Tuesday, July 31, 2007

Jaime Higgins sobre Los Íngar

Zavaleta aborda otro aspecto de la vida provinciana [como hemos visto en los relatos "La batalla" (1954) y "El Cristo Villenas" (1955)] en Los Íngar (1955), una novela corta que refiere la enemistad entre la familia epónima y el alcalde y el gobernador del pueblo de Corongo. Nunca se aclara el origen de la enemistad pero el texto, narrado desde la perspectiva de los Íngar, da a entender que las autoridades los persiguen porque los temen como una amenaza para su poder político y porque codician sus mejores tierras. Fabrican una acusación falsa para hacer detener a Sheesha, el jefe de la familia, pero se ven obligadas a ponerlo en libertad cuando el resto de la familia acude en su ayuda como un testigo que prueba su inocencia. Luego envían a uno de sus matones a provocar una pelea, a raíz de la cual los dos hermanos mayores tienen que fugarse para evitar caer en manos de la policía. Finalmente, inventan un pretexto para hacer detener a Llica, el hermano menor, y la novela termina trágicamente cuando muere abaleado al intentar escaparse. El libro muestra así el carácter sórdido de la política pueblerina, que se centra en personalidades y familias más que en ideologías y se lleva a cabo en un clima en que se busca y se explota el poder por fines personales y todos los bandos se muestran dispuestos a recurrir a la fuerza para conseguir sus objetivos. Sin embargo, si la narración representa a los Íngar como víctimas de autoridades abusivas, se insinúa que en gran medida son autores de sus propias desgracias. Una familia pendenciera, viven no sólo peleando con sus enemigos sino riñendo entre sí y aunque se mofan públicamente de la corrupción de las autoridades, el hecho de que Sheesha decline una invitación a ser gobernador sugiere que les interesa más proseguir su vendetta que reformar el pueblo. En efecto, el verdadero tema de la novela viene a ser la violencia autodestructiva que parece ser parte integral de la vida pueblerina. Desde el principio, Zavaleta crea una atmósfera de violencia y de tragedia ineluctable que nos recuerda el teatro de Lorca. La novela empieza con un episodio en que uno de los hermanos aporrea a un enemigo y una nota de premonición es creada por la angustia de la madre viuda, quien constantemente se inquieta por sus hijos. Sobre todo, vemos al hermano menor reprimir sus instintos más sensibles a medida que va asimilando las actitudes de sus hermanos mayores y procura vivir conforme a su modelo machista. Cuando muere abaleado en el último párrafo, el desperdicio de su vida es presentado como la consecuencia trágica e inevitable del círculo vicioso en el cual se halla atrapado.

Jaime Higgins. Historia de la literatura peruana. Lima: Universidad Ricardo Palma, octubre 2006, págs. 277-278.

Saturday, July 28, 2007

Cossío

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Tuesday, July 24, 2007

Volante

Dos poemas de Andrea Cabel

[aquí no hay lluvia]

al carrusel de vil.


hay carruseles.
destrucción para nosotros,
silencio de papel,
estrella ciega como el tiempo de un suspiro.
todas las cuerdas del pasado y los agujeros palpitantes
los corredores, el áureo verbo del payaso de suelo
de la noche triunfal en un puñado de hierba
en un bosque azul sin lámparas ni gacelas.

aquí nadie llueve.
no hay silencio en un silbido celeste iluminado,
solo empiezan estas copas de rocío,
estas alondras bebiendo la corola de una criatura sin paladar.

palideces madrugada en las diurnas calles vivas
repletas de juncos y puros corazones mojados.
todo vive y se extinguen los ecos, la certeza asciende
y se ríe el mar de tacto, la espuma como un ave
se retira y nace
por donde descansa una mejilla,
un intocable beso.



[constanza]


temprano cae el sol, solo existir esparce las flores./ de perfil, solo días de mantas al lado / y calladas, un sonido que escucha vagando el vientre, llorando y despeinado./ máscara que sonríe y luego el humo./ el reflejo desgarrándose de tristeza /como las solapas /y las esferas de luz./ mares silentes eligiendo un beso,/ niños príncipe que de espaldas a los astros /pintan las mejillas de los peces y el sollozo de los ríos./ humilde estrella de infancia que atraviesa la cocina y la habitación de la hermana,/ que se sienta/ serena y furiosa./humilde estrella de infancia,/ humilde hermana.

