes. Pero faltaba el principal, el de Colón, que debía usar bombachas y mallas de bailarín (sospecha de afeminamiento) para rogarle a la Reina su apoyo en la empresa transatlántica y, eventualmente, ganar su aprecio (y quizá, en un golpe de gloria, hasta su admiración y su amor). Para mí ofrecerme a ser Colón fue como asumir lo que más tarde sería la vocación de la poesía: correr el riesgo de hacer el ridículo para estar más cerca de la belleza absoluta. A los pocos años Raquel se transformó en Ángela y yo había aprendido a escribir. Mi primer poema, a los diez u once años, se llamó así, como ella, “Ángela”. Pero la poesía la intuí mucho antes de saber escribirla.

A sus lectores les gustaría seguramente conocer su biblioteca, esa ilusión de un árbol genealógico del poeta. ¿Qué libros de poesía, si alguno, motivaron la juventud de su ejercicio poético? ¿El poeta, inventa a sus precursores o, más bien, imagina a sus lectores?
Me conmovieron mucho los primeros versos que oí de los misales y los refranes populares que mi madre repetía. Mi primer contacto con la poesía fue, pues, con la poesía oral. Cantar con el sentido de las palabras. Eso me gustaba. Años más tarde, iniciando la secundaria, recuerdo entre brumas “Los heraldos negros” de Vallejo y su aspirina para sufrir acompañado. Me sirvió de mucho. Y continuando con las musillas, esa rima de Bécquer que termina “Hoy la he visto, la he visto y me ha mirado…/ hoy creo en Dios!”. Pero se trata de tiempos antediluvianos. Una lectura más consciente de la poesía empezó a finales de la secundaria e inicios de la universidad: poemas de Cernuda, de Vallejo nuevamente (sobre todo Trilce) de Aleixandre, de Pablo Neruda y su explosión lacrimógena. Y, muy curiosamente, incluso para mí, la bastante abandonada poesía de Unamuno (“con recuerdos de esperanzas / y esperanzas de recuerdos / vamos matando la vida / y dándole vida al eterno / descuido que del cuidado / de morir nos olvidemos”). Mis gustos y preferencias se fueron ampliando rápidamente. De la tradición hispánica salté a la francesa (Rimbaud, Lautréamont, Laforgue y Baudelaire) y a la angloparlante (el primer Pound, el Eliot de La tierra baldía y los Cuatro cuartetos). Luego redescubrí “la otra vanguardia” y empecé a disfrutar a los poetas peruanos y latinoamericanos del 60 y 70. Para entonces, ya sabía de sobra que sería poeta por el resto de mi vida y que ya no se trataba de seguir imitando, sino de hablar con voz propia. Mi admiración por los poetas se ha ido volviendo más crítica con los años. Hoy pondría algunas de esas lecturas en la refrigeradora, para descongerlarlas más tarde, como quien guarda un juguete querido que ya no usa mucho. Otras pocas, siguen visibles en mi mesa de noche y hasta en la biblioteca de mi baño de visitas.
Sobre si el poeta inventa a sus precursores o, mas bien, imagina a sus lectores, creo que un poco de los dos. Depende de la edad del poeta y de su descreimiento hacia la aprobación de esa a veces cucarachesca especie que Cernuda llamó la humanidad.

A lo largo de su obra, ¿se ha encontrado a sí mismo en su propia voz? ¿O la voz es siempre la de otro, la imagen en el espejo del lenguaje? Yeats parece que obedecía a un dictado profuso. Borges, a las simetrías de la memoria rimada. ¿Qué es primero, la imagen o el ritmo?
¿Y qué pasaría si uno se identifica plenamente con una voz ajena? Eso ocurre mucho cuando se es más joven. Creo que el secreto de la supervivencia poética es descubir poco a poco que esas identificaciones siempre terminan siendo parciales y que hay algo que el otro no pudo decir simplemente porque vivió su propia vida y no la de uno. Ahí es cuando comienzan a surgir las novedades y uno se enfrenta al terror de tener que decir algo que nadie ha dicho nunca jamás. Somos hijos del romanticismo, después de todo, y todavía creemos en la originalidad. Pero no dejan por ello de tener presencia esos ritmos universales y comunes que Darío descubría en las constelaciones pitagóricas y Neruda en el oleaje del mar. ¿La imagen o el ritmo? Suelen venir juntas. De lo contrario, podríamos estar haciendo sólo música o sólo publicidad o chiste. En el mecanismo interior del poema la imagen y el ritmo son inseparables: una imagen es poética porque viene en un ritmo específico, en un ordenamiento preciso que dejaría de ser eficiente en el poema si cambiara una sola sílaba, una sola coma. Eso es lo que, en suma, se llama ritmo interior.

