Wednesday, October 31, 2007

La doble lectura

Cultura: Herbert Morote recuerda al dictador y libertador Simón Bolívar en su último libro. Además, analiza el adverso fallo de Indecopi

Por Carlos Cabanillas*

Herbert Morote es de los que creen que ensalzamos a héroes que acaso no merecen tanto pica pica. Que olvidamos al congresista Luna Pizarro, deportado por Bolívar por demócrata y peruano. Que tampoco recordamos muy bien al ejército peruano que luchó en la batalla de Ayacucho y que luego sobrevivió en pésimas condiciones por cortesía de Bolívar. Pero esa es la historia, y ya nada puede hacerse salvo aprenderla.
Hoy, Morote se indigna por sucesos más recientes. Como el reciente fallo de Indecopi que, tras más de un año de espera, tachó como 'improcedente' la denuncia por plagio que le entabló a Bryce el 29 de septiembre del 2006. Alfredo Bryce Echenique ha manifestado su alegría.
Morote inició el proceso legal luego de leer un texto parecido a su entonces inédito Pero, ¿tiene el Perú salvación? en el diario El Comercio. El artículo de su ex amigo Bryce se llamó "La educación en ruinas".
–CARETAS habló del friaje cuando puso a Bryce en carátula. Esa ha sido la estrategia de Indecopi: enfriar el asunto, aplazarlo. Exceder los plazos de su reglamento (120 días).
–Resúmanos el fallo.
–Indecopi asegura que los cuatro testigos que leyeron mi manuscrito y que presentaron sus declaraciones juradas no son creíbles, pues son mis amigos. ¡Ni modo que fueran desconocidos! Cualquiera sabe que un escritor envía sus manuscritos a gente de confianza. Por eso se los envié a Bryce.
–¿Se pretende descartar la existencia de su manuscrito, a pesar de que Bryce aceptó haberlo recibido?
–Es que Bryce dice haber recibido otro manuscrito. Además, aseguró que nunca en su vida había sido acusado de plagio. Luego, cuando le sacan los 27 plagios, Indecopi rechaza esa información alegando que no es pertinente.
–Enrique Ghersi, abogado de Bryce, menciona una pericia literaria de Julio Ortega que le es favorable.
–Indecopi no la ha tomado en cuenta en sus conclusiones. Sólo la ha mencionado en su resolución (la pericia se hizo el 24 de enero del 2006, y Bryce la presentó como parte de su defensa).
Tras las palabras de Morote, Ghersi retrucó.
–Ortega es amigo de Bryce. Su pericia es tan discutible como los testimonios de los amigos de Morote.
–Pero lo presentamos como pericia de parte, y alentamos a Indecopi a hacer una neutral. Además, durante el intercambio de e-mails Bryce corrigió borradores de Morote.
–¿En qué se diferencia este caso del de El Otro Sendero, en que usted y Mario Ghibellini se enfrentaron a De Soto por la autoría?
–A De Soto no se le acusó de plagio, sino de violar los derechos morales de paternidad. Todas las ediciones habían mantenido la autoría de los tres. Hernando de Soto decía exactamente lo mismo que Morote: que las ideas eran suyas. Pero 1) no se protegen las ideas, sino las creaciones intelectuales. Y, en el caso de De Soto, 2) Adam Smith tenía las mismas ideas 300 años antes.

Bolívar Bajo la Lupa
Preocupado, dice, por los falsos ídolos que ensalza parte de la actual Latinoamérica, Herbert Morote acaba de presentar Bolívar, Libertador y enemigo N° 1 del Perú con Jaime Campodónico Editor. El libro rescata el lado oscuro del libertador Simón Bolívar. Entiéndase por 'oscuro' tanto el aspecto olvidable de Bolívar como el olvidado. La historia que nos enseñan en el colegio, dice Morote, es un poco más feliz que la auténtica.