Monday, July 23, 2007

Aguas procelosas. Entre el lirismo y la perturbación

Andrea Cabel
Las falsas actitudes del agua
Editora Mesa redonda / Serie "Taquicardia"
Lima, 2007

Por Luis Fernando Chueca

El agua existe sutil o ferozmente cambiante en sus mil y una formas. Implica flujo, ondulación, vaivén o quietud solo aparente. Es envolvente e indetenible cuando amenaza con desbordarse y diluir aquello que se le acerque, hasta el punto de privar de vida a quien pierda el control dentro de ella. Pero puede, así mismo, prometer renacimiento: purifica. Estas son algunas de sus posibles "actitudes". Pero ¿cuáles son las falsas actitudes del agua?, ¿por qué se califica así a las que son convocadas en este libro?, ¿a qué falsedad se refiere el título? Como el agua, las respuestas serían también múltiples y mutables. Y es que, en primer lugar, aquí no hay agua sino palabras que la representan; que simulan, esconden o sugieren, como toda representación.
"En el agua todo se disuelve, toda forma se desintegra, toda historia queda abolida", dice J.A. Pérez Rioja en su Diccionario de símbolos y mitos. Aquí, dijimos, no hay agua realmente, pero su correlato, el fluido discursivo que engarza las imágenes de este poemario –que aparece ahora en su segunda edición–, opera de manera semejante: promete –como lo anuncia el último poema de la sección central– "hacer con todo ello una historia", sin embargo decide entregar apenas rastros, sutiles huellas de una trama que se niega ante los ojos del lector; aunque esta dimensión de su falsedad no obsta para atisbar algunos de sus nudos (para usar la eielsoniana palabra que el libro recuerda en algunos de sus textos): amor, identidad, pérdida, lejanía, deseo, palabra. En la primera sección todo esto se insinúa, pero antes que ello quedan establecidas, sobre todo, las coordenadas fundamentales del lenguaje utilizado: sensorialidad, sensualidad, plasticidad. Nada demasiado evidente. Palabras e imágenes de materialidad casi inasible. Sensación de tiempo que pasa y arremete sin dejar claras sus razones: "las reglas de las excepciones resplandecen solas y tristes".
En "Fruta partida", segunda sección, algo más podemos vislumbrar. El rompimiento que anuncia el título permite establecer, por la sonoridad del adjetivo, un hilo entre esta frase y "fruta prohibida", y de allí hay solo un paso hacia "paraíso prohibido" y "perdido". Si ya en "Currahee", en la primera parte, se habló del paraíso como "una isla de tierra roja abierta en dos", ahora es más claro que la experiencia esencial de la pérdida está vinculada con el quiebre: la fruta (¿el amor, la autoimagen, el deseo, la seguridad?) se parte como también lo hace el poema liminar del bloque, que duda entre una "criatura como yo / […] / o criatura como tú". La fragmentación como reverso de la identidad y el cuestionamiento de los pronombres personales se magnifican en el recorrido inmediato, que atraviesa el abecedario –los títulos corresponden a las letras–, en que una serie de personajes (Salvador, "ella", Susana, "él", Micaela, la hablante de los poemas) entretejen sus voces y funden, por momentos, sus contornos. La secuencia alfabética invita a pensar en una trama que no puede ser sino imposible o incompleta. Lo que hay, otra vez, son restos desgajados de una historia en la que la pérdida, la postergación o la imposibilidad de lograr lo querido (o soñado) es lo central.
La última sección del poemario, "Todas las mujeres han sido tú", puede proponerse como síntesis de lo anterior. Pero no como resultado de alguna operación lógica, sino en tanto clave mayor del conjunto. Aquí se hacen texto y cuerpo –sobre la base de referencias a personajes femeninos de la literatura, las artes plásticas o, incluso, la vida cotidiana– las ideas de multiplicidad y fragmentación como base de la identidad. La amada, la amiga, la madre son, quizás, así, rostros diversos de un mismo ser. ¿Admiración o reclamo? ¿Disgusto por el descubrimiento de "la máscara del cielo como estrellas pintándose la boca" o fascinación por la capacidad de ser, cada una, todas? Quizás sobre todo, conciencia de que, como el agua (elemento femenino, no olvidemos), el lenguaje tiene la capacidad de fundir todo aquello que entra en él, y construir así su propia realidad, hecha de inevitables presencias y vacíos. Con Las falsas actitudes del agua, Andrea Cabel nos enfrenta, con belleza y solidez, a ese lado admirable y perturbador de la existencia. Excelente entrega.