¿A usted no le ha tentado alguna vez la necesidad de formular una poética? O de alguna manera ¿su poesía es una reflexión sobre el poema?
La tentación siempre ha sido permanente. Buena parte de mis poemas son reflexiones sobre la poesía. Esto desde mi primer volumen publicado, Poemas no recogidos en libro, de 1981. Siempre entendí la poesía como una reflexión implícita sobre el lenguaje (¿cómo es posible decir esto de esta manera y no de otra? ¿por qué romper con las fórmulas convencionales de la escritura cada vez que me enfrento al papel en blanco?). A veces la reflexión se hace explícita (como en las artes poéticas, que tengo varias) o está latente en el mismo decir que realiza la poesía porque es consciente de ella, aunque no sea evidente. Decía una antigua y querida amiga que el mejor maquillaje es el que no se nota. Lo mismo con la complejidad del lenguaje poético cuando trasciende el artificio puro.

¿Frecuenta Ud. la primera persona como comienzo del discurso poético? O ¿prefiere dejar el "yo" a los novelistas? Puede, en definitiva, el lenguaje representar al "yo" asignándole una identidad cierta? ¿O el "yo" es una licencia de la Retórica?
No creo que importe mucho el yo o el tú o el él o la ella. La poesía puede escribirse desde cualquier punto de vista. Solía comenzar mucho con el yo cuando identificaba (como muchos poetas en sus primeros pasos) el poema con la expresión genuina del sentimiento. Esa horrorosa etapa confesional por la que todos hemos pasado privilegiaba el yo porque necesitaba, quizá, hacerse notar ante el tú (la amada o el público de la posteridad) con perfiles claros y discernibles. Con el tiempo el yo quizá ya no precisa reafirmarse en cada poema. Tampoco sé si los novelistas son tan afectos a la primera persona, salvo que quieran crear otro monumento proustiano. En cualquier caso, sea novela o poesía, el pronombre y el punto de vista no garantizan por sí mismos ningún buen resultado.

¿Qué sintonías cree Ud. haber establecido con otros poetas y escritores de su país y su lengua? Si tuviera que hablar de su ejemplo o lección, ¿cómo definiría la opción de pertenencia de su obra?
Naturalmente, una de las más fuertes y duraderas sintonías establecidas desde muy joven fue con la obra de Vallejo. Ahí está prácticamente todo lo que viene después. También gusté mucho de la poesía de Eielson y de la de Belli. Con Pablo Guevara aprendí el arte y la importancia de renovarse. Y naturalmente, los grandes del 60, como Cisneros e Hinostroza. Ahora bien, en términos de sintonías vitales, lógicamente que con los miembros de mi generación (no todos, menos mal). Con ellos pude establecer un diálogo franco, igualitario, y a la vez compartir estados de ánimo adolorido ante la patética situación que nos tocó vivir en los años 80 en el Perú. Estuve cerca del Movimiento Kloaka, aunque también guardé distancias.
En cuanto a poetas de la lengua, en mi caso el castellano, disfruto y me emociono con Garcilaso, con Góngora, con Rubén Darío, con el ya nombrado Cernuda, con Aleixandre, con Neruda, con Salomón de la Selva, con Joaquín Pasos, con Villaurrutia, con, con con, son tantos. Tenemos la inmensa suerte de pertenecer a una lengua que ha parido extraordinarios poetas, y en cantidad.

Y, por otro lado, ¿cuál sería la lección de lectura y escritura que cree inculcar en los nuevos practicantes y lectores?
La pregunta, me temo, peca de generosa. La verdad, no creo inculcar ninguna lección de lectura y escritura en los nuevos practicantes y lectores. A duras penas puedo inculcármela a mí mismo. Yo escribo por el impulso de escribir, de construir mundos nuevos con las palabras, de alcanzar a Raquel o a Ángela o a mi mujer ya que cada segundo es un paso hacia la muerte. Si eso le sirve de lección a alguien, me alegro. Pero no es la intención inicial de la escritura. No en mi caso.