*Publicado en Caretas 1999.
En la foto: Herbert Morote presenta descargos y novel libro sobre Simón Bolívar. [Leyenda de Caretas]

Friday, October 26, 2007

Velaochaga 3

Revolución rusa en "Viaje de trabajo", a partir de memoria visual del artista. [Leyenda de Caretas]

Velaochaga 2

Pizarro basado en cuadro de Hernández. Velaochaga trabaja fotografías y otras imágenes. [Leyenda de Caretas]

Velaochaga

"Himno aéreo", donde el artista usa foto de Fujimori luego de Chavín de Huantar. "Arte y política no están separados. Que los artistas busquen un distanciamiento ya es otra cosa", dice Velaochaga. [Leyenda de Caretas]

Tuesday, October 23, 2007

Foto Congreso Huanchaco

En la foto (de izq. a derecha): Roberto Reyes Tarazona, María Ángeles Vázquez, Fernando Bazán (alcalde de Huanchaco), Oswaldo Reynoso y Mario Suárez Simich.

Thursday, October 18, 2007

Foto

Carlos Torres Rotondo, Paolo de Lima, Martín Rodríguez-Gaona. Madrid, octubre 2007.

Friday, October 12, 2007

¡Basta Ya!


Pulgar abajo contra afiche fascista colocado en la vidriera de un banco ubicado en una céntrica calle madrileña. En esa propaganda lo inmigrante está manipuladamente concatenado a dos males que le son ajenos. ¡Basta ya!

Presentación La cuarta espada 5


Presentación La cuarta espada 4


Presentación La cuarta espada 3


Presentación La cuarta espada 2


Presentación La cuarta espada 1


Coloquio Letras Cusqueñas… Letras del Sur

Lecturas Literarias

Programa
Local Centro de Convenciones Cusco
Hora 7pm.

Día miércoles 14 de noviembre

Braddy Romero
Ángel Ccolqque
Franklin Sequeiros
Miguel Ángel Fuentes
Silvia Soto
Caroline Valdivia Pasten
Pasos Paz
Karina Pacheco
Soledad Araoz
Luis Castro Prieto
Kreuza del Campo


Día jueves 15 de noviembre

Juan Mescco
Lissette Vera
Erwin Arce
Jonathan Alzamora
Willny Dávalos
Julio Perea
Jimmy Vera
Pavel Ugarte
Wilden Portilla
Raúl Pacheco


Día viernes 16 de noviembre

Luis Nieto Degregori
Gloria Mendoza
Enrique Rosas Paravicino
Christian Reynoso
Iván Yauri
Ana Bertha Vizcarra
Hugo Bonet
Carlos Candia
Roberto Marmanillo
Hugo Contreras

Monday, October 08, 2007

Encuentro con Blanca Varela

Encuentro con Blanca Varela[1]