Tuesday, July 17, 2007

Monday, July 16, 2007

Fragmento de La casa amarilla

Lejos de la ventana de su habitación, el temblor en las manos vino como un gesto inesperado, un tic del cual no tenía control, sollozando enseguida sin lograr desahogarse, viendo de reojo la lámpara de arrugas chinescas sobre la mesita de noche, el ropero apolillado en forma de mastodonte, las reproducciones de Van Gogh pendidas bocabajo contra la pared. Súbita inquietud de Delicia bajo un cielo de telarañas, reprochada consigo misma por no haber ingerido los sedantes, nerviosa en el ademán de alisarse el cabello, a la hora de la siesta general cuando las demás fingían un sueño de plomo y las llaves de los dormitorios colgaban, resignadas, en los clavos oxidados de la portería.
Un pajarito la llamó desde la rama deshojada de una higuera; pero ella esta vez no le hizo caso. Trémula a los pies de la cama, era un ángel con las alas cortadas, una mariposa incolora aguardando tiempos mejores. El silencio parecía aplastarla, cohibirla en esas cuatro paredes que eran su hogar, su ciudad, y entonces cerró los ojos para no sentir, como si aquello bastara. Hacía semanas que no conseguía dominarse, mirar con calma los objetos que la rodeaban, sacudida por sobresaltos que la despertaban en la madrugada y propiciaban un ir y venir inútil dentro del cuarto. Su rostro denotaba los tormentos de esos instantes, y su cabello alborotado era el perfecto bosque invadido por duendes en miniatura. Lívidas ojeras perfilaban a una Delicia-osito panda, a una joven que aparentaba aún conservar el acné y las uñas mordisqueadas, detenida en un tiempo sin edad y sin gloria que la mantenía en el aire.
"Hoy no es un buen día", pensó, chasqueando la lengua, dejando que tibias lágrimas bajaran por sus mejillas; gotas cristalinas, vivas, formando hilillos en una cara pálida, angulosa, cara de mojigata triste. Solo los primeros resplandores del crepúsculo la alegraban, aunque tuviera que soportar inconstantes latidos en la sien, y entre bostezo y bostezo dibujaba una sonrisa blanca, infantil, que desaparecía en cuanto le tocaban la puerta y debía reunirse con las demás. Trataba de evitar en todo lo posible el contacto con ellas, ser una suerte de compañera de ruta que anda del brazo, cómplice de gelatinas y de prozacs. Prefería más bien la privacidad, la lectura atenta de un libro de aventuras, la música suave proveniente del I pod, antes que compartir la mesa en el comedor o los programas de televisión en el salón de esparcimiento. Reacia a los juegos en grupo, una de sus distracciones era contemplar el jardín desde su ventana, ver cómo las aves se posaban sobre los muros desportillados que rodeaban el lugar. Ahora, sin embargo, ni siquiera eso se animaba a hacer, estática en un extremo del cuarto y sin ganas de registrar en su diario, como lo hacía a menudo, esa tarde insípida que no tenía cuándo acabar. En la penumbra de su mente, algo la mortificaba, iba hendiendo los borrosos pensamientos que se agolpaban sin orden ni concierto, poniéndola cada vez más intranquila en medio de imágenes que surgían de improviso, recuerdos que la herían sobremanera, hasta el punto de inducirla a clavar las uñas en la colcha y soltar un gemido.
Todavía pensaba en su casa. Vagos instantes volvían cual fogonazos para inquietarla, actos violentos que la atemorizaron como la asustaban ahora, quieta en su postura de piedra, sollozando pero sin moverse, sutil figura congelada que no cede ni ante el vuelo de una mosca. Podía pasarse así toda la tarde, de pronto igual que una fotografía, inmovilizada tras el ¡click! en un espacio limitado que permitía el correr de los minutos, el transcurso de las horas. ¿Qué acontecía por su cabeza durante aquel lapso? Cualquier niño curioso que la viera en dicha situación diría que incubaba sapos y culebras. Pero Delicia no hallaba respuesta, cuando de un momento a otro parpadeaba y se preguntaba qué había ocurrido, por qué el sol ya no alumbraba con la misma intensidad. Estas ausencias eran comunes si se abandonaba a elucubrar, si caía en hondas aflicciones que la carcomían por dentro; sin embargo, luego de padecer, retornaba del letargo como de un pesado sueño y restablecía sus sentidos al compás del reloj despertador.