Sobre las intersecciones con los contextos, ¿qué papel, si alguno, le concede Ud. al poema entre las formas de discurso que se disputan hoy la racionalidad civil y el significado de nuestro plazo en este globo?
Depende de lo que se entienda por racionalidad civil y por el significado de nuestro plazo en este globo. Si lo primero se refiere a la aspiración de una sociedad más justa y armónica con la naturaleza, en que no haya muertos por desnutrición y en que las capas polares no se derritan en veinte años, entonces claro que estoy cerca de esta opción. Pero soy también consciente de que lo segundo, nuestro plazo en este globo, la conciencia inescapable de la muerte, nos rige y nos termina reduciendo a lo que siempre fuimos: nada. Entonces uno se pregunta ¿para qué tanto esfuerzo? ¿Para qué luchar por el cambio y por hacer de este planeta un lugar más digno? La duda como tal puede ser legítima, pero llegar a la ataraxia de la inoperancia y la indiferencia, al descreimiento que algunos llaman postmoderno es, al menos para mí, dejar la poesía de lado, ya que por esencia la poesía es una propuesta de cambio, una esperanza de plenitud, de esa que muy pocas veces se encuentra en la vida. Creo entonces que si el mundo fuera mejor y todos los seres humanos pudieran alcanzar la felicidad, quizá la poesía no sería necesaria. Desgraciadamente, no es el caso. Lucho Hernández decía que “poesía es evitar el dolor”. Nada más cierto. El dolor está siempre ahí.

Se debate hoy el sentido de la creatividad, que se definiría por la capacidad de abrir espacios de respiración y visión. ¿Qué momento de su poesía encuentra privilegiado por la luz y la sombra del lenguaje?
Trato de que sea cada momento. Verso a verso, como diría Serrat.

Si usted tuviera que definir su personalidad poética, ¿qué parte de su experiencia personal y nacional cree que ha gravitado a la hora de crear espacios alternativos a los impuestos por nuestro tiempo? Dicho de otro modo, ¿cuánto de su condición local se ha liberado como abierta al mundo?
Naturalmente que todo poeta tiene rasgos comunescon otros poetas y rasgos absolutamente personales también. Parte de mi personalidad poética está cruzada por la experiencia peruana, que muchas veces consiste en la familiaridad con el contraste, con las radicalidades opuestas, con mundos alternativos, cultural y socialmente hablando. Pero eso es algo que he aprendido a valorar saliendo del Perú, paradójicamente. Emigrar a los 27 años en 1988 me sirvió para muchas cosas, a pesar de la nostalgia inicial. Lo primero, descubrir que uno siempre lleva su país dentro. Con esto no quiero decir que uno quiera necesariamente regresar a su terruño ni que coloque su lugar de origen por encima de otros focos geográficos, sino que no es fácil desligarse de ese pasado que es parte de uno mismo. Mal que bien, siempre será una referencia y un punto de encuentro. Separarlo sería como amputarse un brazo, extirparse el hígado. Lo segundo, descubrir que hay otras formas de vivir la realidad, otras lógicas inherentes a la vida cotidiana en otras lenguas, en otros colores, en otros sabores. Eso crea un cisma interior que a duras penas se resuelve en el concepto del sujeto migrante, del tan de moda sujeto transnacional. Sé que muchos en el Perú quizá no entenderían y hasta se sentirían ofendidos. Pero poco me importa. Gracias a Dios (o al demonio) uno cambia. Y menos mal que se puede vivir plenamente eso de ser ciudadano del mundo por encima de los provincianismos nacionales.
Muchas veces cuando escribo no lo hago pensando en mis orígenes peruanos, en cómo sería recibido tal o cual poema o tal o cual libro en el Perú. Eso ya no tiene importancia. El ambiente literario y cultural peruano es por lo general bastante ridículo, argollero y colonial. Rendirle pleitesía a los carcamanes de la cultura criolla peruana sería como retroceder cincuenta años en la historia. Las envidias, los resentimientos de los que se sienten jodidos ahora y culpan de ello a los tuvimos que salir (eran los tiempos del desastroso Alan García) ya no me tocan más. Allá ellos, los que se quedaron mirándose el ombligo. Sólo me interesa crear el estado de poesía que siempre me ha llamado, desde que era el niño que no sabía escribir. ¿Cuánto de mi condición local se ha liberado como abierta al mundo? ¿Cuánto? Mucho. Y eso ha enriquecido, curiosamente, mi condición de peruano.