Por Yolanda Pantín

Hablar de poesía

Durante la semana que duró la invitación que la trajo a Caracas para dictar el veredicto del Premio Internacional de Poesía Juan Antonio Pérez Bonalde en Agosto de 1996, escuché hablar a Blanca Varela. Fueron pocas las veces que me permitió acotar algo al río de su conversación. No me importó, yo quería escucharla. Me fascinaba descubrir en sus relatos y, sobre todo, en las anécdotas domésticas, triviales, banales, llenas de mínimos detalles: el tipo de ropa que le gusta, dónde la compra, cuántas veces a la semana se arregla el cabello, el carácter de sus hijos, tan diferentes, en la mención a sus nueras, sus nietas, sus empleadas, a Szyszlo, a su madre, a sus hermanas, los signos terribles de su poesía, la implacabilidad de su mirada. Tenía la intención de hacerle una entrevista literaria pero oyéndola hablar tuve casi la certeza de que cualquier cosa que me dijera, sin que mediara un mínimo de intimidad entre nosotras, iban a ser lecciones aprendidas a lo largo de la vida, lugares comunes de un discurso mayor del que descree. “Las mujeres —le escuché decir— hemos abordado temas más modestos, menos importantes”.
“Soy una persona terriblemente previsible, siempre he sido así”, me decía mientras revisaba cada una de las gavetas de la cómoda del hotel. Parecía tener miedo de dejar algo; revisó sus maletas y sus papeles varias veces.
Lo único que en el trayecto llamó su atención de una ciudad que no conocía, un momento de asombro, fue el verde de las colinas que se derraman desde Caracas hacia el aeropuerto Simón Bolívar en Maiquetía. “Qué bonito” me dijo. Traté de recordar en sus libros momentos de celebración. No pude entonces. El cielo, testigo de su feroz interpelación a un dios muy cruel, parece cubrir con calma indiferencia aquel “oscuro laberinto profundo” que puede ser la vida. Un cielo semejante al de algunos de los poemas de su coterráneo y contemporáneo Jorge Eduardo Eielson que leía entonces con mucho interés y admiración. Pero viéndola contemplar el hermoso paisaje no dejé de pensar en otro de sus versos: “el suplicio comienza con la luz”.
En Maiquetía buscamos un lugar tranquilo para seguir conversando. Blanca huía del ruido, de la gente. Encontramos refugio en uno de esos restaurantes que son iguales en todos los aeropuertos del mundo. El hecho de que no hubiese café la confundió. Mientras tomaba el refresco que pidió a cambio, sacaba la cuenta de las horas que podía dormir y descansar antes de salir al día siguiente para Chile atendiendo otra invitación. Estaba cansada, la noche anterior había dormido poco. Odiaba verse así, pálida, ojerosa. Cuando nos despedimos, al fin, frente a la aduana, lo último que me dijo con aquella elegancia que nace del hartazgo, del enorme fastidio que parece producirle la humanidad, sin muchos aspavientos, sin demasiada efusión, fue: “Adiós Yolanda, sé feliz”.
Entonces, al llegar a mi casa, para que no se perdiera lo vivido y las palabras no se las llevara el viento, escribí este retrato que en su momento ella me autorizó publicar:

Retrato de memoria

Yo vivo en una casa muy grande, de tres pisos, frente al océano. A veces, tarde en la noche, mi hijo Vicente que vive justo debajo de mí, me llama por teléfono y me pregunta: ¿Qué haces, Varela? Me llama así, Varela. Yo le digo: nada, estoy viendo televisión. Entonces él me invita a tomar un whisky para ver la luna desde su terraza, una vista preciosa.
Desde la ventana de mi oficina miro a un terreno baldío. El otro día estaba una criatura como de once años rodeada por un grupo de niños que aspiraban pegamento. Escribí un poema llamado “Ternera acosada por tábanos”. Un buen título, ¿no? Es terrible.
Yo he tenido una vida espléndida, no me puedo quejar. He viajado por el mundo entero, he vivido en París, en Nueva York, en Washington, pero quise regresar al Perú. Elegí vivir en la pobreza.
No sé, he leído mucha poesía…soy una buena lectora de poesía. A veces veo que hay poetas que son demasiado “poetas”, ¿me entiendes? Muy pendientes de lo estético… eso me distancia un poquito. Yo no hago concesiones. Mis poemas nacen de otra cosa.
Veo que en la poesía venezolana hay muchas referencias a los asuntos familiares: los padres, los tíos, los hermanos, la casa solariega. Yo también tengo mi retrato de familia, pero ya sabes cómo es.
Cuando mi hijo Lorenzo tenía catorce años, pasaba al lado mío y no me veía, como si yo no existiera, como si fuese transparente. No sabes cómo me dolía. Entonces escribí “Casa de cuervos”.
Yo miento mucho. Pero miento en las cosas pequeñas, es curioso, en las cosas que no tienen importancia, digo mentiras tontas; te dije que el lunes es el cumpleaños de mi madre, pero no es así, es el cumpleaños de una de mis nietas. No se por qué te dije eso. Quien no miente es la poesía, ¿cierto?
Me llevo estupendamente bien con mi madre. Es una mujer fantástica. Tiene noventa y un años y todavía usa tacones. Además, huele a rosas. Se ha casado tres veces, una mujer muy fuerte, llena de vitalidad. Es una especie de gloria patria, la gente la adora, sus cumpleaños son fiestas nacionales, escribe poemas populares, canciones. Mi madre me admira mucho, está muy pendiente de mí. Yo la mimo. Cuando voy de viaje le llevo cosas preciosas. La última vez que fui a Nueva York, le compré un traje de paillete, no pude evitarlo, un traje negro, una maravilla.
Mi padre era un hombre muy fino, el primer marido de mi madre. De una vieja familia de la oligarquía venida a menos, gente que no trabajó nunca en la vida, que se fueron comiendo la herencia hasta quedar prácticamente sin nada. Era de verdad un hombre muy refinado. Cuando yo salía era él quien me hacía las uñas. A los quince años comencé a fumar. Mi padre un día me abrió la cartera y vio la caja de cerillas. ¿Sabes qué hizo? La sacó y sin decir palabra, metió dentro del bolso un encendedor de oro, muy bello. Así era mi padre.
Un sicoanalista amigo mío, un hombre brillante, Max Hernández, me dijo que yo era más padre que madre. Qué curioso, ¿no?
Yo he sido una mujer muy seductora. A veces me miraba en el espejo y me encantaba, ese brillo de la mirada. Hasta que no me gusté más. Cuando era joven e iba a las fiestas, me fijaba en el hombre más guapo de la reunión, y ¿puedes creerlo? enseguida estaba al lado mío y me invitaba a bailar. Pero siempre resultaban tan aburridos…
No me gustan las mujeres pero tampoco me gustan los hombres. A ver ¿qué clase de hombres me gustan a mí? Odio a los hombres con las uñas arregladas, me horroriza la idea de que una mano así me toque. Es extraño, pero cuando era joven y vivía en París, me gustó un hombre pequeño, feo, con una pelusa en la cabeza y gotas de sudor sobre el labio. Yo no podía creerlo, qué me está pasando, pero me gustaba, tenía algo.
Me gusta mucho la pintura de Bacon, esas figuras borradas. Hace poco fui a ver una exposición de él en Nueva York y me tuve que salir de la sala. No lo pude resistir.
Yo no digo lisuras, pero ahora me gustaría decir: Carajo. ¿Ustedes dicen carajo? Quiero irme al quinto coño. No quiero despedirme de nadie, odio las despedidas.
Mi nieta Manuela me imita, qué graciosa. ¿Cómo hace tu abuela? le preguntan. Y ella tuerce un poquito la boca, ese rictus que yo tengo. ¿Te fijaste? Lo hace perfecto.
Cuando niña, la boca de los adultos me daba asco. Me besaban y yo inmediatamente me secaba la mejilla.
A las mujeres les gusta que les regalen perfumes, ¿no? Yo uso un perfume muy raro de Guerlain, un perfume difícil de conseguir.
No hemos hablado casi de poesía. Hace poco en Lima, invité a mi casa a un grupo de poetas. Una de ellas las previno: Blanca Varela es una señoritinga, nos va a ofrecer whisky, ya verán. Bueno, les ofrecí whisky, vino, vodka, lo que ellas quisieron. ¿Sabes de qué hablamos toda la tarde? Pues de hombres, de cosas de mujeres.
¿Te gustaron las cosas que leí de Ejercicios materiales? Yo creo que no voy a escribir más así, creo que toqué un límite, me da miedo caer en una retórica del horror, por decir algo. Son poemas tremendos, cuando digo que Dios es una mosca que mato contra la pared. Qué bruta ¿no? Ese poema lo escribí en cama, con un resfriado terrible. Agarré un papel y lo escribí. Al día siguiente lo pasé a máquina, un poco para saber qué era lo que había hecho. Y me gustó, le corregí muy pocas cosas.
Lo que escribí después de ese libro es diferente, se llama El libro de barro. Sentí la necesidad de hacer un recuento de mi vida. El libro vino solo, como suele suceder, sin que yo lo buscara. Estaba en una casa de playa con unas amigas que me invitaron a pasar con ellas unos días. Cuando llegamos me dieron un cuarto para mí sola: Blanca quiere estar sola. Se los agradecí muchísimo. Yo me iba en las tardes a mirar el océano. Entonces, un día, hundí las manos en la arena y sentí que estaba tocando algo muy antiguo. En ese libro hago por primera vez mención a mi padre cuando digo: “mi padre sonríe”. Y es que en mi poesía hay mucha ternura.