Se levantó, fue hacia el tocador —donde el espejo rajado le devolvió su rostro partido por la mitad— y extrajo los cosméticos del cajón. Maquillarse era un divertimento, una forma de pasar el rato, pintar su faz cariacontecida con los fulgores del arco iris. Colores primarios que le daban realce a sus facciones; colores secundarios que distinguían los rasgos meditativos; sombras y rubores para disimular los sinsabores, y un toquecito de polvo en la nariz y en los pómulos a fin de cubrir el miedo repentino. Agrandar los ojos y la boca era crear su propio autorretrato; depilar las cejas, un acercamiento al pudor. A veces Delicia se volvía la madona renacentista italiana, con escaso lápiz labial, y en otras ocasiones, arrebatada por el brillo y la exageración, una cabaretera francesa salida de los lienzos de Toulouse-Lautrec. Ya no estaba para las morisquetas de infancia, menos aún para los guiños y besuqueos de mujer fatal; no obstante, la mona-Delicia sacaba la lengua en un rapto de travesura y libertad, y bizqueaba de cuando en cuando por el regusto de verse fea, cambiada, irreconocible. Sumida en el fragor de la contemplación, una tras otra se fueron sucediendo las diversas caras que ostentó desde la niñez hasta la adolescencia, quedando solamente como único signo inalterable un par de hoyuelos en los carrillos. El resto, la coquetería en los labios, el destello en los ojos almendrados, habían sucumbido al rigor de los sobresaltos, aun por encima de sus veintitrés años. "¿Quién soy?", se preguntó, intrigada. "¿Cuál es mi cara verdadera?". De niña jugaba con los coloretes de mamá, pintándose a hurtadillas círculos y aspas mientras cantaba una alegre canción; de púber, en su mirada soñadora entraba la luz, el viento y las flores, perdida en el laberinto de sus primeros descubrimientos. Una era más dúctil, menos seria, inocente; la otra repasaba con minuciosidad los pormenores de cada paso que debía tomar, y ambas parecían hermanarse en un mismo espíritu interrogador. Pero esta que tenía al frente aplastaba a las dos con drástica insolencia, esta última borraba a las anteriores como si jamás hubieran existido.
Ya no se reconocía detrás del rouge ni del rímel en abundancia; no se hallaba en esa máscara de payasa seria, entristecida, en esa tez que denotaba insomnios y pesadumbres, ansiedades y privaciones, atravesada por la rajadura del espejo a causa de un fuerte golpe de su propio puño. Se miraba con asombro, con curiosidad, presa de un súbito escalofrío, y no podía creer que ella fuera ella, que aquel semblante aletargado formara parte de su reciente fisonomía. "¡Cómo podemos ser muchas en una sola!", meditó, "ir quitándonos la piel día a día, conforme pasan nuestras íntimas tempestades, hasta convertirnos en unas perfectas extrañas". Lanzó un último vistazo a la figura pintada al desgaire y comenzó a desmaquillarse con ambas manos, a la carrera. Luego se levantó de la silla y fue a embadurnar las paredes. Sus dedos estampaban líneas, trazos, huellas digitales; sus palmas, manchas diversas que se unían a las otras manchas impregnadas con anterioridad. Signos y curvas, bocetos inacabados, tréboles y formas por doquier intentaban un acercamiento al arte, tal vez a un incipiente cubismo, quizás al nido de los fauves, o a lo mejor a ribetes más sencillos, esbozos de animales, siluetas al azar, remedos de Altamira. Su cuarto lleno de garabatos era la arteria viva de emociones personales, el resumen de sus impulsos y desahogos, su rúbrica desplegada. Cuando se aburría y no tenía ganas de leer, no solo eran los cosméticos los materiales que usaba para macular la pared, sino también lápices, crayolas, plumones y lapiceros con los que llenaba, además, las páginas de su diario íntimo.