Vivimos en el descreimiento mutuo, favorecido por la pobreza de las comunicaciones y la violencia diaria de las representaciones públicas. ¿Cuánta fe en el otro es posible todavía en la poesía? ¿Hay un sentido más puro en las palabras de la tribu? ¿O ese dictamen modernista ha sido reemplazado por "un sentido de la realidad de los mil demonios," esa furia civil del poeta del margen, proclamada por Nicanor Parra?
¿Qué cosa es “la violencia diaria de las representaciones públicas”? ¿Las malas noticias de siempre? ¿Los 200,000 muertos de Irak? ¿La impunidad de los criminales políticos en todas partes? No veo la novedad . La fe en “el otro” dependerá, supongo, de cada poeta. Para mí, simplemente, no hay “otro”. Todos somos humanos. Todos sufrimos en mayor o menor medida la tristeza del mundo. No creo que eso alterice a nadie. Al contrario, lo vuelve más cercano y nos abre las puertas para el respeto de la especificidad ajena. La poesía es, precisamente, el puente que permite acercarnos y decirnos “yo siento como tú”. El lenguaje existe porque estamos separados, pero a la vez sirve para unirnos.

Le agradeceremos elegir un poema suyo y comentar qué representa en su trabajo, y qué ha descubierto de su propia poesía en ese texto. Le pedimos añadir a sus respuestas un párrafo bio-bliográfico para la sección de Autores del libro. Gracias.
Incluiré el poema número 18 de mi último libro, Sakra Boccata, que resume la visión de la poesía como proceso de “la realidad al deseo”. Retomando el viejo mito de Orfeo, trato de situar la búsqueda del objeto que a su vez es sujeto y, por lo tanto, nos transforma en objeto al hacernos hablar. Es decir, nos convierte en poetas. La poesía como visión del mundo pasa, para mí, por convertir el lenguaje en un sustituto (si bien imperfecto) de la experiencia de la fusión, que trasciende las pobrezas de la vida cotidiana. Y la “sagrada bocanada” es a la vez ingestión, exhalación, degustación y vaho. Al final, el poeta regresa a su redil equivocado, es decir, a este mundo con sus miserias y sus soledades, sólo para seguir aspirando (y expirando) su decir.


18

¿Por qué desaparece el poeta de la faz de la tierra
Como si se hundiera
Y ganan las elecciones los soldados los mejores sueldos birladores
Que esconden sus denarios detrás de cada sílaba por qué desaparecen
Las nubes protectoras y el Sol nos latiguea sin cubrirse
Hace siglos del globo de la Luna?

He bajado a los Infiernos para rescatarte y llevo las manos heridas
Los extraños precipicios centellean
Y salen enanos orejudos de las cuevas preguntando
Cartones y documentos sayón de costal y sólo una flauta en la mano
La misión del peregrino siempre será secreta pues a ti sólo te concierne
Tú que te casaste con tantos martilleros que ocupaste
Un trono de lava y las plumas quemadas
Ave María Santísima Pagana te mereces el Reino de la Tierra
Tu molúsculo de diosa vivirá en mis cantos y aunque mis pecados
Te envíen al Reino de las Sombras volverás
Como el castaño que se incendia cada otoño
Y deja sus botones enterrados

¿Por qué desaparece el poeta si no es para traerte
limpiando la hojarasca aún helada
para alumbrar los atajos
en que tus pies marcarán una a una las piedras
como tus dientes en la espalda?

El Infierno, Euridice, es tu ausencia
Sobre la faz de la tierra

(del libro Sakra Boccata, México, 2006)



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José Antonio Mazzotti (Lima, 1961) es catedrático de literatura latinoamericana y director del Departamento de Lenguas Románicas en la Universidad de Tufts, en Boston, Estados Unidos. Entre sus libros de poesía destacan Poemas no recogidos en libro (Lima, 1981), Fierro curvo (órbita poética), (Lima, 1985), Castillo de popa (Lima, 1988, y Princeton, 1991), El libro de las auroras boreales (Amherst, 1995), Señora de la noche (México, 1998), El zorro y la luna: antología poética 1981-1999 (Lima, 1999) y Sakra Boccata (México, 2006, y Lima, 2007), con prólogo de Raúl Zurita. Entre sus obras críticas se cuentan Coros mestizos del Inca Garcilaso: resonancias andinas (1996), Poéticas del flujo: migración y violencia verbales en el Perú de los 80 (2002), las ediciones y co-ediciones Asedios a la heterogeneidad cultural: libro de homenaje a Antonio Cornejo Polar (1996), Agencias criollas: la ambigüedad "colonial" en las letras hispanoamericanas (2000), y Edición e interpretación de textos andinos (2000), entre otros. Actualmente continúa ejerciendo la escritura poética, el activismo literario, y desarrolla investigaciones sobre la poesía virreinal peruana y sobre la diáspora literaria andina en los Estados Unidos.