El poso

Leo este retrato muchos años después aunque conservo intacta la emoción que me animó hacerlo. Del trato con Blanca Varela surgió el permiso para publicar en la editorial Pequeña Venecia de Caracas, el poemario Ejercicios Materiales que había salido antes en Lima. Luego recibí por correo un ejemplar de El libro de barro. Y ocurrió el accidente donde murió su hijo Lorenzo. La otra vez que nos vimos fue en Lima en 1999, el mismo año que publicó Concierto animal. Estuve un rato en su casa frente al océano hasta que un grupo de poetisas nos fuimos junto con ella a la casa de Giovanna Pollarollo para seguir hablando de las cosas de la vida, como hacemos las mujeres cuando nos reunimos.
Tengo una deuda personal con Blanca Varela, una deuda de la que ella en su lucidez me previno al decirme que tenía la certeza de que al pagarla la iba a matar simbólicamente dentro de mí. Le debo en intención, al menos, como tantas amigas, desconfiar de las palabras, no prodigarlas, no dejarse encantar ni encandilar por bellos edificios verbales. Ser compasiva y cruel, al mismo tiempo, cuando nos ha tocado a nosotras mismas romper nuestra imagen frente al espejo y con ello los mitos que sostienen nuestra condición de madres, de amantes y de hijas para rehacer nuestras rotas identidades. Así, la mayor deuda que podemos tener con esta poeta es su riguroso ascetismo, su trato ético con las palabras, y la libertad de atreverse a ver “más allá de las cosas, de los objetos, de los gestos”; saber regresar de los frecuentes viajes al fondo de sí misma (“aquella región muy delgada, muy peligrosa a veces” —como le dijo a Edgar O’Hara[2]), “con pequeños objetos, con restos extraños, con fragmentos de cosas misteriosamente irreconocibles…”.
Blanca fue muy generosa al permitirme en esos diálogos en Caracas volver la vista para reconocer al padre. Esa extraordinaria posibilidad que deviene en otra forma de escritura cuando se abren otras puertas, pude verla en los poemas de El libro de barro que leí entonces como una invitación al desprendimiento. Recuerdo cómo me llamó la atención la frase “mi padre sonríe” y el hecho —según su relato— de que ese poemario hubiese surgido cuando hundió la mano en la arena y tocó algo misterioso y extraño. Ese “frágil huesecillo de la estirpe” que la poeta encontró al azar un día que fue a la playa con sus amigas, es también lo menor, lo deleznable, lo que nadie se detendría jamás a considerar, pero donde ella pensó la posibilidad de una respuesta a su angustioso requerimiento. Es verdad que Concierto animal cierra esa puerta, pero también es cierto que en ese libro la poeta encontró el “hueso” de la escritura.
Así, volviendo a la deuda que muchos tenemos con Blanca Varela, quisiera agregar algo. Yo creo que parte del trabajo de un poeta consiste en olvidar todo lo que ha leído, todo lo que ha amado intensamente, para que quede la escritura como un poso donde las voces se confunden y no le pertenecen a nadie. Si eso no se hiciera, deslastrarse de los recuerdos y de los poemas que nos han marcado con la misma intensidad que una relación amorosa, sería imposible igual vivir que escribir (si se entiende como escritura eso que llaman —equívocamente— tener “voz propia”).