Responde Morote

El historiador Herbert Morote rechaza acusaciones de Bryce Echenique

Por Maribel de Paz

En entrevista publicada en la edición anterior de Caretas, el escritor Alfredo Bryce Echenique desestimó las acusaciones de plagio en su contra y acusó al historiador Herbert Morote (quien le ha entablado un juicio por plagio) de pagarle a un diario local por ensañarse con él. Aquí, responde Morote desde España.
Usted estaba esperando que el señor Bryce le pida disculpas, pero en lugar de eso él lo ha acusado de pagarle a la prensa para que lo ataquen.
Yo decidí acudir a la justicia en lugar de entrar en dimes y diretes. Entonces, cuando se destaparon todos estos escándalos de plagio, yo me he mantenido al margen. He decidido no declarar hasta que Indecopi dé su fallo, a pesar de que otros colegas suyos han querido sacarme alguna declaración. Indecopi tiene que pronunciarse en estos días.

Ha declarado usted que piensa entablar un nuevo juicio a Bryce.
A Álvarez Rodrich no lo conozco y no conozco a ningún amigo que lo conozca. Pienso entablarle (a Bryce) un juicio penal por difamación. Ahora se puede poner de rodillas pero ya no me interesan sus disculpas. Pero lo peor, ¿sabe lo que me molesta? Que Bryce diga que el plagio es el gran homenaje. Una persona que es un ejemplo para muchos peruanos no puede declarar eso. Que vaya uno y que lo violen, ¿es un gran homenaje? ¿Qué te roben tus libros es un gran homenaje? Yo creo que Bryce se quiere hacer el loco y cree que puede ir de libre con una impunidad del tiempo de la Colonia. Primero que no tiene secretaria, segundo que el complot fujimontesinista no es verdad, tercero que ya no era Tarantino el que va a hacer su película. Se va ahogando con sus propias mentiras. A Bryce Echenique no ha habido ningún escritor del Perú o del mundo que lo apoye.

Apelando al título de uno de sus libros, le pregunto: ¿Pero... tiene Bryce salvación?
Yo creo que no. Mira, a Bryce se le puede perdonar. Si fuese inteligente y no un arrogante señorito limeño diría: "señores, he cometido un error, he mentido, disculpen, no lo vuelvo a hacer más". Todo el mundo diría: "bueno, pues, fue un momento de locura, un año fatal, un año horrible", y se acabó.

En la foto: Herbert Morote.

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Alarcón 2


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Saturday, July 07, 2007

Plumas tiernas

Disidentes: última camada de narradores peruanos en antología

Disidentes, pero no queda claro de qué. Si bien el prefacio traza líneas de ruta como "el quiebre, (…) la búsqueda de la voz propia, (…) la mirada introspectiva y (…) el cuidado del lenguaje", el mismo prólogo es desaliñado. Obviando el preámbulo y sus fallas gramaticales, la paleta de narradores convocados por Revuelta Editores es amplia en matices. Algunos visibles en el extranjero, como Daniel Alarcón y Santiago Roncagliolo. Otros visibles en la prensa nacional, como Ezio Neyra, Luis Hernán Castañeda y Carlos Yushimito. Otros tantos premiados a nivel local, como Augusto Effio (mención honrosa en El Cuento de las Mil Palabras 2006), Leonardo Aguirre (mención honrosa 2004), Claudia Ulloa (ganadora en el 98) y Alexis Iparraguirre (Premio Nacional PUCP de Narrativa 2005). Algunos (cuatro) de ellos ya aparecieron antes en la Selección Peruana (2005) de la también joven editorial Estruendomudo. Son veinte autores en total, reunidos más por la edad (nacieron entre 1970 y 1984) que por sus similitudes estilísticas. También el talento ha sido repartido en forma disímil. Mejor hablar de sus similitudes: referentes (literarios) extranjeros, visos oníricos e indiscriminados crossovers entre géneros literarios. Disidentes, pero de sí mismos. (C.C.)

Thursday, July 05, 2007