Monday, December 22, 2008

Futuro necesario


Por Jordi Carrión

La última antología se llama El futuro no es nuestro. Narradores de América Latina nacidos entre 1970 y 1980 y llega en un formato nuevo. Ha sido publicada este 2008 en la página web de la revista colombiana Pie de Página y durante 2009 se irá editando, con otros relatos de los mismos autores seleccionados, en diversos países de Iberoamérica. El promotor, editor y prologuista del proyecto es el escritor peruano Diego Trelles Paz (1971), que ha publicado en nuestro país la novela El círculo de los escritores asesinos (Candaya, 2006).
Su prólogo quiere ser, a un mismo tiempo, abierto y programático. Se inicia con una pregunta de Ángel Rama: ¿quién de nosotros se quedará en la historia? Esa interrogación retórica en el presente, de respuesta a muy largo plazo, está en la raíz de toda antología. Trelles repasa algunas que han marcado hitos: Del cuento hispanoamericano. Antología crítico-histórica (1964), Onda y escritura, jóvenes de 20 a 33 (1971), Novísimos narradores en marcha (1981), El muro y la intemperie. El nuevo cuento latinoamericano (1989), McOndo (1996), Antología del cuento latinoamericano del siglo XXI: Las horas y las hordas (1997), Líneas aéreas (1997) y Se habla español (2000). Y quizá responde a la pregunta del extraordinario crítico uruguayo con una afirmación de Julio Ortega: el futuro ya está aquí, y se adelanta y se precipita en algunos textos recientes que abren los escenarios donde empezamos a leer lo que seremos.
Catálogo bonsái. Es decir, aunque la distancia histórica permitirá la vindicación o el rescate, lo cierto es que los textos del presente están cargados de su propio futuro. De modo que toda antología es, en potencia, un catálogo bonsái de la literatura de otro presente, más o menos lejano. Del recorte y, por tanto, de la exclusión se parte hacia un proceso futuro de jibarización (porque toda antología es, por definición, macrocéfala). La selección, cuando se trata de una antología generacional, siempre lleva a la oposición con otras generaciones. Trelles opta, en este sentido, por McOndo como último corte significativo en la estratificación de la historia literaria latinoamericana (el Crack fue exclusivamente mexicano) y afirma: «Frente a ellos, El futuro no es nuestro se anuncia, aquí y ahora, con el bisturí entre los dedos y la alegre certeza de que en la literatura, como en todo arte, sin rupturas no hay relevos». Es decir, la propuesta se inscribe sin ambages en una concepción cronológica, donde periódicamente se habrán ido relevando generaciones, en la aspiración a la visibilidad monopolizada por las anteriores.
Red personal. Sesenta y siete son los autores seleccionados. La pluralidad, pues, se impone. La calidad es diversa, pero hay cuentos realmente buenos. Abundan las referencias a Borges, a Bioy, a Cortázar. Predomina el realismo sobre la experimentación. Me pregunto si la estética realista está más representada porque ciertamente es más (artísticamente) practicada o porque toda antología trasnacional selecciona, al cabo, a los autores más visibles, a los miembros más destacados de una red personal configurada a través de revistas, páginas web, editoriales, congresos, contactos diversos, etc., y mediante la mímesis es, quizá, más fácil destacar o al menos crear cierto consenso sobre la calidad de tu obra.
No pondré ejemplos. O sólo uno, pero no para opinar sobre él, sino para evidenciar el cortocircuito que siempre tiene lugar entre el prólogo y los textos, entre el programa (que tiende a la reducción) y la realidad (que tiende siempre a expandirse). El inicio de «Réquiem», del venezolano Slavko Zupcic, dice así: «Ese día, lo recuerdo muy bien, decidí que robaría un libro mientras esperaba el autobús de la alcaldía. Cuando finalmente llegó, me senté junto a una señora que venía de las aguas termales y, luego de encender el walkman, escuché a Charly García durante los quince minutos que demoramos en llegar al centro comercial, en la avenida Bolívar». Si hay dos palabras relacionadas con el espíritu de la antología de Alberto Fuguet y Sergio Gómez son precisamente walkman y «centro comercial» (por no hablar del rock).
Estamos ante un muestrario exhaustivo de nuevos nombres, más allá de Bogotá 39 y de las apuestas editoriales españolas. Creo que el mejor modo de recibir la propuesta es como invitación a la lectura gratuita y abierta. En ese sentido, el trabajo de Trelles es encomiable. Así que ahora sólo falta que vaya a www.piedepagina.com y comience su propia exploración.