[1] Publicado en Silva Santisteban, Rocío y Mariela Dreyfus. Nadie sabe mis cosas. Ensayos sobre la poesía de Blanca Varela. Lima: Fondo Editorial del Congreso, 2007. Una versión abreviada apareció originalmente en El Libro Actual 20, 1996-1997, Caracas.
[2] O’Hara, Edgar. “El recuerdo del recuerdo. Entrevista con Blanca Varela”. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica. Nueva época. Nº 178. México D.F., octubre de 1985.


En la foto: FIL Guadalajara 2005, donde se ofreció un tributo a Blanca Varela, quien fue representada por su hijo Vicente de Szyszlo. De pie: Giovanna Pollarolo, Mariela Dreyfus, Patricia Alba. Sentadas: Rossella Di Paolo, Carmen Ollé, Rocío Silva Santisteban.

Kurosawa’s Dreams

Por Raúl Zurita
(Translation by Anna Deeny)


KUROSAWA'S DREAM 143

Like shame that possessed me then I began
to dream. The lagoon is yellowish and beyond the
salt promontories that encircle it is the ocean.
The beach entrance is called Punta de Lobos and the
salt mines are nearby. We cross the lagoon in a
boat led by a barefooted oarsman and I feel the
clamor of the gigantic breakers thrashing
at least 50 feet away. During the dictatorship the
place became popular because Pinochet had
turned it into one of his summer resorts and now
it is a surfer’s paradise. Neither the mines nor the
lagoon have survived and I had forgotten them
completely. Some days following the death of my
grandmother I remembered them: the boatman rowed
in front of me and behind him there were walls of salt.
I am five years old, my sister is three and we are with
my grandmother. Born in Italy, in Rapallo, she
arrived to Chile with my mother still a child. Both
were widowed two days apart. My mother,
then my grandmother. It was a short summer.
My mother, my grandmother, my sister. My grandmother
died in 1986. I survived a dictatorship, but not
the shame. Many years later, when it was
my turn, her face came down upon me like
a white mountain of salt. I wanted to write it, but
the words, like smoldering entrails, arrived
dead to my fingers. My name: Akira Kurosawa.



KUROSAWA'S DREAM 144

Today Buenos Aires has disappeared. In a few more
hours all of the cordillera cities will fall and
before the end of the day the avalanche of white
bodies will overcome the Andes and Santiago will
disappear. It is inevitable and my father has come back
to wait with us. His face shows signs of
fatigue and he looks much older than he should
at 31. He told us that he had come back and
nothing more. Some days before, my grandparents
had returned, my mother’s parents. I have been
observing them, they don’t speak to each other and
have merely returned. Unlike my father, they look
younger, but they have the same tired expression.
It’s good that the family reunites, says my
mother who’s now alone with my father.
I hear someone cry. Mama or my father who’s come back,
I don’t know. My grandparents have also left and
once in a while they watch me. Veli is not who I
remembered her to be and has no memories of
my grandfather. He wears a worn blue aviator
uniform and I know it is the one Veli kept at home.
It has begun to snow. For many days now the
television shows only images of the multitudes
each time greater clasping each other over the
snows of the Andes. The end is imminent and
I light the watchman’s candle. It’s very cold.
Someone was telling me that Kurosawa is
a word written with letters of snow and of the end.



KUROSAWA'S DREAM 145

The end has come. The white crevices extend
themselves open in the horizon and as I awake
I know that I’d been in the cordillera. I made
coffee and decided to wait. Some time ago
I sold Olivetti typewriters and it didn’t
surprise me to come across the sales team
again. We were a group of twelve and
Dezerega assigned territories. He was our boss.
The fact that several had died already, including
Dezerega didn’t surprise me either. I finished
my coffee and remembered how he tried to defend me when
they threw me out. The room where we met in the
mornings was like a classroom, with
lined up desks and Dezerega’s up front. I think
that I began to respect Dezerega, also Luis
Cerda, the guy covered for me and would wait for me
to take off to the bowling alley for a cup coffee. I saw Luis
Cerda not long ago. He had dozens of typewriters
piled up in his room, some Lettera 32s that are
grey. He said they were leftovers and that
it didn’t matter because no one uses typewriters
anymore. Today is already too late. The repression has been
ferocious and they have thrown the bodies over the sea and the
mountains. As I get up I notice that I cannot
move my arms that are frozen below the snow.
Kurosawa, I said, I was just a typewriter
salesman and now I’m dead and it snows.



KUROSAWA'S DREAM 146

The stars transformed themselves into that rose glow of
early morning and soon it will be light out. For
several days now I have only slept short whiles in
the midst of a torrent of images from which I
awaken startled. I was standing, several
inches from a promontory of ice that
transparent managed to reveal infinities of faces
that moved their lips as if they attempted to say
something. One of the faces was Víctor Jara’s the
singer and it surprised me that he was there because
I knew he had been killed in a Chilean stadium.
As I woke up, on the radio they were playing La
plegaria del Labrador and my survival
instincts made me get up right away to turn it
off. The song didn’t come from there because the
radio had broken some time ago, but the
music continued. I dressed and went out. The day brightened
and the song appeared to emerge from everywhere. As
I looked around not far away I saw a chain of
the other summits and realized that he was
dangling from the one that should be jutting out. The voice of
Víctor Jara now completely covered the summits
of The Andes and I wanted to cry but could not. The ice
cap covered me impeding any
movement and I could only move my lips.
Wake up and look at your hands, I sang softly.
On the other side, someone with my face watched me.



PAPA HAS RETURNED

The mountain summit retreated vanishing
inside the sky and I definitely knew my father
would die. I remembered that a long time ago
it did not snow over Santiago and I told myself that I had
already lived enough, that I already was much
older than he and that I was fine. I thanked him for
having waited 55 years to come back because at
57 I could take it. I picked out his clothes and began
to dress him. My shirts were a little big for him
and while lifting his head to put on the one that
seemed best I felt the first wave of
tears behind my eyes struggling to get out.
I told myself again that father died 55 years ago, at
31 years of age, exactly the 16th of February, and that
maybe I missed him, but it’s not something that
I would have thought much about. I didn’t know when
he came back. He moved into my guest room and for the
last years we’ve been able to speak some. Now he had
died and I dressed him while my mother and my
sister waited in the living room. When I opened the
door to tell them that they could come in the fury
of the wind and hail thrashed me stunning me and
blind I ran across the field. Kurosawa, I yelled,
he returned to die again with me. As I opened
my eyes above me I saw the dizzying white of
the summit and much further below the first lights of
the city illuminating. Only then could I cry.

Sunday, October 07, 2007

Luis Hernández 4

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Luis Hernández 3

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Luis Hernández 2

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Luis Hernández 1

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Wednesday, October 03, 2007

Foto Feria Barcelona 2

Los Príncipes de Asturias y Girona con el Embajador del Perú en España, José Luis Pérez Sánchez Cerro. Stand Perú.

Foto Feria Barcelona

Inauguración oficial del salón internacional del libro -Liber- presidida por Los Príncipes de Asturias y Girona.

Tuesday, October 02, 2007

Mujer bonita, mujer ballena

Por Jack Martínez*

Alonso Cueto cuenta con un nuevo reconocimiento literario: el de finalista del concurso Planeta-Casa de América de Narrativa Iberoamericana 2007, por la novela El susurro de la mujer ballena. De ella se ha dicho, entre muchas cosas, que se trata de la mejor novela de Cueto en los últimos años. Pero lo cierto es que la comparación entre ésta y sus antecesoras más conocidas (La hora azul y Grandes miradas) resulta un tanto inapropiada si se considera que El susurro... no es una novela que encierra un argumento –ni un escenario– marcado por la violencia política vinculada con el terrorismo en las décadas finales del siglo XX. El susurro..., lejos de ello, es un melodrama situado en Lima, en que el elemento sentimental de los personajes adquiere dimensiones preponderantes.
Se trata de una historia de amor-odio entre las dos protagonistas: Verónica, periodista madura, bella y exitosa; y Rebeca, la "mujer ballena", de cuerpo descomunal, torpe, antisocial y rica. La tensión se instala a través del reencuentro de estos dos personajes después de muchos años (ellas fueron compañeras de colegio y en ese entonces compartieron momentos de íntima amistad, entre lecturas y canciones). El recuerdo del lejano pasado conlleva a despertar un suceso desagradable y traumático en la "mujer ballena", suceso humillante provocado por quien fuera en aquel tiempo su única y mejor amiga: Verónica.
Esta última percibe un comportamiento extraño de parte de la "mujer ballena" tras el reencuentro inicial y evade las constantes apariciones de Rebeca, quien con un halo de misterioso accionar mantiene latente una doble faceta: la amiga nostálgica que desea volver a ser querida, y la ex amiga que guarda aún un gran resentimiento y busca el momento propicio para la venganza. En este punto, resalta el dominio de la voz narrativa femenina (Verónica) por parte del escritor. Sin embargo, este mérito, con el que ya antes ha contado Cueto, se ve opacado por los no pocos errores gramaticales en los diálogos, que abstraen al lector de la atmósfera construida en la ficción y, por tanto, de la ilación en la narración.
El susurro... se centra, pues, en los encuentros y desencuentros de estas mujeres, con esporádicas intervenciones de otros personajes como el solitario padre de Verónica, su amante, su marido o sus pretendientes y colegas. La trama, en gran medida, se reduce al conflicto entre la "mujer ballena" y la bella periodista. Se trata de una situación que se muestra insuficiente a lo largo de las más de 300 páginas, y desemboca en escenas fácilmente predecibles: todos los contratiempos, líos y problemas de Verónica estarán ligados exclusivamente a la intervención, directa o indirecta, de Rebeca. Así, la monotonía se instala en varios capítulos de la novela.
Sin embargo, al lado opuesto se encuentra la descripción de los escenarios –en su mayoría lugares cerrados–, que contribuye a la concentración de las acciones y, en consecuencia, al desarrollo de los diálogos decisivos para el desenlace. A excepción de algunas calles de Miraflores o San Isidro, la novela se desarrolla en espacios como el interior de un avión, una limosina, cafés, centros de convenciones y la redacción del diario en que labora la periodista. Esto constituye uno de los principales méritos de la novela en pos de lograr la verosimilitud.
Sobre estas conversaciones, que son de carácter atípico, pero van acorde con el comportamiento patético de la "mujer ballena", se erige la trama. En los diálogos se exteriorizan los sentimientos y resentimientos de ambas mujeres, obedeciendo a la característica propia del melodrama como género. El susurro... pertenece a ese tipo de novelas en que lo afectivo guía el accionar de los protagonistas. Una temática recurrente en la literatura y que tiene gran aceptación entre un número considerable de lectores, pero tomada, en este caso, desde una perspectiva particular que deja de lado el amor convencional de pareja para dar lugar al conflicto y la íntima amistad entre dos mujeres.
El susurro de la mujer ballena presenta el tópico que enlaza el presente con un pasado desde el que se arrastra una cuenta pendiente. De allí parte y culmina la historia. En suma, una novela de trama elemental en la que confluye un lenguaje ágil, con algunos momentos intensos y otros que caen en los baches de lo esperado.

* Publicado en semanario Variedades Nº 99 de El Peruano. Semana del 1 al 7 de octubre.